Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

ANTIGONAS


La invención de todas las cosas, Jorge Volpi, p. 156 

Como han estudiado George Steiner en Antígonas. La travesía de un mito universal para la historia de Occidente (1984) y Rómulo Pianacci en Antígona, una tragedia latinoamericana (2015), su mito compendia los mayores conflictos de la humanidad: el poder frente al individuo; el Estado frente a la familia; la mujer frente al hombre; la juventud frente a la vejez. Redescubierta en el siglo XVI, es en los albores del Romanticismo cuando comienza a ser vista no solo como la tragedia ideal, sino como una de las joyas artísticas más perfectas jamás creadas.

Cada época se construye su Antígona. La imaginación revolucionaria del siglo XIX resalta su condición de acompañante de la revolución y su posición de hermana mientras sublima sus rasgos eróticos; los románticos se concentran en su carácter fantasmagórico y su muerte en vida; y el fin-de-siecle se decanta por su carácter mórbido e irracional y su demencia, luego diagnosticada como histeria. El psicoanálisis provoca un desplazamiento de su primacía en favor de Edipo, si bien, tras el trauma de la Gran Guerra, reaparece como encarnación de los sobrevivientes. Más adelante, señala con dedo flamígero la barbarie nazi y el Holocausto. La segunda mitad del siglo XX la pinta, con tintes marxistas o existencialistas, como la rebelde por antonomasia, sola frente al poder desnudo, mientras la crítica feminista apuntala su enfrentamiento con el patriarcado y la naturaleza disruptiva de su discurso y su sacrificio.


MOLLY BLOOM


La invención de todas las cosas, Jorge Volpi, p. 138

El mejor lector de la Odisea ha sido James Joyce, quien no se contentó con imitarla, sino que se dio a la tarea de traducirla no a otra lengua, sino a otro espacio-tiempo. Su Ulises no es tanto una reescritura cuanto un maniático viaje al futuro: capítulo a capítulo, el irlandés muta, altera y se ríe de los personajes de Homero. Frente a los diez años de viaje de Ulises, el del apacible y no tan ingenioso Leopold Bloom dura un solo día: el 16 de junio de 1904, 1a fecha de la primera cita entre Joyce y Nora Barnacle. No deja de resultar significativo que Joyce haya preferido verse encarnado en el personaje de Telémaco bajo la apariencia de Stephen Dedalus, en vez de en Ulises. Bloom es el prototipo del hombre común -el andrós, el everyman- descrito en el proemio de la Odisea: un personaje que se deja arrastrar de un lado a otro de Dublín, navegando por la vida al capricho de los otros. A diferencia de Penélope, Molly no desraca por su fidelidad: Bloom no puede olvidar el affaire de su mujer con Hugh Boylan, conocido como Blazes, una suerte de donjuán dublinés. En el último capítulo de su proceloso libro, Joyce le devuelve a Penélope la palabra que le arrebató Telémaco. De vuelta en la cama con Leopold, su célebre monólogo interior-una frase como una corriente marina- concluye de este modo (en traducción de José María Valverde): « ... y entonces le pedí con la mirada que me lo pidiera otra vez sí y entonces me preguntó si quería sí decir sí mi flor de la montaña y al principio le estreché entre mis brazos sí y le apreté contra mí para que sintiera mis pechos todo perfume sí y su corazón parecía desbocado y sí dije sí quiero Sí». Sí es la palabra con que inicia y termina el monólogo. En opinión de Joyce -tan machista como sus modelos griegos-, se trata de la expresión femenina por excelencia: la de la mujer que por fin acepta y se somete.


LA LITERATURA NAZI EN AMERICA LATINA


Calle Londres 38, p. 95
Walther Rauff también inspiró a un personaje de una novela anterior de Bolaño, La literatura nazi en América, publicada poco antes de que Pinochet fuera detenido en Londres. Obra satírica en la que interviene un variado elenco de personajes, incluye un capítulo titulado «Dos alemanes en el fin del mundo», en el que se invita a los lectores a viajar a un lugar que el autor denomina «Colonia Renacer», una finca situada en la región central de Chile cuyos residentes eran, en la imaginación del autor, “todos, sin excepción, [ ... ] alemanes».

La «Colonia Renacer» se basaba realmente en Colonia Dignidad, una comunidad religiosa y agrícola establecida por inmigrantes alemanes en 1963 a unos 340 kilómetros al sur de Santiago. En el mundo real, Colonia Dignidad -a la que, para abreviar, en adelante me referiré simplemente como la Colonia- era un lugar en el que abundaban la pedofilia y otros delitos sexuales, y cuyos líderes colaboraban estrechamente con la DINA y con Pinochet. También se decía que tenía vínculos con prófugos nazis, hombres como Adolf Eichmann, Martín Bormann y Josef Mengele, además del propio Walther Rauff. En 197 4, un año después del golpe de Estado, se filmaron imágenes de Pinochet en una visita a la Colonia.

En la novela de Bolaño, la Colonia era un lugar de «orgías paganas, de esclavos sexuales y ajusticiamientos secretos», y donde ondeaba la enseña roja «con el círculo blanco y la cruz gamada negra». Según relata el autor, «el único criminal de guerra que pasó unos años en la Colonia ( dedicado en cuerpo y alma a la horticultura) fue Walther Rauss». Bolaño prosigue diciendo que más tarde se vinculó a este último a «algunas prácticas de tortura durante los primeros años del régimen de Pinochet”.

