Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DESPENTES


Querido capullo, Virginie Despentes, p.73

Hasta entonces, el feminismo nunca me había parecido fundamental. Ya fuera en el cine o en el teatro, no era algo que me preocupara. Y añadiría que en los años ochenta y noventa, cuando veía a las feministas manifestándose, las consideraba más bien un fastidio. Algunas de ellas estaban obsesionadas con la mujer-objeto, y yo, en los carteles de las películas en que actuaba, siempre aparecía medio en pelotas, así que a veces, en un estreno, vacilaba a cuatro o cinco que andaban por allí repartiendo panfletos contra mi cosificación, haciendo como si yo no existiera. En otras ocasiones, se ensañaban escribiendo artículos asesinos porque yo había rodado una escena de sexo tórrido y eso podía no gustar, así que me caían por todas partes. Aunque tampoco puedo decir que me hayan incordiado demasiado; total, los últimos treinta años, en Francia apenas se ha oído hablar de ellas.

No me sentía concernida. Y cuando empezó el Me Too, mi primera reacción fue ir por ahí diciendo en el ambiente del cine «conmigo, ese señor Weinstein siempre se ha comportado como un perfecto caballero». Tonta tampoco soy, cuando me invitaron a hablar del asunto en la tele pública decliné. Pero en privado, ahí es donde me quedé: en Cannes. he visto a tantas actrices comportarse mal cuando comprendían de quién se trataba e intentaban conseguir el número de su habitación, que así de entrada no pude empatizar. Zoé Katana tiene razón, lo más extraño es el entorno. Weinstein, durante décadas, fue el rey del mambo. No solo he visto a chicas peleándose por acercarse a él, sino que he visto a los distribuidores enviando muchachitas al frente. Y sabían perfectamente lo que se hacían.  Y nadie tenía nada que decir al respecto. He visto a padres cuya carrera no había sido lo que ellos querían sacrificando a su propia hija adolescente como ofrenda. Y a toda esa gente, cuando el tipo cae de su trono, ya no los oyes decir ni pío. Eso vale con él como con todos los que han tenido problemas. A nadie en su entorno se le ocurría comentarle «eso que usted hace, señor, de hecho constituye delito».


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