Un tal González, Sergio del Molino, p. 176
Te quiero más que a la salvación de mi alma
BALBIN
Un tal González, Sergio del Molino, p. 176
ADOLFO SUAREZ
Un tal González, Sergio del Molino, p. 140
Qué bien peinado sonreía Suárez
desde el escaño. Qué bien acompañado parecía aquel hombre solitario que hizo del
disimulo un arte. Lo habían abandonado todos y acababa de descubrir que nunca
tuvo a nadie. Solo había llegado a la política y solo se iría unos meses
después, cuando no pudiera disimular las grietas de la cara, esos pedazos en el
suelo de los que hablaba Guerra. Pero Adolfo Suárez sonreía entero, ocultando
los dientes que le torturaban con dolores que tampoco expresaba.
En una tarde de insultos inspirados,
Guerra lo llamó el tahúr del Mississippi. Daba el tipo. Era fácil imaginarlo en
la mesa del fondo de un casino, echando faroles y sacando los ases de la
baraja. Algunos decían que llevaba pistola. No en el Congreso, pero sí que
tenía una a mano y sabía usarla. Se pasaba de valiente, según algunos. Incluso
quienes creían que para presidir esa España hacía falta carácter lo tenían por
demasiado firme. Le faltaba un punto de blandura demócrata para ser Kennedy.
Adolfo Suárez venía de la
provincia más provinciana, Ávila. La familia de su madre tenía algún posible en
el pueblo de Cebreros, pero su padre era un viejo republicano que sobrevivió
como un pícaro y enseñó a su hijo a no fiarse de nadie, ni siquiera de él. Sin
más pedigrí que su ambición, el joven
Adolfo se abrió paso entre el alto funcionariado del Movimiento. Impresionó con
sus dotes aduladoras al ministro-secretario José Solís, que era lo más parecido
que tenía el franquismo a un reformista. Solís lo apadrinó y lo acompañó en una
carrera gris por los andamiajes administrativos del régimen, hasta que su
pupilo se colocó en la dirección de Televisión Española. Desde allí desplegó
las artes del disimulo, que incluían ciertos atributos de camaleón: sabía ser
el mejor invitado en las fiestas de las masías del Ampurdán, donde compadreaban
los jefes de correajes y camisas azules, y hablaba bien la lengua de los
derrotados cuando le tocaba fumar en compañía de un crítico o de un opositor.
Se inspiraba entonces en el gesto de su padre, el republicano viejo y
desahuciado, y transmitía ese frío de exilio que los antifranquistas reconocían
al primer vistazo.
INCIPIT 1.327. TODO VA A MEJORAR / ALMUDENA GRANDES
El Gran Capitán comprendió antes que nadie que el coronavirus iba a cambiarlo todo.
Juan Francisco Martínez Sarmiento
acababa de estrenar apodo. A los cuarenta y siete años recién cumplidos, había
culminado una carrera profesional meteórica con dos nombramientos casi
simultáneos. En la tercera semana de 2020 se había convertido en el director ejecutivo de una gran empresa
energética, líder nacional en renovables, y en el vicepresidente mejor valorado para suceder al presidente de la
CEOE. Tenía motivos para sentirse orgulloso de sus logros porque no sólo
destacaba entre los grandes empresarios españoles por su inteligencia,
equiparable a una audacia que rayaba con la temeridad. También llamaba la
atención por sus orígenes. Más allá de la fortuita eufonía de sus apellidos, no
había heredado nada de sus padres. Tercero
entre los cinco hijos del propietario de una ferretería del barrio de Tetuán y
de una señora dedicada a sus labores, había tenido que luchar como una fiera
por cada beca, por cada puesto, por cada ascenso. Hasta ahora. Porque
precisamente ahora, cuando ya no tenía la necesidad de apostar, de jugarse la
vida en cada movimiento, todo se estaba yendo al carajo.
-¡Qué putada!
STRACHEY
Bloomsbury, Leon Edel, p. 351
Strachey disfrutó de su recién
estrenada fama. Frecuentó la alta sociedad, fomentó a toda una serie de nuevas
anfitrionas allá donde Lady Ottoline habia ocupado previamente el trono en
solitario. El dinero llegaba a raudales. Con La reina Victoria se hizo lo
bastante rico para comprar su propio Ferney y no depender de la amabilidad de
sus amigos. Pagó sus deudas al contado y también por medio de dedicatorias.
Dedicó Victorianos eminentes al matemático H. T. J. Norton, quien le había proporcionado
fondos para una de sus casas. Isabel y Essex a Maynard Keynes, que de algún
modo fue uno de los propietarios de Tidmarsh. A Virginia Woolf le dedicó su
Reina Victoria. Ella le correspondió con su primera colección de ensayos, El
lector común. Virginia examinaba la obra de Strachey con grandes reservas. Le
gustaba su madurez personal, su encanto, su ardor. No le gustaba su prosa. Era
viva y frágil, totalmente superficial y cargada de tópicos; sin duda, era una
forma brillante de periodismo. En las páginas iniciales de Isabel y Essex
leemos frases como «la sangre fluía por sus venas con vigorosa vitalidad» o «la
nueva estrella, que apareció con suma rapidez, fue vista repentinamente
brillando sola en el firmamento». Imágenes tan gastadas, palabras tan deterioradas
por el uso hicieron que Virginia decidiese en privado que Lytton no era «de
primera clase». Y pudo reírse a su vez del gran burlón. No se ha señalado que
su histórico pastiche Orlando, que centra su atención en Knole y Vita
Sackville-West, es también una brillante parodia de la prosa histórica de
Strachey. Lytton tenía un estilo personal en todo lo que hacía, pero decididamente
no era un “estilista».
VIRGINIA
Bloomsbury, Leon Edel, p. 128
Aquel hermano adulto «prodigaba
caricias, frases cariñosas, peticio.p.es y abrazos como si, después de cuarenta
años en la selva australiana, hubiese vuelto por fin al hogar de su juventud y
hubiera encontrado una madre anciana que todavía vivía para darle la
bienvenida». Virginia repetía que era «anormalmente estúpido». No consiguió
aprobar ningún examen, rechazaba todo razonamiento y sólo decía «Bésame,
bésame, querida mía». Los besos eran los sustitutos de la razón. «Sus pasiones crecieron
y sus deseos se hicieron más vehementes», de forma que Virginia se sentía como
«un pececillo desafortunado, encerrado en un mismo depósito con un tiburón
turbulento y voluminoso».