En este relato de ficción, Herr Rauss encontraba su fin al sufrir un ataque al corazón mientras veía en televisión el partido de fútbol que «enfrentó a las dos Alemanias durante el Mundial de  1974 en la República Federal».Como ocurre en muchas novelas, el relato de Bolaño no era del todo inventado: ese año, el Mundial se celebró en efecto en Alemania Occidental, y las dos Alemanias compitieron entre sí. Ganó Alemania Oriental por 1-0; un resultado amargo para Chile, ya que dejó al país fuera de la competición.


NOCTURNO DE CHILE


Calle Londres 38, Philippe Sands, p. 98

El relato era inventado, pero, como la Colonia, no lo era del todo. La casa que avivara la imaginación de Bolaño existió realmente. Se trataba de «una historia verídica», diría Bolaño. “Lo repito: esto no es un cuento, es real, ocurrió en Chile durante la dictadura de Pinochet, y más o menos todo el mundo [ ... ] lo sabe.”. Bolaño había conocido la historia en un artículo de Pedro Lemebel, publicado en 1994, sobre una casa de Santiago, situada en el número 4925 de la Vía Naranja, donde se celebraban tertulias literarias. Allí vivía el auténtico «James Thompson»: Michael Townley, el agente de la DINA que asesinó a Carlos Prats y Orlando Letelier. Este estaba casado a su vez con la auténtica «María Canales»: Mariana Callejas, que escribía relatos breves y organizaba tertulias literarias en la vivienda. Uno de sus relatos, «¿Conoció usted a Bobby Ackermann?», gan6 un premio literario que convocaba el diario El Mercurio.

En la casa de Townley y Callejas hubo personas reales retenidas, torturadas, asesinadas y desaparecidas sin dejar rastro. El «funcionario español» no era otro que Carmelo Seria, el diplomático de la ONU reconvertido en la novela de Bolaño en funcionario de la UNESCO. Fue aquí, en esta casa -me contó Carmen Seria-, donde a su padre le partieron el cuello apoyándolo en un escalón. Aquí, en el sótano, la DINA puso en marcha el Proyecto Andrea, en el que el químico Eugenio Berríos desarrolló gas sarín para eliminar a los opositores de Pinochet.  Se rumoreaba asimismo que aquí se roció con gas a Seria, en presencia de un inmigrante cubano que solo dos meses después se vería involucrado en el asesinato de Letelier.


1.561. EL EXTRAÑO CASO DE LAHANAU / UMBERTO ECO


Cuando un coleccionista tiene entre las manos un ejemplar de un libro raro, largo tiempo deseado, y se apresta a cualquier forma de colación, a menudo tiembla ante la siguiente alternativa: o su ejemplar concuerda con las descripciones de los catálogos más acreditados (y es un triunfo) o aparece carente de algo (y surge la desesperación). En raras ocasiones el desconsuelo se tiñe de una tenue esperanza, si, por ejemplo, la falta de una lámina puede suplirse consiguiendo una made-up copy que satisfaga, si no los criterios de perfección, sí al menos los de plenitud.

Pero hay una tercera posibilidad: que el ejemplar aparezca incompleto y los catálogos no coincidan en cuanto a los criterios de totalidad, y hasta las colaciones más afortunadas ofrezcan resultados diversos.


INCIPIT 1.560. PANTALEON Y LAS VISITADORAS / MARIO VARGAS LLOSA


-DESPIERTA, Panta-dice Pochita-. Ya son las ocho.Panta, Pantita.

-¿Las ocho ya? Caramba, qué sueño tengo-bosteza Pantita-. ¿Me cosiste mi galón?

-Si, mi teniente-se cuadra Pochita-. Uy, perdón, mi capitán. Hasta que me acostumbre vas a seguir de tenientito, amor. Sí, ya, se ve regio. Pero levántate de una vez, ¿tu cita no es a?

-Las nueve, sí-se jabona Pantita-. ¿Dónde nos mandarán, Pocha? Pásame la toalla, por favor. ¿Dónde se te ocurre, chola?

-Aquí, a Lima-contempla el cielo gris, las azoteas, los autos, los transeúntes Pochita-. Uy, se me hace agua la boca: Lima, Lima, Lima.

-No sueñes, Lima nunca, qué esperanza-se mira en el espejo, se anuda la corbata Panta-. Si al menos fuera una ciudad como Trujillo o Tacna, me sentiría feliz.

-Qué graciosa esta noticia en El Comercio-hace una mueca Pochita-. En Leticia un tipo se crucificó para anunciar el fin del mundo. Lo metieron al manicomio pero la gente lo sacó a la fuerza porque creen que es santo. ¿Leticia es la parte colombiana de la selva, no?

-Qué buen mozo te ves de capitán, hijito-dispone la mermelada, el pan y la leche sobre la mesa la señora Leonor.

-Ahora es Colombia, antes era Perú, nos la quitaron -unta de mantequilla una tostada Panta-. Sírveme otro


JB


Canon de cámara oscura, Vila-Matas, p. 128

sólo surgir de la alta poesía, a la que paradójicamente puede llegarse a través de una prosa sin pretensiones, es decir, por la vía de un relato realista sobre la vida monótona de unos ancianos, por ejemplo. Pienso en los viejos de «Catálisis», el cuento de Juan Benet. Van paseando al atardecer, como todos los días, hacia el colmado de las afueras, el colmado que  marca los límites del pueblo, y no encuentran ese colmado, entienden que lo han sobrepasado sin darse cuenta, pero entonces llama su atención que hayan talado, en época no apropiada, los árboles de la carretera y que haya amenaza de tormenta. Y aun así siguen caminando y hasta siguen andando cuando cae un rayo a lo lejos. Y luego uno más cerca y, aunque se plantean «volver en dirección opuesta a la que han traído», todo ha mudado tras el deslumbramiento provocado por el rayo. De repente, todo a su alrededor está irreconocible y han quedado inmovilizados, cogidos de la mano y mirando al frente de la carretera.

