EL DIABLO ESTÁ EN LOS DETALLES
Me ha costado varios años
entender una cosa muy sencilla. Me saltó a la vista una noche, cuando estaba
viendo un episodio de Downton Abbey y me topé con una escena en la que el
mayordomo, delante de la mesa puesta para la cena, saca una regla para medir la
distancia entre el tenedor y el cuchillo y asegurarse de que el intervalo entre
ambos cubiertos es el mismo para todos los comensales.
Ese acto nimio, ejecutado con una
solemnidad sacramental, me despertó la curiosidad, aunque en ese momento no
llegué a entender por qué era tan intensa ni mucho menos qué la había motivado.
¿Por qué, estando tumbada delante de la pantalla del televisor en Los Ángeles,
donde vivo, a nueve mil kilómetros del Viejo Continente y tan lejos de la belle
époque, me demoraba en un detalle tan anodino, casi subliminal, carente de
valor en la trama? Notaba confusamente que, a través de esa medición absurda y
esmerada, se estaba manifestando una señal procedente del pasado