Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

POESIA 3

William Faulkner

TIÑA ollos de falcón
E o seu corpo descarnado;
Tiña un plural corazón
Cheo de xente do pasado.

Traía o andar dun xinete
De cabalos desbocados
(a vida é un simple xogete
Nas mans de Shakespeare, do Fado)

O ritmo dos grandes ríos
Que rebordan nunha chea
Deulle á prosa. ¡Quen o crea¡

Bebeu, entre falsas calmas,
E exerceu o señorío
Sobre un condado de almas

INCIPIT 171. EL TESORO DEL HOLANDES / PIO BAROJA

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Dos elementos
Don Eduardo Echeverri, rico minero de Bilbao, se encontró a los cincuenta años con que su vida no tenía objeto. Ya el dinero llegaba casi automáticamente a su casa, las oficinas marchaban sin esfuerzo. El no acariciaba ambiciones políticas. No tenía hijos. «Qué hacer?», se preguntó. El viajar no le ilusionaba.
Había acabado la guerra civil. Era necesario comenzar una nueva existencia. De pronto, a su penuria de ideales encontró una salida. Pensó que podía ser un coleccionista, y que esto llenaría sus ocios.
Como era persona inteligente, comprendió que coleccionar cuadros buenos, estatuas buenas, obras de importancia era imposible en su tiempo. Para esto había que ser multimillonario. Entonces, con su buen sentido, pensó en reunir cuadros que tuvieran alguna relación con el país, con la costa y con la vida de los marinos, sobre todo del Cantábrico, así como libros de varias clases.

INCIPIT 170. FALK: UNA REMEBRANZA / JOSEPH CONRAD

UN GRUPO DE PERSONAS, relacionadas en mayor o menor medida con el mar, cenábamos en una pequeña hostería ribereña, a no más de treinta millas de Londres y a menos de veinte del Mar del Norte, esa charca superficial y peligrosa al que nuestros marineros de agua dulce dan el grandilocuente nombre de «Océano germánico». A través de los amplios ventanales disfrutábamos de vistas al Támesis, una panorámica despejada a su paso por Lower Hope. Pero la comida era execrable y el único festín del que podíamos gozar era el de la vista.
El regusto de agua salada, que para muchos de nosotros había sido el agua de la vida, impregnaba nuestra conversación. El que ha probado el amargor del océano alguna vez conservará para Siempre el recuerdo de su sabor en la boca. Pero un par de los presentes, mimados por la vida en tierra, nos quejábamos de hambre. Era imposible dar un bocado a aquella bazofia. Y todo parecía supurar una extraña humedad. El comedor de madera se alzaba sobre el fango de la orilla como una morada lacustre: los tablones del suelo parecían podridos; un viejo camarero decrépito se tambaleaba lastimosamente ante un carcomido aparador antediluviano; los platos descascarillados bien podrían haber sido desenterrados entre los restos de la cocina de un yacimiento arqueológico cerca de un lago habitado tiempo ha; y las chuletas recordaban a épocas todavía más remotas; hacían que uno evocara

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INCIPIT 169. KPKORO / NATSUME SOSEKI

SENSEI Y YO
Yo siempre le he llamado sensei . Por eso, aquí también escribiré sensei sin revelar su verdadero nombre. Y ello, no porque desee guardar el secreto de su identidad ante la sociedad, sino porque me resulta más natural. Cada vez que su recuerdo me viene, enseguida siento el deseo de decir sensei. Y ahora, al tomar la pluma, siento lo mismo. Tampoco se me ocurre referirme a él con una fría inicial en letra mayúscula.
Fue en Kamakura donde sensei y yo nos conocimos. Yo entonces era aún un joven estudiante. Un día recibí la postal de un amigo que pasaba las vacaciones de verano en la playa. En ella me proponía acompañarle. Decidí procurarme un poco de dinero e ir con él a Kamakura, Tardé dos o tres días en juntar el dinero. Sin embargo, apenas habían pasado tres días de mi llegada, cuando mi amigo recibió de repente un telegrama de su familia pidiéndole que volviera de inmediato a casa. En el telegrama se le avisaba de la enfermedad de su madre. Él, sin embargo, no se lo creía. Este amigo mío hacía