Es un pasaje que me recuerda aquel fulgurante juego de miradas, tras un rayo, entre Dante, que ha pasado más allá del fin del universo y le invade la luz, y Beatriz, que mira al sol. «Mucho es lícito allí, que prohibido está aquí», piensa Dante. Y de pronto parece haberse unido un día a otro día, y Dante se pierde de nuevo en los ojos de Beatriz, absorta en las esferas eternas.


NEUROTIPICO


Canon de cámara oscura, Vila-Matas, p. 14

No puedo dejar de recordar lo osado que era yo  uando me movía en el círculo de Altobelli, tal vez creía que me protegía él. Por ahí también se movía Violet, que debe de recordar que en aquellos días se decía de mí que era autista. No lo era, pero es cierto que en mis primeros años de ayudante de Altobelli, podía parecerlo. Andaba descomunicado del mundo de la gente corriente y tenía una marcada tendencia a decir en todo momento, sin filtro alguno, lo que pensaba. Era un alma libre, pero no un autista. Pasar por un autista me facilitaba las cosas, porque me permitía decir todo lo que pasaba por mi cabeza.

Me ocurría lo que hará unos meses vi reflejado en la atípica serie Dinosaur, escrita por una autista con un talento magnífico para darle la vuelta a todo y hacernos ver lo exageradamente ficticia que es la vida de cualquier neurotípico, esto es, de cualquier persona de las que se considera normal. Porque todos fingen todo el rato y lo que sucede es que jamás pueden ser ellos mismos, y a su manera, están tremendamente encerrados en algo que no existe y que tiene todo el aspecto de, en el fondo, no tener sentido alguno. Hablo del mundo, claro.


JAVIER MARIAS


Secreto y pasión de la literatura, Juan Cruz, p. 99

Muchos lectores acuden a ti en busca de sentido común. ¿En qué estado está en España el sentido común?

En un estado un poco comatoso, según mi punto de vista. Uno de los problemas de nuestro tiempo es que, cosas que pueden tener cierta razón de ser, sacadas de madre, pierden razón.  Si resulta que esto es machismo y esto también, y aquello es racismo o las dos cosas a la vez, y esto es una blasfemia y aquel chiste es incorrecto ... , entonces, ¿qué digo? Ahora en Ucrania, por ejemplo, están derribando estatuas de Pushkin, de Tolstói ... solo porque son rusos. Pero, bueno, ¿la gente está loca? iQué tiene que ver un poeta extraordinario con Putin y con la actualidad? Lo mismo con las estatuas de Colón por toda América. Entonces, como hay esa tendencia a medir todo con los parámetros de hoy, lo cual es un disparate y uno de los mayores atentados contra el sentido común, pues enseguida se cae en la exageración y en la muerte del sentido común.

También hablas de un fenómeno paralelo a esa cultura de la cancelación: el Me Too. ¿Es un elemento pasajero o qué?

Yo creo que algún día esto tiene que cambiar. En el Me Too hay una parte de razón de ser. Pero en el momento en que se desmadra y se exagera, pues ... A ver: Quevedo mató a un hombre, por tanto, alguien lo califica de asesino. iPor eso hay que dejar de leerlo? Una estatua se le hace a alguien no por lo malo que hizo, sino por lo bueno. Es como si un solo delito borrara toda una obra trascendental para la historia. Está todo tan desquiciado que yo creo que tiene que llegar una época en que se empiece a diferenciar la obra de lo que hizo una persona o de cómo se porta en casa.


La última liga en el bar


La península de las casas vacías, David Uclés, p. 104

El bar en Iberia es todo un patrimonio. Es tanto una extensión del hogar como un refugio del mismo, y a la par, una embajada que sirve de unión entre los diferentes pueblos. Te acoge vengas de donde vengas: del mediodía más rural o del norte más industrial, de un pueblo independentista o de uno castizo del centro de Madrid. Es un salón compartido en el que se puede conversar, desayunar, comer, cenar, tomar el café, tapear, celebrar una fecha señalada, emborracharse, estudiar, escuchar la radio, leer la prensa, trabajar, descansar, matar el tiempo, ligar, hacer amigos, jugar a las cartas, asearse, ir al baño, trasnochar e incluso confiar las llaves de tu casa. Hoy día, Iberia es el país con más bares del globo, uno por cada ciento setenta personas.

En los años treinta del siglo pasado, los bares de los pueblos eran frecuentados por los hombres de forma diaria y por las mujeres los domingos después de misa y los días festivos. No es que la mujer estuviera vetada, pero la tradición, de corte machista, imperaba antaño, y la mujer no solía entrar si no era con su marido o en día de fiesta. Los hombres decían que iban al bar a «ligar», pero no en el sentido contemporáneo y sentimental de la palabra, sino como sinónimo de «encontrarse con los amigos». La «liga» era el tapeo acompañado de varias cervezas o vinos, generalmente antes de la hora de la cena, tras el tajo en el campo. Charlaban y jugaban al dominó o a las cartas: al tute, al mus, a la brisca, al chinchón, al subastao ...


INCIPIT 1.559. CUADERNOS DE FORMENTOR 2


Cualquier relación entre las personas es siempre un cúmulo de problemas, de forcejeos, también de ofensas y humillaciones", pensé. "Todo el mundo obliga a todo el mundo", pensé. "Este individuo Bill ha obligado ya a Berta, y Berta está tratando de obligarme a mí, Bill ha forcejeado, también la ha ofendido y ya la ha humillado antes de conocerse, quizá ella no se da cuenta o en el fondo no le importa, vive instalada en eso, Berta forcejea conmigo para convencerme, como Miriam con Guillermo para que se case con ella, y quizá Guillermo con su mujer española para que por fin se muera, forcejea para su muerte. Yo he forcejeado y obligado a Luisa, o fue Luisa a mí, no está claro, contra quién forcejearía mi padre, o quién lo ofendería y lo obligaría, o cómo ocurrió que en su vida hay dos muertes, quizá forcejeó para alguna, no quiero saberlo, el mundo es plácido cuando no se sabe, no sería mejor que nos estuviéramos todos quietos.