Virginia relata la escena
culminante como una escena de seducción, al parecer con cierta exageración.
Había ido con George a una de aquellas fiestas interminables en las que su amor
propio sufría terriblemente. Describe a los Holman Hunt en su más brillante
estilo. «Las señoras eran corpulentas y desaliñadas, los caballeros de frentes
despejadas llevaban pantalones cortos de vestir que, en algunos casos, dejaban
asomar un par de brillantes calcetines rojos de estilo prerrafaelista. George se
introdujo entre ellos como un príncipe disfrazado. Yo me uní rápidamente a un
grupo de señoras de Kensington ... » El pintor Holman Hunt, que vestía una bata
que le llegaba a los pies, peroraba acerca de las ideas que le habían impulsado
a pintar La luz del Mundo; bebía cacao a sorbos mientras se acariciaba su larga
barba. El tono de la reunión era «brillante y altruista». «Por fin, por fin, se
acabó la velada», escribió Virginia. Cuando volvieron a Hyde Park Gate se fue a
su habitación, se quitó el vestido de satén del que desprendió un ramillete de
claveles, y empezó a pensar en las lecciones de griego.
«En mi mente daban vueltas muchas
cosas diferentes: diamantes y condesas, cópulas, los diálogos de Platón.» Pensó
en lo agradable que sería dormirse y olvidarlo todo. Estaba casi dormida,
cuando la puerta crujió. «No tengas miedo», musitó George. -«No enciendas la
luz, oh querida, querida», y «se arrojó sobre mi cama y me tomó entre sus
brazos». A lo que Virginia añadió: «Sí, las señoras de Kensington y Belgravia
no supieron nunca que George Duckworth ejercía no sólo como padre y madre,
hermano y hermana de aquellas pobres jóvenes Stephen; era su amante también”
INCIPIT 1.326 . LOS HERMANOS TANNER / ROBERT WALSER
Una mañana, un joven de aspecto adolescente entró en una librería y pidió ser presentado al dueño. Hicieron lo que deseaba. El librero, un hombre mayor y de muy venerable porte, clavó una penetrante mirada en el personaje algo tímido que tenía delante y lo invitó a que hablase.
-Quiero ser librero -dijo el juvenil principiante-, es un deseo muy intenso y no sé qué podría impedirme llevar a cabo mi propósito. El oficio de librero me ha parecido siempre fascinante y no veo por qué habría de consumirme más tiempo lejos de tan entrañable y hermosa ocupación. Pues tal como ahora me ve aquí ante usted, caballero, me considero extraordinariamente apto para vender libros en su tienda, y tantos como pudiera desear vender usted mismo. Soy un vendedor nato: amable, ágil, educado, rápido, más bien parco en palabras, resuelto, calculador, atento y honrado, aunque no tan neciamente honrado como quizá parezca. Puedo hacer rebajas si veo ante mí a un pobre estudiante, y disparar los precios para hacerles un favor a esos ricachones que, sospecho, a veces ya ni saben qué hacer con su dinero. Pese a mi juventud, creo conocer un poco al ser humano, y además me gusta la gente, por muy distinta que sea
INCIPIT 1.325. UN TAL GONZALEZ / SERGIO DEL MOLINO
Antes de empezar
No quisiera faltar al respeto al
lector explicándole una novela que entenderá sin ayuda, pero me siento obligado
a apuntar un par de cuestiones, no tanto para aclarar qué he escrito, sino qué no he escrito. Esto no es un libro de
historia, ni una biografía de Felipe González, ni una crónica periodística, ni
un ensayo político. Quien busque esos géneros los encontrará en abundancia en
otros sitios. Aquí se novela una parte de la historia de España (de 1969 a
1997, con unas catas en el tiempo de escritura, los años 2018-2022) a través de
quien fue el presidente que asentó la democracia y propició el cambio histórico
más profundo y espectacular del país. Quien lo narra es un hijo de la
democracia, un escritor nacido en 1979 que observa a la generación de sus
padres.
En los códigos audiovisuales, la
etiqueta «basado en hechos reales» significa que el autor ha contado una
historia de ficción a partir de sucesos y personajes que existieron o existen. La
correspondencia entre lo narrado y lo que los historiadores consideran cierto
depende tan sólo de la voluntad del narrador, y cualquier espectador entiende
que la Isabel II de la serie The Crown es un personaje inspirado en la Isabel
II real, pero no pretende ser ella. En la literatura, esto sólo funciona así
con la novela histórica, donde se sobreentiende que el novelista hace más o
menos lo que quiere con su Julio César, aunque para construirlo haya estudiado
al Julio César real.
La única diferencia entre una
novela histórica y esta es que la persona que inspira a mi protagonista, así
como muchos personajes secundarios, está viva, y los sucesos reales en los que me baso son tan recientes que muchos
lectores los tendrán frescos en su memoria.
JM KEYNES
Bloomsbury, Leon Edel, p. .78
Los que se burlan por sistema del «detalle significativo» no lo comprenderán, pero para los que saben cuánto expresan los hombres y las mujeres en las cosas más pequeñas que hacen, el juego de diagnósticos privados de Maynard Keynes añadía un amplio margen de certeza -si no de infalibilidad- a sus juicios. Giovanni Morelli utilizó este juego cuando buscaba el detalle significativo que escondía todo cuadro: podía ser un uso especial del pincel, la manera particular de pintar unas uñas o unos lazos, el revelador trazo marcadamente expresivo; todos ellos eran sellos de la «personalidad». El genio de Freud se derivó exactamente de este tipo de observación, unida a su destreza para utilizar el conocimiento escondido en ella. El biógrafo de Maynard, muy apropiadamente, sintió la necesidad de hablarnos de sus manos: «Eran suaves, de dedos largos y delicados.» No llevaba guantes de cabritilla; tenía la costumbre de meter cada mano en la manga del brazo contrario de forma que quedaban invisibles. Maynard, que en ocasiones podía desnudarse totalmente, no quería exhibir sus manos desnudas. Harrod interpretaba ese gesto como indicador de su «sentido del reposo», de su forma de instalarse para ver, absorber, aprender, racionalizar. Pero ¿no era más bien la consecuencia de la vertiente inescrutable de aquel genio sobresaliente, a veces abrumador? Sus manos, metidas en las mangas «como una gata que oculta sus garras bajo su cuerpo» ... En tales momentos Maynard se convertía en un misterio para el mundo.