INCIPIT 168. HOMBRES SALMONELA EN EL PLANETA PORNO / YASUTAKA TSUTSUI

EL BONSÁI DABADABA
Mi padre llegó del pueblo con un bonsái que tenía una forma curiosa.
—Esto es un árbol Dabadaba -anunció, mientras nos lo mostraba a mi esposa y a mí—. Mirad, es una especie peculiar de cedro.
—Vaya, qué cosa más extraña! —dijo mi mujer, examinándolo con una mirada de asombro.
Tenía unos veinte centímetros de altura. Era grueso en la base y se afilaba hacia la copa, donde el follaje era más escaso. Puesto en vertical, el tronco formaba un cono perfecto.
—Sí, ¡y vaya nombre tan raro! —añadí yo, mirando la expresión de mi padre para ver si así me daba una pista de por qué había traído el árbol.
—Bueno, no sólo el nombre es raro —dijo él, afilando los ojos—. Si ponéis este árbol Dabadaba en vuestro dormitorio por la noche, tendréis sueños libidinosos.
—Anda! Y qué significa eso de libidinoso? —pregunté mi esposa.
Yo le susurré al oído:
—Por supuesto, sueños eróticos.
—¡Oh, vaya! —exclamó, para después sonrojarse.
Mi padre le echó una mirada lasciva y siguió diciendo:

INCIPIT 167. VERSIONES DE TERESA / ANDRES BARBA

MANUEL
Ahora es como si se hubiese parado en una hondonada.
Como si estuviera quieto.
Trata de recordar los pasos que dio para encontrarse aquí. Se detiene y es el mismo bosque. Desea acercarse y es el mismo bosque. Lo reconoce. Toca un árbol. Abajo, recorriendo el sendero de piedras, el camino hace una curva. Sabe que si avanza hacia él encontrará un árbol en el que, herrumbroso, un cartel indica la dirección de la poza. Sabe que, antes de llegar, podrá escuchar el murmullo sordo del agua. Y que será el mismo murmullo que conoce. Entonces se detendrá. Antes de llegar será necesario que se detenga. Y que piense por qué está aquí. Por qué se ha levantado esta mañana y ha tomado un autobús para venir a este bosque. Por qué lo necesitaba. Recorrerá despacio en la memoria los movimientos que ha hecho y los rostros que ha visto, y ellos aparecerán; rostros y cosas, inamovibles y sólidos. Tan independientes y ajenos a lo que siente que no parecerán humanos.
Tan simples que no parecerán rostros.
Y reconocerá que está aquí porque todavía quiere saber lo que ha ocurrido, porque aún no lo comprende. Mientras camine deseando acercarse al recuerdo de su desnudez y aparte las ramas de los arbustos para verla mejor, podrá contemplar sus

INCIPIT 166. UNA MEDITACION / JUAN BENET

De entre todas las quintas de la vega del Torce, al norte de Región, la de mi abuelo, con ser de las más modestas, era una de las mejor emplazadas. Apenas tenía otra tierra de labor que una huerta de unas dos hectáreas lindante con los viveros del río, definida por una cerca de piedra a hueso por donde paseábamos de niños, como si se tratara de un camino de ronda, atentos a la pesca de ranas y la caza de sabandijas. La finca incluía también aquellos suaves declives arenosos —donde se trataron de cultivar todas las hortalizas y leguminosas conocidas en ambos hemisferios— que remontan hasta el cerrete coronado por la casa y un pequeño pinar a sus espaldas que mira a esa amplia, alta y torturada meseta terciaria que en apariencia constituye e1 zócalo de la Sierra. Era, bien mirada, una casa humilde, formada por un abigarrado conjunto de construcciones cúbicas y toscas, muy del gusto paisano, y que circundada de unas cuantas mansiones realmente suntuosas adolecía de la falta de maneras y del emperifollamiento propio de la hija de la costurera aderezada por una madre que cifra todo su orgullo en vestirla con los mismos géneros y galas que a las hijas de sus clientes. Mi abuelo la había comprado en muy buenas condiciones hacia finales de siglo, pocos años antes de retirarse. Mi abuelo había llegado a ser, a lo largo de una carrera de vicisitudes y esfuerzo personal a escala peninsular, gerente de una industria de vidrio plano y apoderado, allegado,
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FRASE DE LA SEMANA

La realidad no debe ser más que un telón de fondo
O.W.