INCIPIT 1.558. CUADERNOS DE FORMENTOR 3


Pero, por duchampiano que fuera El impulso invisible, eso no inpedía que la idea de colocar aquella brisa en el corazón de la Docmnenta 13, de colocarla en el centro espiritual de la misma, fuera por sí sola una idea genial y produjera hasta cierta alegría. De hecho, me permitió experimentar por momentos un atisbo de «instante estético», algo que recordé que era una de las cosas que había ido a buscar a Kassel: una especie de instante de armonía que no sabía muy bien en qué consistía, pero que me interesaba catar. Y, por otra parte, adc1nás, qué diablos: aquella brisa invisible me llenaba de un raro pero en cualquier caso interesante bienestar y me parecía que eso ya justificaba por sí solo todo mi viaje a Kassel. Me fascinaba y no me importaba saber por qué ejercía sobre mi aquella atracción. Quizás fuera suficiente con saber que me producía inmediato buen humor, que era lo mismo que me ocurría con el placer intrínseco de las mañanas -que yo comparaba con el arte del olvido, ese arte de la  desmemoria tan ligero como el propio aire matinal y siempre liberador- mientras que las tardes y  sobre todo las noches., en cambio, sólo me conducían al malestar en cuanto que me resultaban graves y amargas como el propio arte de la memoria, ese mie que sólo traía el  recuerdo tenaz del pasado y que era terrible aliado del rencor y la melancolía.


INCIÌT 1.557. CANON DE CAMARA OSCURA / VILA-MATAS


Es medianoche y Violet, en un ángulo del patio donde se celebra la fiesta, pregunta si me acuerdo de los Denver-7. Claro, personas artificiales, indistinguibles de nosotros. Androides, precisa muy puntillosa, como si en ello le fuera la vida. Y me habla de los sobrevivientes, de los androides del sector Denver-7 que todavía circulan por Barcelona, todos con recuerdos implantados y capacidad para reproducirse. Muchos de ellos, dice, han tenido descendencia. Sé de qué me habla. De entrada, porque se habló mucho de los Denver-7 en una época no tan lejana. Luego, menos. Algunos tienen un punto agresivo, una genética pendenciera.

Fueron programados para vivir cuatro años y un grave fallo en su energía eléctrica -el «Gran Apagón» de Barcelona- les dio vida abierta, de duración indefinida


PAQUITA


La península de las casas vacías, David Uclés, p. 143

Francisco Paulina Hermenegildo Teódulo Franco Bahamonde medía uno sesenta; como era delgado y tenía la cabeza grande, además de muy redonda y medio calva, lo apodaron «el Cerillita”. Su rostro de rasgos blandos era difícil de dibujar; no había nada que destacara en su expresión, salvo el leve bigote fascista y una dichosa papada. Quizás lo más atípico en él era la voz atiplada y llena de aire, dicen que por una sinusitis crónica. Sonaba como una trompetilla dentro de una orza tapada. También dicen que solo tenía un huevo, motivo de burlas incluso entre los suyos. Nunca fue religioso: en la Legión lo llamaban «el general de las tres emes»: sin miedo, sin mujeres y sin misa. Sin embargo, parece que el sentimiento religioso se le despertó -muy convenientemente- empezada la Guerra Civil. En cuanto a su carácter, los que lo conocieron afirman que era afable, aunque algo cenaoscuras; los que lo sufrieron, en cambio, dicen que cruel y acomplejado. Esto último es un rasgo típico en los dictadores modernos: el sentimiento de fracaso y el trauma infantil, así como una grave falta de amo,: Stalin sufrió los malos tratos de un padre borracho e intemperado; Hitler, que de pequeño mojaba la cama, fue igualmente ridiculizado por su progenitor, además de rechazado en la escuela de arte; a Mussolini lo criaron en el odio tras el tajante diagnóstico del médico de la familia, que lo calificó de retrasado mental. Franco se crio igualmente a la sombra de un padre malévolo que pegaba a su esposa embarazada, que le rompió el brazo a su hijo mayor al pillarlo en plena masturbación y que insultaba a Franco por su voz amanerada llamándolo «Paquita”.


INCIPIT 1.556. EN PRIMAVERA / KO KNAUSGARD


No sabes lo que es el aire, y sin embargo respiras. No sabes lo que es el sueño, y sin embargo duermes. No sabes lo que es la noche, y sin embargo reposas en ella. No sabes lo que es el corazón, y sin embargo late regularmente en tu pecho, día y noche, día y noche, día y noche.

Has cumplido tres meses de vida y ya pareces envuelta en rutinas mientras reposas en un lecho de lo mismo día tras día, porque no tienes un capullo como las larvas, una bolsa como los canguros o una guarida como los tejones o los osos. Tienes el biberón de leche, el cambiador con los pañales y las toallitas, el cochecito con la almohada y el edredón, y tienes los grandes cuerpos de tus padres. Rodeada de todo esto creces tan despacio que nadie lo percibe, menos que nadie tú misma, porque primero crecerás hacia fuera, al agarrar y fijar lo que hay a tu alrededor con las manos, con la boca, con los ojos, con los pensamientos, que así se crean, y, por fin, cuando hayas hecho esto durante unos años, y el mundo esté establecido, empezarás a descubrir lo que te agarra, y crecerás también hacia dentro, hacia ti misma.

