Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 1.553. PROUST, NOVELA FAMILIAR / LAURE MURAT


EL DIABLO ESTÁ EN LOS DETALLES

Me ha costado varios años entender una cosa muy sencilla. Me saltó a la vista una noche, cuando estaba viendo un episodio de Downton Abbey y me topé con una escena en la que el mayordomo, delante de la mesa puesta para la cena, saca una regla para medir la distancia entre el tenedor y el cuchillo y asegurarse de que el intervalo entre ambos cubiertos es el mismo para todos los comensales.

Ese acto nimio, ejecutado con una solemnidad sacramental, me despertó la curiosidad, aunque en ese momento no llegué a entender por qué era tan intensa ni mucho menos qué la había motivado. ¿Por qué, estando tumbada delante de la pantalla del televisor en Los Ángeles, donde vivo, a nueve mil kilómetros del Viejo Continente y tan lejos de la belle époque, me demoraba en un detalle tan anodino, casi subliminal, carente de valor en la trama? Notaba confusamente que, a través de esa medición absurda y esmerada, se estaba manifestando una señal procedente del pasado


LA VERDURIN


Proust, novela familiar, p. 66

Mucho antes de visitar el palacete Murat, Proust había frecuentado asiduamente otro salón, el de Madeleine Lemaire, pintora de rosas y personalidad de la flor y nata parisina que pasó a la posteridad por haber inspirado el personaje de la señora Verdurin. De abril a junio, «la Jefa» recibía los martes en un palacete muy exiguo en el que se apretujaban gente de mundo y artistas en boga, una concurrencia cuya principal característica era el abigarramiento y donde estaban vetados los «pelmas». Ese lugar iba a ser determinante en la vida de Proust. Madeleine Lemaire protege desde muy pronto los amores entre Marcel Proust y el compositor Reynaldo Hahn, que actúa con regularidad en su casa de París o en el palacio de Réveillon. Para Proust es una sustituta de su «madre legal», la llama su «Hermosa Madrina», y en 1896 le encomienda las ilustraciones de su primer libro, Los placeres y los días. «Dejando aparte la familia, es, de todos los seres vivientes, quien más ha hecho por mí», reconocerá más adelante el escritor, en una época en que el vínculo se había debilitado un tanto. Fue en el salón de Madeleine Lemaire donde conoció, entre otras personas, a Robert de Montesquiou, a quien tanto le debe Charlus, y también fue allí donde por lo visto oyó por primera vez la Sonata en re menor para piano y violín de Camille Saint-Saens, uno de los modelos de la frasecita de Vinteuil.

 

PROUST


Proust, novela familiar, p. 22,

Todas los testigos coinciden en un hecho: Proust hablaba igual que en su libro, no había ninguna diferencia entre la frase oral y la frase escrita. «Su habla lenta y continua. Extraordinaria abundancia de incidentes, pero sin que nunca se perdiese el hilo», apunta J acques Riviere. Una misma y única frase, confirma Paul Morand, «muy cantarina, que no acababa nunca, colmada de incidentes, de objeciones que a nadie se le ocurría formular, pero que formulaba él. Se parecía a una carretera de montaña que se sube sin llegar nunca a la cima. Muchos incidentes, que sostenían la frase como una especie de globitos de oxígeno y que la impedían bajar, llena de argucias, de arborescencias, todo muy fluido, muy suave. Muy suave y al mismo tiempo muy viril». Pues la voz de Proust, que me ronda por los oídos de lectora y de viajera por el interior del tiempo, era «insinuante pero autoritaria».


PIO PIO


 Fractal, Andrés Trapiello, p. 564

Si no recuerdo mal, la secuencia más o menos es la siguiente. En Las armas y las letras se desvelan por primera vez algunas de las actuaciones torticeras de don Pío durante la guerra, y se dan a conocer algunas de las contundentes afirmaciones que don Pío escribió por entonces en los periódicos españoles e hispanoamericanos. Algunos de estos artículos estaban perdidos y otros publicados en un libro que se editó durante la guerra en Chile y que ni don Pío, primero, ni don Julio luego quisieron reeditar, con ser primordiales en la obra de don Pío y en la literatura comprometida del momento. En esos artículos don Pío queda como un cuco, alguien que no quiere olvidar quién fue pero que se pliega a los militares fascistas y jura por el Ángel Custodio  en Salamanca en 1938 lo que le ponen por delante. Esta clase de historias, así como el reclamo que se les hacía a sus herederos para que publicaran todos esos libros excluidos de sus obras completas o permitieran que otros lo hiciesen, molestaron sobremanera al hermano de don Julio, hermano que ya llevaba las riendas de los negocios familiares, ante la enfermedad de don Julio. Dos o tres libreros de la Cuesta de Moyana amigos míos así me lo confirmaron: «Ha pasado por aquí ese hombre y va diciendo que esta se la guardan a usted». No sabe uno cómo se la querrían guardar, pero lo cierto es que a los pocos años todos esos libros cuya publicación se reclamaba en Las armas y las letras fueron apareciendo, como había exigido uno.


JB

 


Fractal, Andrés Trapiello, p. 550

El último día que le vio uno fue precisamente en una de aquellas convocatorias turnadas del hotel Palace organizadas por el amigo X. Hizo este la pregunta, «¿os conocéis?», y volvieron a oírse un «sí» y un «no», solo que en esa ocasión el sí fue suyo y el no mío. No lo dije por desairarle, sino para coincidir en algo alguna vez, y que no quedara mal ninguno de los dos. Me miró el ingeniero con los ojos inyectados de sangre, por lo que consideraba una insolencia y una grosería. No solo daba por supuesto que a él tenía que conocerle todo el mundo, sino que no se le pasaba por la cabeza que alguien al que le habían presentado ya unas ochocientas treinta veces tuviera la desvergüenza de negarlo de aquella manera.

A mí me pareció entonces más vanidoso que nunca, porque tenía la sospecha de que aquel «sí», que concedía sin duda a regañadientes, era para que su propia cotización no bajara en presencia de su contratante. Quiero decir que así es como suelen conducirse siempre los socios del Cas ( «Si está en el Club, naturalmente le conozco, y aunque no le conociera, haría como si le conociera; de eso depende tanto su prestigio como el mío propio; en este Club todos somos conocidos y todos nos conocemos; todos somos "de una familia muy conocida", todos somos "de buena familia"»). X, trabajando en Planeta, tenía entonces un cargo relevante en la directiva del Cas. Por ejemplo, creo que él había tenido algo que ver en el finalismo del Premio Planeta que le dieron a una novela suya policiaca, que también pasó sin pena ni gloria,  como suya. El Premio Planeta estaba entonces muy desprestigiado literariamente. Suele estarlo, pero cada cierto tiempo se echa mano de alguien para que enjugue sus pecados y lo dignifique, y a ello contribuyó el ingeniero, a quien, paradójicamente, no le importó prestarse a ser segundo, sin duda por estar íntimamente convencido de ser el primero, lo cual, dicho sea sinceramente, le honra.


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