MI NOVIO ES UN ZOMBIE

INCIPIT 165. EL CENTAURO / JOHN UPDIKE

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Caldwell se dio la vuelta y al volverse recibió en el tobillo el impacto de una flecha. La clase estalló en una carcajada. El dolor desconchó el delgado núcleo de su mentón, se arremolinó en las complejidades de su rodilla, y, más hinchado y ancho, más atronador, trepó por sus intestinos y le forzó a levantar la vista hacia la pizarra, donde acababa de escribir con tiza la cifra 5.000.000, el número probable de años de vida del universo. La risa de la clase, desde el primer estridente ladrido de sorpresa hasta los abucheos lanzados contra su objetivo con total premeditación, parecía atropellarle, aplastar la intimidad que tanto deseaba, una intimidad en la que hubiera podido recogerse con su dolor, calibrar su intensidad, estimar su posible duración e inspeccionar su anatomía. El dolor extendió un tentáculo por su cabeza y desplegó sus húmedas alas a lo largo de las paredes de su tórax, de modo que Caldwell, víctima de una repentina ceguera roja, tuvo la sensación de ser un gran pájaro en el momento de despertar. El encerado, una pizarra lechosa que conservaba aún huellas de las manchas dejadas al ser limpiada el día anterior, se adhirió a su conciencia como una membrana. Los peludos artejos del dolor parecían desplazar su corazón y sus pulmones; cuando empezó a hincharse el apretón de dolor en su garganta, a Caldwell le pareció que, como si se tratara de un resto de comida puesto sobre una bandeja, levantaba todo lo que podía su cerebro para impedir que aquella hambre lo alcanzara. Varios chicos, vestidos con camisas de todos los colores del arco iris, se habían subido a sus pupitres para lanzar impú
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INCIPIT 164. REBECA / DAPHNE DE MAURIER

CAPÍTULO 1
Anoche soñé que volvía a Manderley. Me encontraba ante la verja del parque, pero durante unos momentos no podía entrar. La puerta estaba cerrada con cadena y candado. Llamé en sueños al guarda, pero nadie me contestó, y cuando miré detenidamente a través de los barrotes mohosos de la verja, vi que la caseta estaba abandonada.
No salía humo de la chimenea y las ventanucas y sus celosías bostezaban en su abandono. Entonces, como todos los que sueñan, me sentí de repente dotada de una fuerza sobrenatural y atravesé como un espíritu la barrera que me detenía. El camino serpenteaba ante mí, retorcido y tortuoso como siempre, pero según avanzaba, noté que había cambiado; ahora era estrecho y estaba descuidado, no como yo lo había conocido. Al principio me extrañó y no lo comprendía; pero cuando tuve que bajar la cabeza para no tropezar con una rama que cruzaba el camino, me di cuenta de lo ocurrido. La naturaleza había reconquistado lo que una vez fue suyo y, poquito a poco, con sus métodos arteros e insidiosos, había invadido el camino, extendiendo por él sus dedos largos y tenaces. El bosque, siempre amenazador, incluso en tiempos pasados, había triunfado al fin. Oscuro y salvaje, llegaba hasta los bordes del camino. Las hayas, de tronco blanco y desnudo, se inclinaban las unas hacia las otras y entrelazaban sus ramas en un extraño abrazo, formando sobre mi cabeza una bóveda como la de la nave de una iglesia. Vi otros árboles mezclados con las hayas, que no reconocí: robles achaparrados y olmos retorcidos que habían nacido de la tierra silenciosa, junto a las plantas y arbustos disformes de los que tampoco me acordaba.
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INCIPIT 163. UN VIAJE DE INVIERNO / JUAN BENET

Sólo la minúscula mutación
de un acontecimiento puede
poner fin a toda la serie
cíclica de muchos iguales.
En la primera decena de marzo solía cursar las invitaciones, cuya redacción le ocupaba por lo general más de tres días, cuando no una semana entera. Las escribía siempre de su puño y letra, copiando en cada misiva un patrón redactado con anterioridad; pocas veces introducía el menor cambio entre una copia y otra y aunque con frecuencia su deseo le dictaba una cierta frase dedicada especialmente a un recipendario, a la postre su disciplina y su sentido de la equidad le forzaban a no salirse de la fórmula común para todos los invitados, relegando hasta su posible encuentro la expresión, de viva voz, de aquel sentimiento que le distinguiera del resto. Además había llegado a un punto en que le era forzoso preguntarse de qué valían tales distinciones: nada en su aprecio estaba más alto que el conjunto de circunstancias, casi todas comunes, que a cada uno empujaba a la comparecencia, por lo que toda frase o gesto de bienvenida de índole particular tendría siempre un carácter ocioso. De suerte que se cuidaba de tal manera que fueran o parecieran iguales que —sin esmerarse mucho en ello, a tal grado de perfección y soltura había lle-