¿Cómo es el mundo para un recién nacido?

Luminoso, oscuro. Frío, caliente. Blando, duro.


LA COLLARES


La península de las casas vacías, David Uclés, p. 152

La mujer era muy religiosa. Había conocido a Franco en Tarna un día cazando perdices. Su padre no veía con buenos ojos que se casara con alguien de apariencia tan mísera y de donnadie, en vez de con un joven de relumbrón, pero la onerosa de Carmen tenía mejor ojo que su padre, y desde aquella cacería ya nunca más se separó de él. Intuyó que junto a aquel hombrecillo podría mantener su mayor afición aparte de ir a misa: las joyas. Misa y joyas, una relación que de por sí dice más de ella que cualquier biografía. Fue tal el derroche en joyería que la apodaron «la Collares»; incluso le sujetaban el cuello entre varios cuando se quitaba las joyas, pues se le había alargado como a las mujeres padaung.

Aquella noche previa a la huida de Franco hacia el continente africano, Carmen se informó sobre la orientación de los presbiterios de los templos en la costa atlántica francesa y sobre las joyerías de la zona, repitiéndose la creencia de que la que bien vive, bien acaba. Una pensando en diamantes y rezos; el otro, en sangre y palacios.

Por cierto, hay quien dice que la Collares nunca estuvo embarazada, que su hija Carmencita fue fruto de una historia entre el hermano de Franco, Ramón, y una prostituta -apodada la Gaviota- que murió a los días de parir. Las malas lenguas decían que Carmen Polo era estéril, que habría sufrido una vibriosis ocasionada por las bacterias que contenían las perlas vivas que se colgaba del cuello.


MUERTE EN MONGOLIA


El loco de Dios en el fin del mundo, Javier Cercas, p.356

-Se dice a menudo que en Occidente evitamos hablar de la muerte, que no queremos saber nada de ella -comenta-. Y es verdad. Pero eso no es privativo de nuestra cultura; aquí ocurre mucho más. En Mongolia, a los muertos ni siquiera les llaman «muertos». De una persona que ha muerto se dice que ya no está, o que se ha marchado: la palabra mongola es ungursun. También se dice de los muertos que se han convertido en Dios: burkhan bolson, se dice. Aquí, la muerte es un tabú ... Aunque ahora por lo menos a los muertos se les dedica una ceremonia y se los entierra. Antes era distinto: antes se los subía a las montañas y se los abandonaba allí, porque las montañas estaban cerca del Tenger Burhan, del Dios del Cielo.

Le pregunto si ésa era una tradición chamánica.

-Más o menos. Los pájaros se comían el cadáver, que así ascendía al cielo y se reunía con Dios. Era una tradición muy antigua, la abolieron en 1945, pero yo todavía he visto un funeral de esa clase ... Ahora también llevan los muertos a las montañas, pero los entierran, siempre de cara al sol, eso sí, para que las tumbas estén iluminadas ... Lo que no hacen es enterrarlos en el cementerio: según ellos, los cementerios están llenos de espíritus y los espíritus nunca se sabe cómo son, de manera que es mejor mantenerlos a distancia.


FRANCISCO


El loco de Dios en el fin del mundo, Javier Cercas, p.344

-Falso de toda falsedad -asegura Fazzini-. El papa no es infalible; solo faltaría. De hecho, este papa se corrige con frecuencia y reconoce que se equivoca mucho más a menudo de lo que lo hacen los políticos ... En realidad, el papa solo habla ex cátedra sobre cuestiones doctrinales básicas. Pero Francisco, por ejemplo, nunca ha usado esa prerrogativa y, que yo recuerde, Juan Pablo II solo lo hizo una vez, para establecer que las mujeres no podían ser sacerdotes ... Algo parecido ocurre con los dogmas. ¿Sabes quién fue el último papa que proclamó un dogma? Pío XII, a mediados del siglo pasado. El dogma de la asunción de María en cuerpo y alma al cielo ... Y el dogma de la inmaculada concepción lo proclamó Pío IX en 1854 ... No es que antes la Iglesia creyese que María había sido concebida como tú y como yo, pero solo en aquel momento sintió la necesidad de proclamar el dogma de que, igual que Jesús, su madre había sido concebida sin pecado.

-Sin follar, quieres decir.

-Eso solo lo decís los herejes.


Nietzsche


El loco de Dios en el fin del mundo, Javier Cercas, p.84

El loco de Nietzsche es un demente que enciende un farol en pleno día y corre al mercado gritando: «¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!». La gente se ríe del loco, mientras él se pregunta, retóricamente: «¿Que adónde se ha ido Dios? Os lo voy a decir», se contesta. «Lo hemos matado: vosotros y yo. ¡Todos somos su asesino!». Y a continuación suelta un epigrama corno un grito terrible cuyo eco todavía no se ha extinguido: «¡Dios ha muerto, y nosotros lo hemos matado!». ¿Ese grito es de alegría o de pena? ¿Hace feliz al loco la muerte de Dios, la liberación de la eterna autoridad suprema, el final de aquello que siempre ha impuesto normas y límites, pero también ha otorgado sentido a todo? ¿Está satisfecho el loco con ese  crimen? No: está desesperado; para el loco, la muerte de Dios no es un acontecimiento gozoso: es un acontecimiento atroz, que no depara al mundo alegría sino desolación.«¿ Cómo hemos podido hacerlo?», se pregunta el loco, incapaz de dar crédito a aquella enormidad. «¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el  horizonte? ¿Qué hicimos cuando desencadenamos la Tierra de su Sol? ¿Hacia dónde caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los soles?[ ... ] ¿Cómo podremos consolarnos, asesinos entre los asesinos?[ ... ] ¿No es la grandeza de este acto demasiado grande para nosotros?». Éste es el loco de Nietzsche: un loco sin Dios, pero también un loco que no está loco, o no del todo, uno de esos locos lúcidos que, como don Quijote, son más lúcidos que los cuerdos porque ven más allá que los cuerdos, más allá de lo que son capaces de ver los hombres comunes y corrientes, aquellos que solo saben reírse de él.


