Oscar Wilde decía de Henry James: “Escribe novelas como si cumpliese un penoso debe”. Nada más lejos para Juan Benet, aunque confiese que es difícil hacerlas… ¿Por qué escribe novelas?
Creo que escribo novelas cuando no tengo otra cosa mejor que hacer. Escribo cuando me apetece. No a diario, por supuesto. Ni me gano la vida con ello. Supongo que hago novelas porque las llevo dentro y ellas mismas luchan por ir saliendo a la luz.
Entrevista a JB en El País Semanal del 10 de abril de 1977; recogido en Cartografía personal, p. 110
P. Gimferrer ha observado en tu obra determinadas influencias de otras literaturas. De la anglosajona, concretamente.
R. La anlosajona, sí; sin duda. A Faulkner habrá que mencionarlo en primer lugar, aunque hace años que no lo leo. En un tiempo fue Sterne el que más leí. Y Henry James y, sin duda, Melvilla. ¿Y quién más? Tengo que ir a la biblioteca y mirarlo.
En Insula, n.269, abril de 1969, recogido en Cartografía personal, p. 24
Te quiero más que a la salvación de mi alma
INCIPIT 158. EL LOCO IMPURO / ROBERTO CALASSO
En un año impreciso, durante el reinado de Federico 11 de Prusia, la «admirable estructura» del Orden del Mundo sufrió una laceración, a la que habrían de seguir muchas otras, «según el principio de l'appétit vient en mangeant», Se cumplían, spiritualia nequitiae in caelestibus, guerras de sucesión intestinas, allende el sol azotaban los Hermanos de Casiopea, todo sonido era de complot, pero el confundido espíritu terrestre recibió los trastornos sin lograr entenderlos con claridad; ya hacía tiempo que los prodigios tendían a pasar inadvertidos, y sólo algunos viajeros dejaban caer breves alusiones sobre lo que sostenían haber visto con sus propios ojos, agregando, no obstante, que «los acontecimientos más grandes son aquéllos de los que se tiene noticia hasta el final», El cronista celeste, testigo-actor, esperó el festivo y obsceno asomo del siglo para empezar a narrar su fábula, entre febrero y septiembre de 1900, en el Instituto de los Nervios de Dios situado en Sonnenstein, cerca de Pirna, en Sajonia, un castillo dividido en cuatro alas, habitado entonces por seiscientos veinte pacientes «Que ron chasse cesfous!», había gritado Napoleón en 1813, aunque no había ordenado que saquearan sus provisiones), encomendados al consejero secreto, el doctor Weber. Entre ellos había un magistrado alemán de cincuenta y ocho años, descendiente de una ilustre familia de inexorables correctores de la humanidad: Daniel Paul Schreber, Senats-prasident, presidente de la Corte de Apelaciones, retirado –así firmaba entonces-o Su retiro era el Teatro del Mundo puesto al desnudo con horrible intensidad: en las pausas de su retiro se volvió analista de las torturas y las metamorfosis divinas, escribiendo las Memorias de un enfermo de nervios, que no dieron el resultado de iluminar al mundo sobre los acontecimientos
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