En la foto, la casa de JM Keynes
BAYREUTH
Agua y jabón, Marta . Riezu, p.175
Hay una magia específica en
Bayreuth. Así como la hechicería de Wagner puede conjurarse en otros teatros o
con un buen equipo HiFi en casa, ese microcosmos bávaro reúne elementos irrepetibles:
un espacio escénico único, la complicidad de un público culto y un inmovilismo
formal innegociable. Ha pasado siglo y pico, y ningún arquitecto se ha atrevido
a copiar ese foso que esconde a los músicos y eleva la música. Ante todo, por
un pacto de respeto implícito, pero también porque no es fácil copiar lo
genial.
Cuando Wagner crea Bayreuth
-después de no pocas dificultades, sablazos a Luis II de Baviera incluidos-
está invocando la dramaturgia griega. Para esa inmersión de los sentidos hay
que despejar el escenario, y nada tiene más potencial de distracción que la
orquesta. ¿Cómo encontrarle un nuevo lugar? Aparece el hallazgo: un foso
semiabierto entre la escena y la primera fila. Busquen fotos, una sola imagen
basta para comprender. Wagner llamará al foso caracoleante «el abismo místico”.
La sobriedad y pequeño tamaño del
teatro, construido en materiales económicos -madera, ladrillo, sin telas
lujosas – hizo más único su sonido. Del foso emerge la música ensamblada, proyectada
hacia el escenario. Las voces de los cantantes no han de superar el muro
sinfónico de la orquesta. El conjunto llega en limpia plenitud a los oídos de
la sala. Les decía que no he ido nunca, por mucho que me fascine toda esta
singularidad. El principal motivo -además de la extrema dificultad de conseguir
entradas- es que no sé nada de ópera. Durante ese mes veraniego de
representaciones se vive solo para la música. Días y días sentados cuatro horas
en sillas plegables de madera duras como el demonio. Sin aire acondicionado, para
proteger la voz de los cantantes. Los años de calor insoportable los bomberos
mojan la cubierta del edificio. Cuando empieza la obra se cierran las puertas,
y no hay pasillo central: no hay modo de huir sin llevarse miradas asesinas. A cambio,
otro espectáculo de propina: el público mismo. En los largos entreactos, un
señor alto de pelo blanquísimo vestido de smoking piensa en sus cosas frente al
busto de Cosima Wagner, parejas elegantes hacen picnics en el césped, alguien lee,
viejos amigos se reencuentran. Ni un imbécil a la vista.
SARGADELOS
Agua y jabón, Marta D. Riezu, p. 168
La Sargadelos que me gusta es la
de 1960, que recoge el legado de la de 1806, afrancesada, nacida del mismo
paisaje: caolín, cursos de agua, leña. El impulso de Seoane y Díaz Pardo la
hará crecer de negocio a símbolo, con fundamentos políticos y humanistas. La
empresa concebida como una asociación de intereses intelectuales, opuesta a la
empresa que especula con una cantera de recursos. Aquello que tiene raíces es
lo que tiene posibilidad de labrarse un futuro.
Todo lo genuino parece nacer con
una maldición encima, y atrae como un imán a la codicia. Hagan la prueba: creen
algo especial. Si prospera lo suficiente, no duden de que en algún momento
aparecerá alguien con ideas totalmente equivocadas. Solo les hablará de
números. No me malinterpreten: vivan los números y viva el dinero, pero siempre
subordinados a las personas, jamás al revés. Si los beneficios se reinvierten
en objetivos sociales y culturales, no se pierden: se multiplican. Pero, claro,
los accionistas tocan a menos.Y los accionistas suelen ser muy descreídos respecto
a los intangibles.
Alrededor de 2002, en Sargadelos
la cosa se pone fea, y por ahí aparecen palabras tan horrendas como viabilidad,
explotación u órgano directivo. Si las oyen alguna vez, huyan en dirección
contraria. Que algo sea legal sobre el papel no significa que sea honorable.
Solo añadiré que estoy del lado
Díaz Pardo, a muerte. ¿Siguen siendo bellos los productos de Sargadelos?
Contestaré a la gallega: sí y no. Ustedes tienen ojos en la cara, y una mente despierta,
y un corazón intuitivo. Estoy segura de que en el catálogo sabrán distinguir
entre aquellos objetos con fuerza, y los nacidos de un plan de negocio.
Por cosas así es importante
conocer siempre la historia de lo que compramos.
MOISES
La ciudad de los vivos, Nicola Lagioia, p. 433
Almorcé en una fea taberna cerca
de via Cavour. Dado que aún me quedaba tiempo antes de la cita siguiente, me dIrigí
a San Pietro in Vincoli. Subí los peldaños de la escalinata de los Borgia,
perpetuamente en sombra a causa del arco que la cubre, y al mismo tiempo
vivificada por una cascada de enredaderas. En lo alto, vi la fachada lisa y
regular de la iglesia. Entré en la nave lateral, caminé hasta encontrarme frente
a la estatua. Había estado allí durante casi quinientos años, y permanecería
allí mucho después de nuestra muerte. Caso raro de enigma en su grandiosidad,
sobre el Moisés de Miguel Ángel nunca dejaba de hablarse. Sigmund Freud, cuando
estaba en Roma, iba a San Pietro in Vincoli cada día, permanecía alli durante
horas intentando entender; se iluminaba de esperanza cuando pensaba que había
captado algo importante, se desmoralizaba cuando la intuición se diluía. Miraba
los brazos musculosos de la estatua, las tablas de la ley bajo el brazo
derecho, la mano izquierda descansando en el regazo, los dedos de la mano
derecha asidas a los rizos de la barba, la pierna izquierda levantada de modo
que solo la punta del pie tocase el suelo, su cabeza vuelta a la izquierda y,
en su mirada, una mezcla de rabia, desprecio y dolor. Para muchos, Miguel Ángel
había documentado el momento inmediatamente anterior a cuando Moisés, indignado
por el comportamiento de su pueblo, rompe las tablas arrojándolas al suelo.