INCIPIT 1.555. EL LOCO DE DIOS EN EL FIN DEL MUNDO / JAVIER CERCAS




Soy ateo. Soy anticlerical. Soy un laicista militante, un racionalista contumaz, un impío riguroso. Pero aquí me tienen, volando en dirección a Mongolia con el anciano vicario de Cristo en la Tierra, dispuesto a interrogarle sobre la resurrección de la carne y la vida eterna. Para eso me he embarcado en este avión: para preguntarle al papa Francisco si mi madre verá a mi padre más allá de la muerte, y para llevarle a mi madre su respuesta. He aquí un loco sin Dios persiguiendo al loco de Dios hasta el fin del mundo.


BERGOGLIO


El loco de Dios en el fin del mundo, Javier Cercas, p.30

Jorge Mario Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 en el barrio de Flores, Buenos Aires, en el seno de una familia católica de clase media-baja procedente del Piamonte, Italia. Era el  mayor de cinco hermanos; los otros cuatro se llamaban Óscar, Marta, Alberto y María Elena: esta última vive todavía. El idioma de su casa era el español, pero sus abuelos le legaron el italiano, que siempre ha hablado con acento porteño. Fue un niño común y corriente, religioso y aplicado; también fue un adolescente ordinario, amigo de salir con sus amigos. Era un buen bailarín de tango. Tuvo varias novias. El 21 de septiembre de 1953, mientras bajaba por la avenida Rivadavia para reunirse con una de ellas y varios amigos, entró en la basílica de San José, se arrodilló ante un confesionario y se confesó. Bergoglio no recuerda de qué lo hizo, o prefiere no recordarlo; sí recuerda, en cambio, que su confesor fue un sacerdote de la ciudad  de Corrientes llamado Carlos Duarte Ibarra, que vivía en el Hogar Sacerdotal, que de vez en cuando decía misa en la basílica y que murió al año siguiente, de una leucemia. Cuando terminó de confesarse, Bergoglio renunció a la cita y volvió a su casa.


JUPIEN


Proust, novela familiar, p. 162

Este joven nacido en el departamento de Costas del Norte (actualmente, Costas de Armor), que había subido a París recomendado por el cura de su pueblo a un sacerdote parisino a todas luces muy bien relacionado, es a la sazón lacayo del príncipe Orloff; en pocos años ha pasado por las mejores casas (entre las que destacan la del príncipe Constantino Radziwill y la de la condesa Greffulhe). La única fotografía suya que se conserva muestra a un joven fornido a la par que elegante, de rasgos delicados a pesar de que los labios se pasaban de gruesos para ser honrados; en la pose (muy erguida, con una mano en el bolsillo), en los ojos claros que miran orgullosamente al objetivo, en el pelo con tupé, asoma cierta arrogancia, pero Le Cuziat ha tenido buenos maestros. Céleste Albaret, que no lo soportaba, solo lo veía como «una espingarda bretona» con los «ojos azules, fríos como los de un pez (los ojos de su alma)», mientras que Maurice Sachs, que lo conoció con unos años más, confirma «su mucha distinción» y la compostura de ese «rostro aristocrático y conservador". Podemos apostar a que a Proust, que se fijaba más en los morenos con bigote tipo Agostinelli que en los rubios como Le Cuziat, que no era «su tipo», no le atrajo tanto su depurado perfil como su erudición en asuntos genealógicos, que en su caso alcanzaba la categoría de ciencia exacta. Sus conocimientos sobre etiqueta, protocolo y hábitos de la aristocracia, así como sobre alianzas oficiales y oficiosas, son de esos que resultan irremplazables, fruto de la pasión por un oficio que ejercía con un celo inusual, combinado con una forma de fascinación por la intriga en el círculo de los poderosos.


MADAME PROUST


 Proust, novela familiar, p. 239

Al morir su madre, Proust le escribe a Montesquiou: «Mi vida ha perdido su único objetivo, su única dulzura, su único amor, su único consuelo». Jeanne Weil fue, cómo no, su gran amor, y la única persona con la capacidad para consolar y calmar la inextinguible angustia de aquel que a la pregunta «Para usted, ¿cuál sería la mayor desgracia?» contestaba: «Estar separado de mamá». En su biografía, George Painter tuvo este famoso acierto: «El 26 de septiembre [de 1905] murió la señora Proust y, de pronto, el Tiempo se perdió». Proust ya solo podía ponerse manos a la obra, cosa que no dejó de hacer hasta su muerte. Al poner la palabra «Fin» al final de la última cuartilla de En busca del tiempo perdido sabía que podía morirse porque, por fin, él sí que había consolado a la madre fallecida, a la que tanto le preocupaba que su «pajarito tontín» no realizase la obra para la que ella sabía en secreto que estaba destinado. ¿Sospechaba siquiera Proust que al bosquejar su novela estaba inventando un auxilio más poderoso que el cariño de una madre ausente?


LOS ZAPATOS ROJOS DE LA DUQUESA


Proust, novela familiar, Laure Murat,  p. 105

«El placer aristocrático de desagradar. .. » ¿Cuántas veces habrán repetido esta cita de Baudelaire los propios aristócratas, convencidos de que, con estas palabras, el poeta justificaba la superioridad de una elite y legitimaba su arrogancia? Más por ignorancia que por mala fe, la cita queda truncada de su primera parte, que, sin embargo, cambia no poco la intención: «Lo embriagador del mal gusto es el placer aristocrático de desagradar».

