Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EL TREN DEL CONSEJO REVOLUCIONARIO DE L AGUERRA

Viva, Patrick Deville, p. 40-41
Él ha pensado siempre que bastaba con tener razón e incluso en eso se ha equivocado. Creía que bastaría con el ejemplo de la acción, del coraje físico, de la probidad y la razón. Es un héroe de la Antigüedad, un hombre de Plutarco. Y tras la victoria de la revolución en Petrogrado, en vez  de permanecer en el lugar donde está el poder, en Moscú, parte. Hace montar el tren blindado, recorre los frentes, el limes rojo, arrolla a los rusos blancos y a sus destacamentos de cosacos. El tren del Consejo Revolucionario de la Guerra parece estar en todas partes a la vez. Surge entre la niebla y la nieve y galvaniza a las tropas que van en desbandada. Son decenas de miles de kilómetros recorridos a todo lo largo de la guerra civil. Trotski inspecciona los campamentos, lleva armas y comandos capaces de echar una buena mano. El tren pesa tanto que va tirado por dos grandes locomotoras negras con la estrella roja, una de  las cuales está siempre con la presión a punto y lista para partir. Con los ojos cerrados, Trotski recorre uno a uno, como si estuviera caminando aliado de los raíles, los vagones del tren blindado en el que pasó más de dos años de su vida, con el sueño de una sociedad utópica en marcha, un mundo de autarquía, de orden y de razón, perfectamente engrasado. En el horizonte se ve crecer la estrella roja y, con ella, la negra locomotora que se aproxima.

En los vagones hay una imprenta para el periódico del tren, una estación telegráfica, una radio y una antena que se despliega en las paradas para recoger las noticias del planeta, un vagón con los víveres y las vestimentas, cuero para coser las botas, materiales de ingeniería y una reserva de traviesas para reparar las vías saboteadas, grupos electrógenos, un vagón hospital, un vagón con baños y duchas, dos vagones con ametralladoras, un vagón cisterna con carburante, otro para un tribunal revolucionario y vagones garaje capaces de llevar camionetas y automóviles. Situado en medio de ese tren que recorre en su memoria, el reducto del comisario del pueblo es un despacho-biblioteca, flanqueado por una cabina de baño y por un diván. La mesa de trabajo ocupa todo un lado, con un gran mapa de Rusia encima. Del otro lado están las estanterías, las enciclopedias, los libros clasificados por autores y lenguas. Alfred Rosmer, que vivió durante muchas semanas a bordo del tren, hojea allí una traducción francesa de la obra filosófica de Antonio Labriola y encuentra el Alhum de versos y prosa de Mallarmé, con la cubierta azul de la edición de la Librairie Académique Perrin.

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