Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

FRANCISCO FRANCO

De Riña de gatos, de Eduardo Mendoza, p. 304-305
Pronto estuvieron a una distancia tan corta que habría podido tocarlos con sólo alargar el brazo el señor duque de la Igualada y el general Franco. Conteniendo la respiración oyó decir a este último con voz metálica:
—Una cosa está fuera de discusión, excelencia. El asunto compete al Ejército español. ¡En exclusiva! Si ese protegido de usted y su cuadrilla de pistoleretes quieren participar en cualquier actividad, deberán hacerlo con total subordinación a la milicia y actuarán cuándo y cómo se les ordene, sin oposición ni antinomia. De no ser así deberán afrontar las consecuencias de su indisciplina. La situación es grave y no podemos permitirnos arbitrariedades, Hágaselo saber a su protegido, excelencia, tal cual se lo he dicho. Simpatizo con el patriotismo de esos muchachos, no lo niego, y me hago cargo de su impaciencia, pero el asunto compete en exclusiva al Ejército español y a nadie más.
—Así mismo se lo transmitiré, mi general, pierda usted cuidado —dijo el duque—, pero el general Mola me había dado a entender.., su punto de vista al respecto...
—Mola es un gran militar, un patriota ejemplar y una gran persona —dijo Franco bajando la voz—, pero a veces le domina el sentimentalismo. Y Queipo de Llano es un tolondrón. La situación es grave y alguien ha de conservar la cabeza clara y la sangre fría. La guerra que se ave cina la ganará el que sepa mantener el orden en sus filas.
Ya se habían alejado y Anthony se deslizaba en la dirección opuesta, cuando vio venir a los otros dos generales y recuperó a toda prisa su rincón sombrío. Desde allí distin
guió el acento vinoso de Queipo de Llano.
—Emilio, si esperamos a que Franquito se decida, nos darán las uvas. Por exceso de tino nos ganarán la mano los bolcheviques, y entonces ya me dirás tú cómo lidiamos ese toro. Créeme, Emilio: el que da primero da dos veces.
—No es fácil coordinar a tanta gente. Hay mucha indecisión y mucha prudencia
—Entonces, no coordinemos. Echa a la calle a los requetés, Emilio, Si hay una escabechina, se acabarán las vacilaciones, En lo esencial, todo el mundo está de acuerdo. El lastre son las discrepancias y las rencillas personales Por no hablar del canguelo de algunos, o de la ambición de otros: Sanjurjo quiere dirigir la sublevación; Goded espera lo mismo, y Franquito a la chita callando se alzará con el santo y la limosna si no andamos listos. Si tú no tomas el mando, no iremos a ninguna parte, Emilio, te lo digo yo.
—Te escucho, Gonzalo, pero no conviene precipitarse Tú todo lo arreglas a cañonazos y aquí la cosa tiene su complejidad.

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