Esa íntima relación entre mal gusto y aristocracia, vulgaridad en el sentir y nobleza en el rango, no solo no es una contradicción, sino que constituye una paradoja superficial que Proust convirtió en una constante de su heptalogía, una amplia puesta en escena para quitarle la venda de los ojos a la sociedad, donde los personajes, tal y como reconoce el propio autor, resultan ser al final lo contrario de lo que aparentaban al principio. Tras el sádico aparece el tierno. Tras el hombre de mundo, el paleto. Tras una legendaria duquesa, una mujer vulgar y corriente. El hombre viril se revela como un afeminado; el noble, como un hombre innoble. En busca del tiempo perdido o el gran libro de lo inverso.

De modo que convendría recordar sin dilación a quien se empeñe en sostener que Proust es esnob que En busca del tiempo perdido es la crítica más cruel y más sutil que jamás se le haya hecho a la aristocracia francesa en la literatura.


LA ARISTORACIA


Proust, novela familiar, p. 22

Se trata de sentir cómo se crea o se pierde un ambiente, de imbuirse del arte de reavivar una conversación o de cambiar de tema con una sola palabra. Este entrenamiento mudo, que consiste en escuchar y mirar, en  leer los rostros y olfatear la atmósfera, en imitar y repetir sin consignas, me forjó una convicción profunda que podría ser el cimiento de cualquier educación: lo que se transmite de verdad no se enseña.

Y eso podría darse superlativamente en la aristocracia. El juego, que transcurre entre líneas, radica en captar, pillar e interceptar los signos subliminales del camuflaje en una vida en la que hay que borrar cualquier esfuerzo, ocultar cualquier pasión y callar cualquier sufrimiento, obedeciendo a una ortopedia mental cuyas reglas no están escritas. Nadie habla nunca de sí mismo, no se causa revuelo, se evitan los temas conflictivos porque «menuda pesadez», y resulta inconcebible mostrar cualquier emoción en público. La alegría y la tristeza, la agitación y el dolor, el entusiasmo y la melancolía tienen que ver con la clase social. «No se llora como una criada», decía una y otra vez mi bisabuela, cuyo odio por la efusión la llevó a celebrar un baile al morir uno de sus hijos, que se había alistado como voluntario y dado la vida por Francia en 1916, en vísperas de su vigésimo cumpleaños.


INCIPIT 1.554. LA INVENCION DE LA FICCION / JORGE VOLPI

Al despertar una mañana, luego de un sueño intranquilo, me descubro transformado en un monstruoso bicho. Me espanta la armadura anillada de mi abdomen y mis tres pares de patas que se retuercen en zigzag. Las imágenes están allí, vívidas y palpables, tan reales como eso que suelo llamar, tal vez a la ligera, realidad. El horror que experimento ¿es producto de un recuerdo, de una alucinación, de una fantasía? ¿De un sueño? Si por un instante no me di cuenta de que lo era, ¿quién me asegura que no sigo en su interior? Me precipito al cuarto de baño: mi rostro en el espejo es el mismo de cada mañana, solo mis ojeras lucen más pronunciadas. No parezco un bicho: aquellas imágenes artrópodas eran falsas, los rescoldos de una pesadilla. Y entonces sí despierto.

Nada angustia como un sueño dentro de un sueño, uno de los dispositivos predilectos del horror. Si despertamos en uno, ¿no nos precipitaremos en otro y otro, ad infinitum?

Borges se valió de la estratagema en numerosas ocasiones: «Ha soñado el Ganges y el Támesis, que son los nombres del agua», escribió en 1985 en un poema incluido en Los conjurados. «Ha soñado mapas que Ulises no habría comprendido. Ha soñado a Alejandro de Macedonia. Ha soñado el muro del Paraíso, que detuvo a Alejandro. Ha soñado el mar y la lágrima. Ha soñado el cristal. Ha soñado que Alguien lo sueña».

Analizo la escena: mis manos transformadas en patas de insecto. ¿Qué son estas imágenes? ¿Cuál es su naturaleza? ¿Son ficciones? Y, si así fuera, ¿de qué están hechas? Parafraseando a Shakespeare, de la misma materia de los sueños.


INCIPIT 1.553. PROUST, NOVELA FAMILIAR / LAURE MURAT


EL DIABLO ESTÁ EN LOS DETALLES

Me ha costado varios años entender una cosa muy sencilla. Me saltó a la vista una noche, cuando estaba viendo un episodio de Downton Abbey y me topé con una escena en la que el mayordomo, delante de la mesa puesta para la cena, saca una regla para medir la distancia entre el tenedor y el cuchillo y asegurarse de que el intervalo entre ambos cubiertos es el mismo para todos los comensales.

