Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

BATACLAN


V13, Emmanuel Carrère, p. 214

Entre otros, pienso en aquel joven que por entonces tenía veintiún años y que salió indemne del Bataclan. Durante tres años, disociación total. Ningún recuerdo. Pero sí un malestar, la sensación de que la gente lo mira raro. Ideas negras pero confusas. Pesadillas sin imágenes. Siluetas indistintas, en la periferia del campo de visión. Resaca permanente que combate con alcohol. Sensación de haber hecho algo malo, pero ¿qué? Se le escapa. Al cabo de tres años, se somete a una EMDR (terapia de desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares), que ahora sirve para todo, pero que se inventó para el estrés postraumático. Todo vuelve, de pronto. Sabe que actuó mal. Para alcanzar la salida, empujó, aplastó, pisoteó. Se convirtió en una máquina de supervivencia totalmente indiferente a todo lo demás. Si ese hubiera sido el precio por sobrevivir, habría utilizado como escudos a sus seres más queridos. Ahora vive, sí, pero una vida arruinada. Otros han sido héroes, él no. Incesantemente se ve empujando, aplastando, pisoteando. Esta película se desarrollará constantemente en su cabeza hasta el día de su muerte. Está avergonzado. Por eso ha venido. Para pedir perdón a los que pisoteó. Si alguno de ellos está presente y lo escucha, al menos ya es algo. Está bien. Solloza. Se va. Y o también me voy: por hoy ya tengo bastante. Al día siguiente, una amiga abogada me dice que me he perdido algo; es una norma de la crónica judicial: siempre te pierdes algo cuando te vas. Justo después del joven carcomido por la culpa, otro superviviente del Bataclan, visiblemente más distendido, ha empezado su testimonio diciendo que acababa de escuchar la declaración del joven y que quería decir lo siguiente: «A mí me pisoteó alguien y me rompió dos costillas. Solamente dos costillas rotas. Así que quizá fuiste tú el que me pisoteaste, quizá fue otro, no lo sabremos nunca, pero, si fuiste tú, quiero que sepas que no es nada grave, dos costillas rotas. Me salvé, estoy vivo, soy feliz, no te guardo rencor, hiciste lo que pudiste, todos hicimos lo mismo, espero que todavía estés en la sala para escuchar lo que digo». El joven ya no estaba, pero mi amiga abogada corrió al vestíbulo en su busca. Lo alcanzó en la escalera del juzgado. Si hicieran una película, terminaría con esta imagen.


No hay comentarios:

WIKIPEDIA

Todo el saber universal a tu alcance en mi enciclopedia mundial: Pinciopedia