Luego aferra el becerro de oro, lo quema en el fuego, lo tritura hasta
convertirlo en polvo, esparce el polvo en el agua y hace que los israelíes se
la traguen. Pues bien, después de la enésima visita, observando la estatua sin
pausa, Sigmund Freud pensó de pronto que había tenido una revelación. Es decir,
le pareció que Miguel Ángel, al esculpir su Moisés, había realizado un poderoso
gesto arbitrario atreviéndose a cambiar la narración bíblica, documentando lo
que no está en el Libro: no la ira a punto de estallar, sino la ira reprimida.
El Moisés de Miguel Ángel, según Freud, después de un rápido tormento interior,
una misteriosa batalla consigo mismo, cambia de propósito. La indignación queda
domada, la violencia se disuelve, el dolor empieza a ser tratado. El profeta ya
no rompe las tablas contra el suelo, y, precisamente por eso, las tablas, es
decir, la ley, adquieren un nuevo significado.
MOISES
La ciudad de los vivos, Nicola Lagioia, p. 176
El taxi se detuvo en Santa Maria
Maggiore. No lejos estaba San Pietro in Vincoli. Había estado allí unos días
antes, había superado la umbrosa escalera que lleva a la basílica, luego entró,
se quedó para observar el objeto del supremo malentendido de tantos y tantos
turistas. A los ojos de los idiotas, el Moisés de Miguel Ángel era la
quintaesencia de la fuerza interior, la glorificación de la fe que hace
posibles las mayores hazañas. Nada podría ser más falso: era la documentación
de un fracaso. Si quien llegaba hasta ahí se hubiese tomado la molestia de
informarse, leyendo al menos dos páginas en algún libro de texto de historia
del arte, habría sabido que la mirada apasionada de Moisés no expresaba fe,
sino agravio. Miguel Ángel había paralizado al profeta instantes antes de descargar
la furia, cuando, tras descender del Sinaí con las Tablas de la Ley, sorprende
al pueblo elegido bailando alrededor del becerro de oro. En el instante
posterior -lo que la estatua no documentaba- Moisés destroza las tablas
lanzándolas contra el suelo.
INCIPIT 1.324. GEMA / MILENA BUSQUETS
Para mí Gema siempre ha sido el nombre de una muerta. Bueno, no siempre, desde hace unos treinta años, que es casi lo mismo. Murió a los quince. Dos años después murió mi padre. Sin embargo, sobre su nombre no cayó ninguna maldición. Soy capaz de oír a mis hijos interpelar a sus padres sin pensar en el mío, sin sentir ninguna pena ni extrañeza, y cuando alguien pronuncia su nombre, «Esteban», solo pienso: «Mira, como papá.» En cambio, cuando me presentan a alguna mujer llamada Gema y al levantar la mirada no reconozco la hermosa melena oscura, la tez pálida y los ojos inquisitivos y burlones de mi amiga, pienso: «No, tú no eres Gema. En absoluto.»
¿Qué quiere decir Gema? ¿Piedra? ¿Cómo
piedra preciosa? ¿ Una gema? Gem, ¿en inglés? En Inglaterra no hay nadie que se
llame Gem, pero creo que hay unas cuantas «Gemas».
INCIPIT 1.323. LA CIUDAD DE LOS VIVOS / NICOLA LAGIOIA
El 1 de marzo de 2016, un martes con escasas nubes, las puertas de entrada del Coliseo acababan de abrirse para permitir a los turistas admirar las ruinas más famosas del mundo. Miles de cuerpos caminaban hacia las taquillas. Uno tropezaba con las piedras. Otro se ponía de puntillas para calcular la distancia hasta el Templo de Venus. La ciudad, allá arriba, estaba cocinando la ira en su propio tráfico, en los autobuses averiados ya a las nueve de la mañana. Los antebrazos pronunciaban los insultos por las ventanillas abiertas. En el bordillo, los guardias rellenaban multas que nadie pagaría nunca.
-Sí, hombre, sííí ... ¡pues vaya
usted a contárselo al alcalde! -La empleada de la taquilla número cuatro
estalló en una carcajada burlona, provocando la hilaridad de sus compañeros.
El anciano turista holandés la
miró atónito desde el otro lado del cristal. En su puño blandía las dos
entradas falsas que dos falsos empleados del recinto arqueológico le habían
vendido poco antes.
Esta, la de ir a protestarle al
alcalde, era una de las chanzas más repetidas de las últimas semanas. Nacida en
las oficinas municipales, se había difundido entre los taxistas y los hoteleros
y los basureros y los vendedores de granizados a los que, a falta de una
autoridad más evidente, acudían los turistas para pedir ayuda ante los
infinitos contratiempos de la ciudad.
El holandés frunció el ceño.
¿Sería posible que también la verdadera autoridad, la que iba con uniforme
oficial, le estuviera tomando el pelo? Por detrás de él, la multitud aumentaba su
barullo.
-¡El siguiente!
MONDO DI MEZZO
La ciudad de los vivos, Nicola Lagiola, p. 181
Cuando llegué, veinte años atrás,
no conocía a nadie. Tenía poco dinero y un trabajo ridículo y, sin embargo, a
las pocas semanas la ciudad ya me había abrumado con su desordenada generosidad;
era caótica, vital, tremendamente cínica, por lo tanto, incapaz de tomarse en
serio su propia maldad. Si tenías un mínimo de ambición, te la echaban por
tierra; si te atrevías a confesar que querías abrirte camino en la vida, o
incluso triunfar, te daban una palmadita en la espalda y empezaban a burlarse
de ti. ¿Dónde te creías que estabas? Roma existía desde hacía 2. 700 años, las
había visto de todos los colores, contenía la irrepetible concentración de
parálisis y artificio retórico de la política italiana, albergaba además el
epicentro de la desilusión teocrática mundial. Por aquí, la gente no era tan
ingenua como para pensar que la autoafirmación o, peor aún, la gloria, valieran
algo en sí mismas. En Roma conocías a gente de todos los tipos, te mezclabas
con otros cuerpos; si la cosa te iba bien, te metías algo de dinero en el
bolsillo, te morías, y el ponentino barría hasta las cenizas de tu recuerdo.