INCIPIT 162. LA OTRA CASA DE MAZON / JUAN BENET

El lugar era apartado, inhóspito y malsano. Sólo una parte de la casa se mantenía todavía en pie, gracias en gran medida a su laxa, comprometida decadencia.
De todas aquellas maneras de vivir que trataron de asentar y desarrollarse en el país —no sólo en los valles y vegas sino avanzando y extendiéndose hacia la montaña por las mesetas sedientas, salvando los despeñaderos del escudo calizo y más allá de las hoces milenariamente excavadas por el casi extinguido gigante de nombre épico (recuerdo, herencia y venganza de un brazo del mar terciario), reducido —como de las antiguas gestas que ornaron sus riberas con dos lenguas no queda más que el susurro de los arbustos, los gritos infantiles o las garabateadas páginas de un manual de historia, evocaciones frustradas por la explanación y obras de fábrica de un ferrocarril que nunca llegó a ser inaugurado pero que reclamó para sí y para sus apeaderos inmemorialmente cubiertos por el polvo de yeso los nombres de gloria asociados a la rotulación fraudulenta de las fábricas de harina— a la quimérica condición de un nombre, una delgada y tortuosa línea azul en el 50.000 del Instituto y la disciplinaria categoría de afluente secundario, resucitado cada año (esas semanas de noviembre o marzo siempre violentas) —aniversario tal vez del mar que fue— por el torrente de lechada roja que a los quince días sellará y lacrará la vega —las hoces taponadas de falsas empalizadas, de ciénagas

INCIPIT 161. LOS HEREDEROS / JOSEPH CONRAD, FORD MADOX FORD

Capítulo primero
—Ideas —dijo ella—. Oh, en cuanto a ideas...
—Y bien ? —aventuré yo—. ¿En cuanto a ideas...?
Atravesamos la vieja verja y eché una ojeada por encima del hombro. El sol de mediodía iluminaba la mampostería, las pequeñas efigies de santos, los doseletes estriados, la mugre y los regueros blancos que dejaban caer las aves.
—Allí —dije, señalando en esa dirección—, ¿no le sugiere eso nada?
Ella hizo un movimiento con la cabeza… a medias negativo, a medias desdeñoso.
—Pero —tartamudeé yo—las asociaciones… las ideas... las ideas históricas...
Ella no dijo nada.
—Ustedes los norteamericanos —empecé yo, pero la sonrisa de ella me detuvo.
Era como si le divirtieran las expresiones de una vieja dama escandalizada por las costumbres de las chicas de hoy. Su sonrisa era la de una persona convencida de reemplazar a alguien fatalmente.
En las conversaciones de cualquier extensión una de las partes adopta una postura de superioridad… superioridad de rango, intelectual o social. En esta conversación, aunque ella no conseguía tácitamente la reconocida

INCIPIT 160. EL REGRESO DE CASANOVA / ARTHUR SCHNITZLER

En su quincuagésimo tercer año de vida, cuando hacía ya tiempo que Casanova no era acosado a través del mundo por el placer de aventuras de su juventud, sino por el desasosiego de una vejez próxima, sintió crecer en su alma tan impetuosamente la nostalgia de Venecia, su ciudad natal, que, como un pájaro que desde las alturas del aire desciende poco a poco para morir, comenzó a dar vueltas en círculos cada vez más estrechos. Ya a menudo, en los diez últimos años de su destierro, había dirigido instancias al Gran Consejo para que le permitiera retornar; sin embargo, si en la redacción de esos escritos, en la que era maestro, habían guiado antes su pluma la testarudez y la obstinación, como también, a veces, una especie de furiosa complacencia en el trabajo mismo, desde hacía algún tiempo parecían expresarse en sus palabras, humildemente suplicantes, un ansia dolorosa y un auténtico arrepentimiento, de una forma cada vez más inconfundible. Creía poder ser escuchado con tanto mayor seguridad cuanto que los pecados de sus años mozos— entre los que, por lo demás, los consejeros venecianos no consideraban como más imperdonables su indisciplina, su carácter pendenciero y sus engaños, en su mayoría de naturaleza alegre, sino el librepensamiento—comenzaban a caer paulatinamente en el olvido, y la historia de su prodigiosa evasión de las cámaras de plomo de Venecia, que había contado innumerables veces en cortes reinantes, nobles castillos, mesas burguesas y casas de mala nota, comenzaba a predominar sobre otras

