Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

PARIS

4 3 2 1 de Paul Auster, p. 610
Aquella tarde bajó para su sesión de estudio de los jueves Vivian llevando en la mano las páginas sin grapar de Cómo Laurel Hardy me salvaron la vida en vez de su ejemplar de Hamlet. tendría que esperar, decidió Ferguson. Hamlet, que no hizo más esperar, tendría que seguir esperando un poco más, porque que el libro había llegado a buen término, Ferguson estaba desesperado por que alguien lo leyera, ya que él mismo era incapaz de gar lo que había escrito y no tenía ni idea de si había producido libro de verdad o un falso libro, un jardín rebosante de rosas y violetas o un camión cargado de estiércol. Con Gil al otro lado del no, Vivian era la inevitable candidata, la preferida, y Ferguson que podía confiar en que leyera su obra con una actitud justa e parcial, porque ya había demostrado ser una excelente preceptora siempre diligente y preparada para sus dos clases particulares a semana e increíblemente aguda, con incontables cosas que decir sobre las obras que estudiaban juntos (lectura atenta, el método de explication de texte para determinados pasajes cruciales, tal como mostraba en el capítulo de la Mímesis de Auerbach sobre la de Ulises), pero también el entorno en que se inscribían las las condiciones sociales y políticas en la antigua Roma, por ejemplo, el exilio de Ovidio, el destierro de Dante y la revelación de que Agustín procedía del norte de Africa y por tanto era negro o moreno, una continua afluencia de manuales de referencia, libros de historia y estudios críticos sacados de la cercana Biblioteca Norteamericana y de la biblioteca del Instituto Británico de un poco allá, y a Ferguson lo impresionaba y divertía el hecho de que la sumamente mondaine y a menudo frívola madame Schreiber se reía en las fiestas, qué carcajadas soltaba con los chistes verdes fuese al mismo tiempo una erudita y consagrada intelectual, ciada summa cum laude por Swarthmore , doctora en Historia arte por la que ella denominaba la Sor Buena de París (tesis sobre Chardin: su primer acercamiento al tema que acabaría transformado en libro) y escritora de pluma clara y fluida (Ferguson había leído partes de su libro), y además de instruirle en la forma de leer y asimilar obras literarias de la lista de Gil, se tomaba la molestia de enseñarle a mirar y estudiar las obras de arte con visitas sabatinas el Musée de l'Art Moderne, el Jeu de Paume o la Galerie Maegth 

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