Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EROS

El intocable, John Banville, p. 313-314
No sentía vergüenza de las cosas que hacía y me estaban haciendo, no me embargaba la espantosa sensación de transgresión que, hasta cierto punto, había esperado. Pero tampoco sentí verdadero placer en aquella mí primera experiencia. En realidad, me sentí poco más que un voluntario en un brutal y extraordinariamente enérgico experimento médico. Espero que Danny me perdonará la comparación, pero es exacta, ésa es la verdad. En posteriores encuentros me infligió tan exquisitos y dulces tormentos, que habría llorado a sus pies  pidiendo más –en particular, gozaba sobremanera con una sensación de presión en la base de la lengua, una extátíca y, hasta cierto punto, alarmante sensación de ahogo, que sólo Danny podía producirme-, pero en aquella ocasión, mientras caían las bombas y millares de personas morían a nuestro alrededor, yo era el insecto que había que disecar y él el experto entomólogo.
Después -qué lástima, realmente, que siempre renga que haber un después- Danny preparó té muy cargado y nos sentamos a beberlo en la cocina; llevaba puesta mi chaqueta, cuyas mangas  le venían demasiado largas, y yo iba envuelto en la bata gris de Boy, avergonzado y ridículamente satisfecho de mí mismo; al alba sonó el final de la alarma, y descendió sobre nosotros una especie de silencio tintinean te, como si una enorme lucerna se hubiese estrellado en alguna paree, muy cerca, y se hubiese roro en mil pedazos.
-Este ataque aéreo no ha estado nada mal -dijo Danny-. No creo que después de esto haya quedado mucho en pie.

Me quedé de piedra. De hecho, no sería exagerado decir que me sentía ofendido. Era la primera vez que hablaba desde que dejamos el sofá, y lo único que se le ocurría era aquella horrible banalidad. ¡Qué me importaba que el reino encero hubiera sido reducido a un montón de escombros! Le observé con enfurruñada curiosidad y una creciente sensación de resentimiento, esperando en vano que se diera cuenta de la trascendencia de aquel momento. Es una reacción que, en años posteriores, iba a ver a menudo en otros primerizos. Te miran y piensan: ¿Cómo puede estar ahí sentado, tan tranquilo, tan indiferente, tan pendiente de las pequeñas tonterías de la vida cotidiana, cuando acaba de ocurrirme una cosa tan asombrosa? Cuando he obtenido mucho placer de ellos, o son muy guapos, o están casados y se muestran ansiosos (escribo todo esto en tiempo presente, lo cual, como no puedo menos que darme cuenta, resulta completamente inapropiado), trato de aparentar, por su bien, que también siento que ha ocurrido algo importante y capaz de transfigurarnos, después de lo cual ninguno de los dos volverá a ser el mismo. Y es cierto, para ellos ha sido una revelación, una transformación, una luz fulgurante que los ha derribado en el polvo del camino; para mí, sin embargo, ha sido sólo un ... 

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