PSICHO

El abandono de la carrera de psiquiatría científica en 1911, un análisis personal al que se sometió en 1920 y las experiencias cosechadas en su consulta berlinesa no lo alejaron de las teorías psiquiátricas de Alfred Erich Roche, sino que pusieron a su alcance los conocimientos psicoanalíticos de Freud. Poco después del proceso por envenenamiento, Düblin se opuso a los críticos de Freud en el Vossische Zeitung de io de junio de 923: «Su distinción entre consciente, preconsciente e inconsciente sirve a fines eminentemente prácticos, procede observaciones empíricas, está llena de un sentido claro, para decirlo en pocas palabras». Dos años más tarde, en el Berliner Tageblats de mayo de 1925, contestaba a la pregunta «Se debería prohibir el psicoanálisis?» con estas palabras: «Para muchos enfermos el análisis es el método elegido... Si alguien enferma visiblemente a causa de experiencias sexuales y el hecho de descubrir el suceso ayuda, hay que descubrirlo. Tratar a un enfermo nunca es inmoral, un método beneficioso nunca es malo ni inmoral». El 6 de mayo de 1926, con motivo del setenta aniversario del nacimiento de Freud, Düblin pronunció un discurso de homenaje en la Sociedad Psicoanalítica Alemana de Berlín y explicó con una claridad inolvidable la relación de Freíd con la psique: «El alma humana vagaba por el mundo desde muchos siglos atrás, expulsada por médicos y psicólogos. Había buscado refugio en los poetas y también en los sacerdotes... El sacerdote la llevó al devocionario. El poeta le ofreció el brazo y fueron juntos a pasear por los prados. Freud la hizo entrar en su consulta, cerró la puerta tras ella y le dijo: “Quítese el sombrero, señora. Sí, desnúdese, por favor”». Dóblin no sería Dóblin si en aquella ocasión no hubiera añadido de su propia cosecha: «Quisiera señalar que el alma, asustada por esta invitación, se ha quedado en la puerta hasta nuestros días y no se ha quitado siquiera el sombrero».
Sin embargo, a medida que avanza, con un uso constante de la parataxis, el informe Las dos amigas y el envenenamiento, se hace perceptible, más allá de la sobria relación de los hechos, un tono ligeramente contenido, hecho de razonamientos y conclusiones, preguntas y ponderaciones, deducciones acerca de la conducta individual partiendo de datos psíquicos y acerca de las reacciones psíquicas a partir de hechos externos. Esta conexión se establece cuando el narrador—es sólo un ejemplo—hace suya en su propio informe la descripción de la principal acusada ofrecida por el comentarista del Berliner Tageblatt («si uno mira a esas criaturas modestas, esas pardillas, rubias e inofensivas, si uno sigue esos fríos ojos gris azulado... no pude más que sentir asombro»): «Elli era especial, sin llegar a ser rara. Poseía una franqueza inofensiva, era alegre como unas castañuelas, juguetona como un niño. Le divertía provocar a los hombres».
Las dos amigas y el envenenamiento / Alfred Döblin

FAULKNERIANA

“Es harto simple decir que el hombre es inmortal sencillamente porque prevalecerá, porque cuando el eco de la última campanada del juicio se haya apagado en la última y más miserable roca, vacilante, aunque ya no le sacuda la marea, en el último crepúsculo rojizo y agonizante, aún entonces habrá un sonido más: el de la mezquina pero inextinguible voz humana que seguirá hablando y hablando. Lo que yo creo es algo más. Creo que el hombre no sólo perdurará, sino que prevalecerá. Es inmortal, no porque sea la única criatura que tiene una voz inagotable, sino porque tiene un alma, un espíritu capaz de compasión y sacrificio y resistencia...”
WF

FRASE DE LA SEMANA

El mundo está vivo y nada vivo tiene remedio y ésa es nuestra suerte
RB

WIKIPEDIA

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