Ese acto nimio, ejecutado con una solemnidad sacramental, me despertó la curiosidad, aunque en ese momento no llegué a entender por qué era tan intensa ni mucho menos qué la había motivado. ¿Por qué, estando tumbada delante de la pantalla del televisor en Los Ángeles, donde vivo, a nueve mil kilómetros del Viejo Continente y tan lejos de la belle époque, me demoraba en un detalle tan anodino, casi subliminal, carente de valor en la trama? Notaba confusamente que, a través de esa medición absurda y esmerada, se estaba manifestando una señal procedente del pasado


LA VERDURIN


Proust, novela familiar, p. 66

Mucho antes de visitar el palacete Murat, Proust había frecuentado asiduamente otro salón, el de Madeleine Lemaire, pintora de rosas y personalidad de la flor y nata parisina que pasó a la posteridad por haber inspirado el personaje de la señora Verdurin. De abril a junio, «la Jefa» recibía los martes en un palacete muy exiguo en el que se apretujaban gente de mundo y artistas en boga, una concurrencia cuya principal característica era el abigarramiento y donde estaban vetados los «pelmas». Ese lugar iba a ser determinante en la vida de Proust. Madeleine Lemaire protege desde muy pronto los amores entre Marcel Proust y el compositor Reynaldo Hahn, que actúa con regularidad en su casa de París o en el palacio de Réveillon. Para Proust es una sustituta de su «madre legal», la llama su «Hermosa Madrina», y en 1896 le encomienda las ilustraciones de su primer libro, Los placeres y los días. «Dejando aparte la familia, es, de todos los seres vivientes, quien más ha hecho por mí», reconocerá más adelante el escritor, en una época en que el vínculo se había debilitado un tanto. Fue en el salón de Madeleine Lemaire donde conoció, entre otras personas, a Robert de Montesquiou, a quien tanto le debe Charlus, y también fue allí donde por lo visto oyó por primera vez la Sonata en re menor para piano y violín de Camille Saint-Saens, uno de los modelos de la frasecita de Vinteuil.

 

PROUST


Proust, novela familiar, p. 22,

Todas los testigos coinciden en un hecho: Proust hablaba igual que en su libro, no había ninguna diferencia entre la frase oral y la frase escrita. «Su habla lenta y continua. Extraordinaria abundancia de incidentes, pero sin que nunca se perdiese el hilo», apunta J acques Riviere. Una misma y única frase, confirma Paul Morand, «muy cantarina, que no acababa nunca, colmada de incidentes, de objeciones que a nadie se le ocurría formular, pero que formulaba él. Se parecía a una carretera de montaña que se sube sin llegar nunca a la cima. Muchos incidentes, que sostenían la frase como una especie de globitos de oxígeno y que la impedían bajar, llena de argucias, de arborescencias, todo muy fluido, muy suave. Muy suave y al mismo tiempo muy viril». Pues la voz de Proust, que me ronda por los oídos de lectora y de viajera por el interior del tiempo, era «insinuante pero autoritaria».


PIO PIO


 Fractal, Andrés Trapiello, p. 564

Si no recuerdo mal, la secuencia más o menos es la siguiente. En Las armas y las letras se desvelan por primera vez algunas de las actuaciones torticeras de don Pío durante la guerra, y se dan a conocer algunas de las contundentes afirmaciones que don Pío escribió por entonces en los periódicos españoles e hispanoamericanos. Algunos de estos artículos estaban perdidos y otros publicados en un libro que se editó durante la guerra en Chile y que ni don Pío, primero, ni don Julio luego quisieron reeditar, con ser primordiales en la obra de don Pío y en la literatura comprometida del momento. En esos artículos don Pío queda como un cuco, alguien que no quiere olvidar quién fue pero que se pliega a los militares fascistas y jura por el Ángel Custodio  en Salamanca en 1938 lo que le ponen por delante. Esta clase de historias, así como el reclamo que se les hacía a sus herederos para que publicaran todos esos libros excluidos de sus obras completas o permitieran que otros lo hiciesen, molestaron sobremanera al hermano de don Julio, hermano que ya llevaba las riendas de los negocios familiares, ante la enfermedad de don Julio. Dos o tres libreros de la Cuesta de Moyana amigos míos así me lo confirmaron: «Ha pasado por aquí ese hombre y va diciendo que esta se la guardan a usted». No sabe uno cómo se la querrían guardar, pero lo cierto es que a los pocos años todos esos libros cuya publicación se reclamaba en Las armas y las letras fueron apareciendo, como había exigido uno.


JB

 


Fractal, Andrés Trapiello, p. 550

El último día que le vio uno fue precisamente en una de aquellas convocatorias turnadas del hotel Palace organizadas por el amigo X. Hizo este la pregunta, «¿os conocéis?», y volvieron a oírse un «sí» y un «no», solo que en esa ocasión el sí fue suyo y el no mío. No lo dije por desairarle, sino para coincidir en algo alguna vez, y que no quedara mal ninguno de los dos. Me miró el ingeniero con los ojos inyectados de sangre, por lo que consideraba una insolencia y una grosería. No solo daba por supuesto que a él tenía que conocerle todo el mundo, sino que no se le pasaba por la cabeza que alguien al que le habían presentado ya unas ochocientas treinta veces tuviera la desvergüenza de negarlo de aquella manera.

A mí me pareció entonces más vanidoso que nunca, porque tenía la sospecha de que aquel «sí», que concedía sin duda a regañadientes, era para que su propia cotización no bajara en presencia de su contratante. Quiero decir que así es como suelen conducirse siempre los socios del Cas ( «Si está en el Club, naturalmente le conozco, y aunque no le conociera, haría como si le conociera; de eso depende tanto su prestigio como el mío propio; en este Club todos somos conocidos y todos nos conocemos; todos somos "de una familia muy conocida", todos somos "de buena familia"»). X, trabajando en Planeta, tenía entonces un cargo relevante en la directiva del Cas. Por ejemplo, creo que él había tenido algo que ver en el finalismo del Premio Planeta que le dieron a una novela suya policiaca, que también pasó sin pena ni gloria,  como suya. El Premio Planeta estaba entonces muy desprestigiado literariamente. Suele estarlo, pero cada cierto tiempo se echa mano de alguien para que enjugue sus pecados y lo dignifique, y a ello contribuyó el ingeniero, a quien, paradójicamente, no le importó prestarse a ser segundo, sin duda por estar íntimamente convencido de ser el primero, lo cual, dicho sea sinceramente, le honra.


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