Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA TRISTEZA INFINITA

Más afuera, Jonathan Franzen, p. 180
Llegamos a la conclusión de que la narrativa era esa «tierra de nadie neutra donde establecer una profunda conexión con otro ser humano», para eso servía. «Una escapatoria de la soledad» fue la formulación en que coincidimos. Y en ninguna otra parte fue Dave más absoluta y magníficamente capaz de mantener el control que en su lenguaje escrito. Poseía un virtuosismo retórico más extenso, apasionante e imaginativo que el de cualquier escritor vivo. Allá en la palabra número 70 o 100 o 140 de una frase, ya bien entrado un párrafo de tres páginas de humor macabro o de autoconciencia extraordinariamente reticulada, uno olía el ozono de la tersa precisión de su estructura sintáctica, su desplazamiento sin esfuerzo y tonalmente perfecto entre niveles de dicción alta, baja, media, técnica, moderna, tecnológica, filosófica, vernácula, vodevilesca, exhortatoria, achulada, desconsolada, lírica. Esas frases y páginas, cuando era capaz de producirlas, constituían para él un hogar tan verdadero, seguro y feliz como cuantos tuvo durante la mayor parte de los veinte años de nuestra relación. Así que podría contaros anécdotas del breve viaje por carretera salpicado de discusiones que emprendimos en cierta ocasión, o hablaros del olor mentolado que su tabaco de mascar dejaba en mi apartamento siempre que se quedaba unos días, o de las torpes partidas de ajedrez que jugábamos y los peloteas de tenis aún más torpes que a veces hacíamos -la reconfortante estructura de los juegos frente a las extrañas y profundas rivalidades fraternales que bullían bajo la superficie-, pero ciertamente lo principal era la escritura. Durante la mayor parte del tiempo desde que lo conocí, la interacción más intensa con él fue estar sentado a solas en mi sillón, noche tras noche, durante diez días, leyendo el manuscrito de La broma infinita. Ése fue el libro en el que, por primera vez, organizó el mundo y a sí mismo tal como quería. Al nivel más microscópico: entre cuantos han pasado por esta tierra, nadie ha puntuado la prosa de una manera tan apasionada y precisa como Dave Wallace. Al nivel más global: produjo un millar de páginas de bromas de talla mundial que -si bien la modalidad y calidad del humor nunca flojeaban- eran cada vez menos graciosas, capítulo tras capítulo, hasta que, al final, uno pensaba que el título podía haber sido igualmente La tristeza infinita. Eso Dave lo captó como nadie.

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