Todo permanecía suspendido entre la armonía y
el desorden, la belleza y el abandono, la sociabilidad y la decadencia. Luego,
sin embargo, todo empezó a deslizarse rápidamente hacia la parte nocturna. Hubo
el escándalo del Mondo di Mezzo. La investigación involucraba a particulares y
a cargos institucionales por delitos de todo tipo. Adjudicaciones manipuladas, corrupción,
estafas, especulación en sectores como la vivienda social, la inmigración, la
recogida de residuos; compra y venta de funcionarios públicos, extorsión,
reciclaje ... algo gigantesco. El nombre de la operación lo habían tomado de
una escucha telefónica de los carabinieri: «Es la teoría del Mondo di Mezzo,
tío -decía uno de los interceptados-, los vivos están arriba y los muertos
abajo. Nosotros estamos en el medio porque hay un mundo, un Mondo di Mezzo,
donde todos se encuentran. Tú dices: "Coño, ¿cómo va a ser posible ... no
sé, que mañana me encuentre cenando con Berlusconi?". En cambio, es
posible. En el Mondo di Mezzo todos se encuentran con todos. Encuentras
personas del supramundo porque tal vez tienen interés en que alguien del
inframundo le haga algunos favores que nadie más puede hacerle».
INCIPIT 1.322. VENGO DE ESE MIEDO / MA OESTE
Quiero matar a mi padre. No metafóricamente ni en la ficción de una novela en la que lo he matado cada vez que la narración abría la más mínima posibilidad de hacerlo. Incluso cuando ni siquiera le atribuía al personaje del padre rasgos del mío, desarrollaba la acción para que muriese. Desde que recuerdo, he fantaseado con las formas en las que moría, en las que ponía fin a su vida. Y lo hacía con rabia, con rencor, con desasosiego.
Para mí ha sido muy difícil
querer a mi padre, pero tampoco ha sido fácil odiarlo.
Durante muchos años, estos
sentimientos avivaron el deseo de acabar con él. Tal vez así pudiera liberarme
de la aprensión y la influencia dañina que tenía sobre mí. Sentía que al
hacerlo me estaba liberando del miedo que me producía su figura, una figura que
iba creciendo en mi interior, que se había instalado como una tenia
alimentándose de mi organismo.
Aún siento su influencia.
Nada es tan sencillo. Nunca lo
es.
Mi pensamiento asesino me
encadena a esa idea del pasado de la que soy incapaz de desprenderme.
INCIPIT 1.321. LA LECCION DE ANATOMIA / MARTA SANZ
APRENDER A LEER EL RELOJ
Tardé mucho en aprender a atarme
los cordones de los zapatos. Por eso, siempre fui una alumna atenta en clase,
consciente de mis limitaciones con las matemáticas y de mi falta de habilidad
con la costura. No existe una imagen más siniestra que la de una niña con la
aguja y el hilo en la mano, concentrada, acercando los ojos a su retalillo,
fingiendo ser otra persona, adoptando el escorzo de una anciana corta de vista.
El aprendizaje, el descubrimiento, la maravillada perplejidad, el instinto curioso,
las bellas palabras con que nos conducen al dolor de desasnarnos nos colocan sobre una
superficie quebradiza, no por lo que no sabemos, sino por lo que nos cuesta
aprenderlo: resulta vergonzante exhibir las limitaciones frente a un maestro, de quien buscas aquiescencia y a
veces, en las situaciones más neuróticas de la niñez, incluso admiración. Tardé
mucho en aprender a atarme los cordones de los zapatos y mi madre sudó para
enseñarme a manejar los números quebrados y los decimales. Lo he olvidado todo
menos mi propio orgullo herido y la desilusión de mi madre por mi torpeza y
lentitud.
Por eso, se me hacía un nudo en
el estómago al comprobar que se iba acercando el día de aprender a leer la hora
en el reloj, antes de que se celebrara mi primera comunión y me regalaran un
objeto que para mí sería inútil.
MARTA SANZ
La lección de anatomía, Marta Sanz, p. 105
La tía Pili, como la tía Maribel,
como la abuela Juanita, también venía a visitarnos a Benidorm en su periodo de
la magnificencia buena. El día que ahora rememoro está en nuestro piso,
disfrutando de las vacaciones de verano. Abajo se oyen los berridos de los
muñecos llorones y de las castañuelas que no dejan de repicar en las tiendas de
souvenirs, como reclamo para atraer a los turistas. Las tiendas de souvenirs
son otra enumeración caótica dentro de Benidorm como enumeración caótica en sí
misma: gitanas, instrumentos musicales, flotadores, gafas y tubos de bucear,
toallas, figuritas, bañadores, peluches, llaveros, petacas, cassettes,
delantales graciosos, cremas para el sol, ensaladeras y bandejas, gorritos,
túnicas, alimento para peces, semillas y bulbos. Desde la terraza, observo
hipnotizada las mercancías. Los objetos me llaman, me están llamando, y yo
utilizo malas y buenas artes para que quienes pasan por mi casa me compren una
gitana, una colchoneta o un llorón. Casi nunca lo logro porque, cuando por fin
un pariente se enternece, se pone los pantalones y va a bajar a la tienda de
souvenirs llevándome de la mano para que yo elija lo que más me guste, mi madre
me boicotea.
-Ni se te ocurra comprarle nada.
¿Tú has visto cómo tiene la habitación?
INCIPIT 1.320. PEQUEÑAS HERIDAS MORTALES / BELEN GOPEGUI
Presentación
Los personajes no pueden salir de
sus libros a no ser que alguien les convoque. Alguien me ha convocado y escapo cada
mañana de mi novela. Me siento en un bar con un café y te escribo. Llevo un abrigo de mangas largas de esos que cubren
las manos hasta donde empiezan los dedos y tengo ojos color de cáscara de nuez.
Si vinieras conmigo, amiga
persona, hablaríamos de trivialidades, eso que en inglés llaman conversación
pequeña y aquí podría llamarse charla o palique. Como no estás, a veces hago
preguntas grandes y, como no me frenas con una broma, me pongo a contestarlas.
