Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

ITALIANOS E ITALIANAS

Tiene que llover, Karl Ove Knausgard, p. 294
Eramos hermanos, ese vínculo era más fuerte que todo lo demás, pero algo había cambiado de todos modos, tal vez en mí, donde habían desaparecido los últimos restos de naturalidad, era consciente de todo lo que se decía y hacía cuando estábamos juntos. Las pausas que surgían entre nosotros eran dolorosas, éramos hermanos, deberíamos estar charlando con naturalidad y sin ningún esfuerzo, pero entonces llegaba el silencio, y yo me ponía a buscar algo natural con que romperlo. ¿Algo sobre bandas musicales? ¿Algo sobre Asbj0rn o algún otro amigo suyo? ¿Algo sobre fútbol? ¿Algo sobre lo que nos rodeaba, una ciudad por la que pasaba el tren, un intermezzo en la calle delante de la ventana de la pensión, una mujer guapa que entraba en el bar en el que nos encontrábamos? Algunas veces funcionaba, hablábamos por ejemplo de la diferencia entre las chicas que se veían en Noruega y las que se velan allí, tan increíblemente elegantes, no sólo en la ropa, con su chaquetas ajustadas y abrigos estrechos, sus botas largas y sus finos pañuelos, sino también en su manera de andar, estudiada y elegante, tan escandalosamente distinta al estilo deportivo de nuestras chicas, un andar que no contenía nada más que el desplazamiento, ligeramente echadas hacia delante, como eternamente preparadas para una lluvia torrencial, trotando, con paso andarín, nada extra, ¡lo importante era llegar! Al mismo tiempo resultaba deprimente ver a las mujeres italianas -la palabra chica no era la adecuada para ellas-, se encontraban en otra división, fuera de nuestro alcance, de nosotros, tan poco sofisticados como las chicas noruegas, bastaba con echar una breve mirada a los jóvenes italianos, tan elegantes y acicalados como sus homólogas femeninas, que se sabían todos los trucos, y que además las trataban con unos modales que nosotros no sabríamos remedar aunque hubiéramos ensayado todos los días del año siguiente, bueno, ni siquiera si hubiéramos estudiado elegancia y saber estar en la universidad durante seis años. 

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