Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

TOORENTE BALLESTER EN LA MIRADA DE SU NIETO

De Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente, p. 97
Admirar al abuelo en lugar de admirar al padre.

Nada más lejos de la verdad.
La comparación estaba ahí. Cuando en los primeros años ochenta mi padre atravesaba la depresión que lo alejó de la pintura, en alguna noche de insomnio pregunté a mi madre si al final conseguiría recuperarse y ser reconocido, y siempre me aseguró que le pasaría como a mi abuelo, su padre, que consiguió cumplidos los sesenta los honores que antes se le habían negado. Yo la escuchaba, sabedor del mayor tesón de mi abuelo, de la fragilidad de mi padre, pero, pese a los reparos, la comparación se saldaba a favor de él.
Mi abuelo era demasiado seguro, demasiado incontestable ya, demasiado satisfecho de sí mismo, y, pese a su ingente cultura, demasiado provinciano en ciertas cosas intolerables para mi gusto inusitadamente anticonvencional de entonces, mientras que mi padre era un bohemio y ganaba a mi abuelo en eclecticismo, en rebeldía, en curiosidad yen todo lo que un adolescente que lee a Rimbaud puede admirar. Su escasa fortuna, la ausencia del paraguas legitimador del éxito, no socavaba su prestigio ante mí, sino que le otorgaba un aura de romántico malditismo. Ni siquiera los incipientes signos de aburguesamiento, cuando llegaron, representaron un escollo. Los salvaba diciéndome que era reo, como en tantas otras cosas, de deseos ajenos. Que su verdadera naturaleza era otra.
La que quería mía.
Eso naturalmente al principio. Después no.

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