«Vivir», escribió Joáo Guimaráes Rosa en su novela Gran Serton: Veredas, «es un
asunto muy peligroso». Y también: «Todo lo que hay es aviso». Las novelas son así.
Quienes escriben teorías sobre
las decisiones dicen que hay tres maneras de decidir. La primera, en
condiciones de certeza: cuando sabes -o crees que sabes, ah, menuda diferencia-
cuál será el resultado de cada una de las acciones posibles. La segunda, en
condiciones de riesgo: cuando desconoces qué pasará pero puedes hacer un
cálculo de probabilidades.
INCIPIT.1.319. LA SENDA DE ARISTOTELES / EDITH HALL
Las palabras «feliz» y «felicidad» son muy trabajadoras y productivas. En inglés, por ejemplo, uno puede comprarse un Happy Meal o tomarse un cóctel por poco dinero durante una happy hour. Las «pastillas de la felicidad» nos ayudan a mejorar nuestro estado de ánimo, y en las redes sociales podemos enviar emoticonos felices y contentos. Tenemos la felicidad en muy alta estima. La canción «Happy», de Pharrell Williams, fue número uno y el tema más vendido de 2014 en los Estados Unidos y en otros veintitrés países. Según este cantante y compositor, la felicidad es un momento de júbilo pasajero, un estado de ánimo que consiste en sentirse como un globo de aire caliente.
No obstante, la felicidad nos
provoca confusión. Casi todo el mundo cree que quiere ser feliz, entendiendo la
felicidad como un prolongado estado psíquico de satisfacción (a pesar de lo que
dice Williams en su canción). Si decimos a nuestros hijos que «solo queremos
que sean felices», lo que queremos decir es «felices siempre». Por paradójico
que parezca, en nuestras conversaciones cotidianas es mucho más frecuente que
la felicidad se refiera a una alegría trivial y momentánea: una comida, un
cóctel, un correo electrónico ...
INCIPIT 1.318. LAS HEREDERAS / ALEXIA DE LA CRUZ
Cajas, cajitas, joyeros, pastilleros, urnas, estuches, jarrones. Esta casa que ahora les pertenece alberga un museo de recipientes. De marfil, de madera de pino, de ébano, de barro, de porcelana, de cristal, de los papeles satinados que se utilizan en papiroflexia. Nora los revisa de uno en uno, peinando de abajo arriba y de izquierda a derecha cada superficie del salón, y casi siempre tantea vacío, o papel de mocos, o monedas de céntimo y pilas gastadas, pero de vez en cuando grita ¡bingo! y se guarda un Valium en el bolsillo trasero del pantalón, que, después de una hora de rastreo, comienza a estarle prieto. También tiene la boca pastosa de masticar polvo antiguo y le gustaría hacer un descanso para tomarse una cerveza, pero no puede parar, no puede parar; está en plena contrarreloj y no puede, no puede perder. Escucha los pasos nerviosos de su hermana en el piso de arriba y sabe que, en cuanto las diligentes manos policiales de Olivia terminen de inspeccionar los dormitorios y el cuarto de baño grande, volverá a la planta baja y requisará lo que quede. Así que Nora, en mitad de sus vacaciones sin sueldo, se encuentra de nuevo a la carrera, trabajando bajo presión, midiéndose con un deadline ... Encerrada en la vorágine compulsiva que se ha tragado su vida adulta, vaya. Esto haces, esto eres.
INCIPIT 1.317. HOMBRES ELEGANTES / MILENA BUSQUETS
Empecé a escribir artículos en la prensa al poco tiempo de la publicación de mi segunda novela, También esto pasará. Tenía claro que a pesar de las presiones externas e internas tardaría unos años en ponerme a escribir de nuevo. Entre el primer libro y el segundo habían pasado siete, y no veía razón alguna para acelerar ese proceso largo, solitario, complicado y a ratos incluso feliz que supone la gestación de una novela.
Mi editor español, Jorge
Herralde, tal vez intuyendo mis nulas intenciones (y capacidades, ¡qué más
quisiera yo!) de convertirme en uno de esos autores que escriben un libro cada
dos o tres años, me aconsejó que aceptara la propuesta de colaborar con un
medio escrito, era un modo de seguir practicando la escritura, de mantener
cierto ritmo (iba a ser una colaboración semanal) y tal vez incluso de dar con
ideas para la siguiente novela. Como (casi) siempre, le hice caso.
No creo que haya libros menores. Me parece, por poner un ejemplo, que Las pequeñas virtudes, un escueto volumen de artículos de la extraordinaria Natalia Ginzburg, es, junto con Querido Miguel su mejor libro.
DELIBERAR
La senda de Aristóteles, Edith Hall, p. 81
Eubolia es el vocablo griego
empleado para denominar todo el proceso de deliberación y toma de decisiones;
por su parte, el verbo «deliberar», boukuesthai, está emparentado con voces
latinas como «volición» y el verbo inglés to Will. La euboulia designa la
capacidad de deliberar para uno mismo y, a la vez, reconocer la deliberación
competente y las decisiones racionales ajenas; incluye, por tanto, el pedir
consejo a asesores bien escogidos. La noción griega de deliberación estaba Íntimamente
relacionada con una comprensión compleja del gobierno; si incluso las personas
más corrientes han de ejercer bien el poder ejecutivo, tienen que ser
«deliberadores competentes». Por tanto, el término griego procede exactamente
de la misma raíz que el empleado para designar el Consejo democrático de los
atenienses (la Boulé), donde quinientos ciudadanos de todas las clases oían
consejos y reflexionaban sobre políticas y medidas legislativas antes de
proceder a votar en la Asamblea. George Washington pensaba en el Consejo de
Atenas cuando concluyó su discurso de toma de posesión (30 de abril de 1789)
resumiendo con claridad los propósitos de Aristóteles. Dios había bendecido al
pueblo americano con «oportunidades para deliberar con total serenidad» y
trabajar juntos para «fomentar su felicidad» con «las deliberaciones comedidas y
las sabias medidas de las que debe depender el éxito de este Gobierno».
Según Aristóteles, el proceso
afectaba por igual a las decisiones importantes -por ejemplo, cuánto dinero
dedicar a la defensa de un país- y a las menores, de carácter doméstico -qué
hacer con un adolescente rebelde.
