Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

ELECCIONES ¿O NO?

De Los sinsabores de Bolaño,, p.163-164
Esa noche buscó en el Diccionario de la Real Academia el vocablo «nigología». No lo encontró. El diablo maldiga a estos madrileños de mierda, pensó con rabia. Lo más cercano era «nigola». f. Mar. Cuerdas horizontales de jarcias y gavias, que sirven de escalones para subir a los palos; aflechate, flechaste. ¡Navegar en un velero junto a las jarcias y las gavias! También estaba nigromancia o nigromancía, cuyo significado Jordi sabía gracias a los juegos de rol, y también la palabra nigérrimo, ma. (Del lat. nígerrimus.) adj. sup. de negro. Negrísimo, muy negro.
Tampoco estaba en el Diccionario ideológico de la lengua española de Julio Casares ni en el Pompeu i Fabra.
Mucho más tarde, mientras sus padres dormían, se levantó desnudo de la cama y con pasos muy medidos, como si estuviera en una cancha de básquet de fantasmas, se dirigió a la biblioteca de su padre y buscó hasta dar con un ejemplar de Cándido en traducción castellana.
Leyó: «Está demostrado, decía Pangloss, que las cosas no pueden ser de otra manera que como son, pues estando todo hecho para un fin, todo es necesariamente para el mejor fin. Nótese que las narices han sido creadas para llevar antiparras, y por eso antiparras tenemos; que las piernas fueron visiblemente instituidas para que las enfundásemos, y tenemos calzones. Las piedras hechas para ser talladas y construir castillos con ellas, y por eso monseñor posee un castillo suntuosísimo, porque el barón más grande de la provincia es quien ha de estar mejor alojado; y como los cerdos han nacido para que se los coman, comemos cerdo todo el año; por consiguiente, los que afirman que “todo está bien”, han afirmado una necedad, pues debieron decir que todo está lo “mejor posible”».
Durante un rato permaneció acuclillado sobre la alfombra de la biblioteca balanceándose ligeramente y con los cinco sentidos puestos en otra parte. ¿Me he enamorado de ti?, pensó. ¿Me estoy enamorando? Y si es así, ¿qué puedo hacer? No sé escribir cartas. Estoy condenado. Después susurró herido: joder, Rosa, joder, qué cabronada, qué cabronada...

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