Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

WIKILEAKS


La vida secreta, Andrew O'Hagan, p. 110
Cuando WikiLeaks empezó esta actividad en 201 O, dio la impresión, a mí me la dio por lo menos, como también a muchos otros, de que allí teníamos la mayor contribución a la democracia desde el final de la Guerra Fría. De pronto parecía posible una nueva clase de transparencia: la tecnología nos permitía por fin observar a los observadores, inspeccionar los secretos que se guardaban teóricamente en nuestro nombre y denunciar las imposturas y la explotación allí donde se producía en la nueva era mediática. No era un plan sutil, pero desprendía un idealismo que no sentíamos desde hacía mucho en la vida británica, donde los grandes programas morales del arco de la izquierda se esfumaban al tocar tierra. Assange nos parecía un antihéroe, un hombre ajeno a los mortales acuerdos de los partidos políticos. Y parecía saber mucho de la capacidad de vigilancia y contravigilancia de la red. Lo que ocurrió es que la tremenda oposición del gobierno a la labor de WikiLeaks -que prosigue- acabó confundiéndose, y no solo en la cabeza de Assange, con las acusaciones de violación que pesaban sobre él. La fusión de motivos ha resultado fatal. En el enfoque de Julian, hay una palmaria carencia de claridad, una carencia, me temo, potenciada por las personas que han trabajado con él. Cuando se enteró de que estaba escribiendo el presente trabajo, me mandó un email diciendo que era ilegal que yo hablara sin haberle «consultado debidamente”.  Me contó que su situación era delicada y que el FBI estaba investigando sus actividades. “He estado detenido sin cargos durante mil días”, dijo. Y aquí tenemos la fusión de que hablaba yo cuando me daba a entender que su detención tenía algo que ver con su labor contra el secretismo estadounidense. No, no es así. Fue confinado en Ellingham Hall mientras apelaba contra la petición de extradición sueca para que respondiera a cuestiones relacionadas con las dos acusaciones de violación. Un hombre que confunde estas verdades pierde su autoridad moral en ese mismo momento: me esforcé por explicárselo mientras escribía el libro, pero no me escuchaba y a veces sugería que yo era un ingenuo por no entender que las acusaciones de violación eran una “trampa erótica” preparada por oscuras fuerzas extranjeras y que los suecos solo querían extraditarlo a Estados U nidos. Como es incapaz de ver las cosas por los ojos de otras personas, no se entera de que esta fusión parece muy inmoral incluso a partidarios suyos como yo. Él mismo cayó en su propia trampa cuando se negó a ir a Suecia y prefirió ir a la embajada de un país que no es precisamente conocido por respetar la libertad de expresión. (Se trasladó allí en agosto de 2012, cuando yo aún seguía viéndolo y el libro se había terminado.) Siempre tendrá una respuesta para esos movimientos, pero ninguna será verdadera. Cometió un tremendo error táctico por no ir a Suecia para limpiar su nombre.

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