EL PASEANTE
La senda de Aristóteles, Edith Hall, p. 30
Tradicionalmente, la escuela de
pensamiento aristotélica se ha denominado «peripatética», un término que
procede del verbo peripateo, que en griego antiguo, y en griego moderno también,
significa «salgo a caminar, a dar un paseo». Igual que Platón, su maestro, y
que Sócrates, el maestro de Platón, a Aristóteles le gustaba reflexionar
mientras andaba, y así lo hicieron después de él muchos filósofos importantes,
incluido Nietzsche, que en El ocaso de los ídolos insistía en que «solo tienen
valor los pensamientos que nos vienen mientras caminamos». Sin embargo, a los
griegos antiguos les habría intrigado la figura romántica del sabio celebrada
por primera vez en Las ensoñaciones del paseante solitario, de Rousseau (1778).
Los griegos preferían andar en compañía, aprovechando el impulso hacia delante
que generaban sus enérgicos pasos para unirlo a la causa del progreso
intelectual y sincronizando el diálogo con el ritmo de sus pasos. A juzgar por
la magnitud de su contribución al pensamiento humano, y la cantidad de
influyentes libros que nos legó, Aristóteles debió de andar miles de kilómetros
con sus discípulos a través de los escabrosos paisajes griegos durante los
sesenta y dos años que vivió en esa tierra.
EL PRECIO DE VUESTRA NORMALIDAD ES NUESTRA MUERTE
Un apartamento en Urano, PB Preciado, p.271
La batalla legal de Gaetan
Schmitt para ser declarado de «sexo neutro» y la importante circulación del
documental Ni fille ni garçon, que sigue la trayectoria, entre otros, del
activista Vincent Guillot, han acercado al debate público en Francia las
demandas de los movimientos intersexuales. Si los años sesenta fueron el momento
de la emergencia de los movimientos feministas y homosexuales, podríamos decir
que el nuevo milenio se caracteriza por la visibilidad creciente de las luchas
trans e intersexuales. Se abre así la posibilidad de configurar una segunda
revolución sexual transfeminista, no estructurada en forma de políticas de
identidad, sino construida a través de las alianzas de múltiples minorías
políticas frente a la norma.
Nuestra historia de la sexualidad
es tan increíble como un relato de ciencia ficción. Después de la Segunda
Guerra Mundial, la medicina occidental, dotada de nuevas tecnologías que
permiten acceder a diferencias de los seres vivos que hasta entonces no eran
visibles (diferencias morfológicas, hormonales o cromosómicas), se confronta
con una realidad incómoda; existen, desde el nacimiento, cuerpos que no pueden ser
caracterizados simplemente como masculinos o femeninos: penes pequeños,
testículos no formados, falta de útero, variaciones cromosómicas que exceden XX/YY
... Bebés que ponen en jaque la lógica del binarismo. Se produce entonces lo
que en la terminología de Thomas Kuhn podríamos llamar una crisis del paradigma
epistémico de la diferencia sexual. Hubiera sido posible modificar el marco
cognitivo de asignación sexual, abriendo la categoría de lo humano a cualquier
forma de existencia genital. Sin embargo, lo que ocurrió fue exactamente lo
contrario. Se declara «monstruoso », «inviable» y «discapacitado» al cuerpo
genitalmente diferente, sometiéndolo a un conjunto de operaciones quirúrgicas y
hormonales que buscan reproducir la morfología genital masculina o femenina
dominante.
Los macabros protagonistas de
esta hisroria (John Money, John Hampton y Andrea Prader) no son ni físicos
nucleares ni militares. Son pediatras. A partir de los años cincuenta se
generaliza el uso de la «escala Prader» ( un método visual que permite medir lo
que denominan «la virilización anormal de los genitales» en los bebés
estudiando la longitud y la forma de los órganos) y el «protocolo Money» (que
indica los pasos que hay que seguir para reconducir un bebé intersexual hacia
uno de los dos polos del binario, masculino o femenino). Se impone como rutina hospitalaria la mutilación genital
de los bebés considerados como intersexuales. Si diversas convicciones
religiosas practican rituales de marcado y mutilación genital (clitiderictomía,
circuncisión ... ) que el Occidente supuestamente civilizado declara como
bárbaros, ese mismo discurso racional acepta como necesaria la práctica de
violentos rituales científicos de mutilación genital. Aquella ciencia ficción
porno-gore de los años cincuenta es hoy nuestra arqueología anatómica común.
HOMBRES ELEGANTES
Un hombre elegante lee. Un hombre elegante es generoso y lleva ropa vieja. Un hombre elegante no vocifera en Twitter. Un hombre elegante no usa tirantes ni chalecos, a no ser que sea un hombre elegante corpulento. Los tirantes y los chalecos son las dos únicas prendas que les quedan mejor a los gordos que a los flacos. Un hombre elegante suele ser inteligente, la tontería no es nada chic. Un hombre elegante no hace experimentos con su barba ni con sus patillas. Un hombre elegante ha leído a los novelistas rusos. Un hombre elegante no habla -más- de nacionalismo. Un hombre elegante sabe cambiar la rueda de un coche, sabe hacer arroz a la cubana y no les tiene miedo a los perros. A un hombre elegante le gustan los niños. A un hombre elegante le gustan las mujeres. La mayoría de los heterosexuales afirma adorar a las mujeres, pero no es cierto: en realidad se sienten más cómodos entre hombres. Un hombre elegante tiene amigas.
Un hombre elegante ha leído a
Proust. Un hombre elegante jamás come barritas energéticas. Un hombre elegante gasta
más en libros que en ropa. Un hombre elegante sabe remangarse la camisa,
literal y figurativamente. Un hombre elegante no se hace selfis. Un hombre
elegante no lleva joyas y tiene sentido del humor. Albert Camus, Samuel Beckett,
Miguel Delibes, Ernest Hemingway y Vladimir Nabokov eran hombres elegantes. Si
no saben qué ponerse para resultar elegantes, imítenlos, o mejor todavía:
léanlos.
VIVA LA ABERRACIÓN
Cuenta mi admirado Juan Marsé una anécdota que me encanta: un día cualquiera, no en Sant Jordi, fue a firmar ejemplares de sus libros a unos grandes almacenes. Los organizadores del evento le sentaron detrás de una mesa con varias pilas de su última novela y desaparecieron. Fueron pasando los minutos y las horas sin que llegara ningún lector.
Finalmente, Juan vio con cierto alivio cómo se le acercaba una
mujer. Cuando estuvo delante de él, le preguntó: «¿Cuánto vale?» Juan le
respondió, solícito: «Pues no lo sé, unos quince euros, creo.» Y cogió uno de
los libros para cerciorarse del precio exacto. Entonces la mujer le miró
perpleja y exclamó: «¡No, no! ¡El libro no! ¡La mesa! ¡¿Cuánto vale la mesa?!»
Y era Juan Marsé, uno de los mejores escritores de este país.
INCIPIT 1.316. PORQUE ELLA NO LO PIDIO / VILA-MATAS
INCIPIT 1.315. HISTORIA DE LOS ABUELOS QUE NO TUVE / IVAN JABLONKA
INTRODUCCIÓN
Partí, como historiador, tras las
huellas de los abuelos que no tuve. Sus vidas se terminaron mucho antes de que
comenzara la mía: Mates e Idesa Jablonka me resultan tan familiares como
absolutamente desconocidos. No son famosos. Se los llevaron las tragedias del siglo XX: el
estalinismo, la Segunda Guerra Mundial, la destrucción del judaísmo europeo.
No tengo abuelos por el lado
paterno: así ha sido siempre. Por supuesto que están Constant y Annette, los
tutores de mi padre y de mi tía, pero no es lo mismo. También están mis abuelos
maternos, que vivieron toda la guerra con una estrella en el pecho. En junio de
1981, antes de que yo cumpliera ocho años, les escribí para manifestarles mi
amor. Mi letra era grande y torpe. Llena de faltas de ortografía y corazones
dibujados al final de cada frase. Al pie del papel de carta, un elefantito con
gorra va en monopatín en medio de una jungla de flores gigantes. He aquí lo que
escribí: «Podéis estar seguros de que, cuando os muráis, pensaré en vosotros
con tristeza, toda mi vida. Aun cuando mi propia vida se acabe, mis hijos os
habrán conocido. Incluso los hijos de ellos os conocerán cuando yo esté en la
tumba. Para mí, vosotros sois mis dioses, mis dioses adorados que velarán por
mí, solo por mí. Pensaré: mis dioses me abrigan, da igual que vaya al infierno
o al paraíso».
INCIPIT 1.314. LOS CHICOS DE HIDDEN VALLEY ROAD / ROBERT KOLKER
1972
Colorado Springs, Colorado
Hermano y hermana salen juntos de
su casa, cruzan la puerta corredera de cristal de la cocina y acceden al jardín
trasero, Forman una extraña pareja, Donald Galvin tiene veintisiete afios, los
ojos hundidos en la cara, lleva la cabeza afeitada por completo y luce en el
mentón la sombra de una incipiente barba desaliñada de aires un tanto bíblicos.
Mary Galvin tiene siete años, la mitad de la estatura de su hermano, el cabello
rubio platino y la nariz chata.
La familia Galvin vive en Woodmen
Valley, una extensión de bosques y granjas encajada entre las pronunciadas
pendientes y los altiplanos de arenisca de la zona central de Colorado. Aquel
patio trasero huele al dulzor de los pinos, fresco y terroso. Allí cerca, los
arrendajos azules y los juncos vuelan disparados por el jardín rocoso donde un
azor llamado Atholl, la mascota de la familia, observa y vigila desde una “muda”,
un recinto que el padre de los Galvin construyó hace años. La pequeña va
delante, y así, hermano y hermana dejan atrás la muda de Atholl y ascienden por
un pequeño promontorio de rocas cubiertas de líquenes.
INCIPIT 1.313. LA FAMILIA / SARA MESA
LA CASA
Mírala desde el ojo del sueño. El
pasillo como centro geográfico y frontera. Estancias a los lados. Recórrelo sin
ser vista, de una punta a otra. O cruza, de una habitación a la de enfrente,
mediante un salto limpio. Arriésgate a entrar. Quizá ya hay alguien dentro, no
lo sabes. En caso de que sí, calla, recula. En caso contrario, no eches el
cerrojo. No hay cerrojo.
Mírala bien, antes de despertar.
Los puntos ciegos y las madrigueras. Palabras que significan justo lo contrario
de lo que aparentan, tramposillas. El peine que traza la ordenada raya en medio
y el revoltijo de pelos debajo del colchón. La puerta del armario que no cierra
del todo. La rendija que queda. Los ojos que espían.
No dejes de mirar, ahora que la
tienes ante ti, ardiendo tras los párpados. Calcula cuántos pasos hay entre una
esquina y su opuesta. Hazlo con precisión, es importante. Capta las diferencias
entre el clic del pomo al cerrarse y el clic al abrirse. Identifica el ronroneo
del teléfono justo antes del primer timbrazo. Ajusta el volumen de tu voz en la
respuesta, modula con cuidado el fingimiento.
INCXIPIT 1.312. UN APARTAMENTO EN URANO / PAUL B.PRECIADO
PRÓLOGO
Paul,
Cuando me preguntaste si quería
escribir este prólogo estábamos en el apartamento que ocupas en el centro de
París. Los lugares en los que te instalas parecen siempre celdas monásticas. Un
escritorio, un ordenador, unos cuadernos, una cama con un montón de libros que
yacen a su lado. Es extraño estar en tu casa sin estar en mi casa; eres la
persona con la que he pasado más tiempo
en mi vida y ese afecto, extraño y familiar al mismo tiempo, sigue siendo un
enigma para mí, como un sentimiento a medio camino entre el placer y el dolor,
o más bien ambos a la vez. Eso debe de ser la nostalgia.
Me preguntaste si iba a escribir
este prólogo y no me lo pensé antes de responder que sí. Vivíamos juntos cuando
empezaste a escribir estas columnas para el periódico Libération, y después de
separarnos continuaste enviándome tus textos para que siguiera leyendo tu
francés. Todos sabemos que Libération podría muy bien ocuparse de ello. Pero
esa era una forma de conservar un vínculo. Para mí, una manera de seguir
viviendo en tus palabras, de no perder el hilo de tu pensamiento.