Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 316. HERZOG / SAUL BELLOW


     “Si estoy como una cabra, qué le voy a hacer”, pensó Moses Herzog.
   Había quienes pensaban que estaba tarado y, durante cierto tiempo, él mismo había dudado de su cordura. Pero ahora, aunque todavía se comportaba de una manera extraña, se sentía seguro de sí mismo, animado, lúcido y fuerte. Estaba como hechizado y se dedicaba a escribir cartas a todo quisque. Esas cartas le alteraban hasta tal punto que, desde finales de junio, iba de un lado a otro con una maleta llena de papeles. La había llevado de Nueva York a Marcha's Vineyard, pero no tardó en volver de Vineyard; dos días más tarde voló a Chicago, y desde allí fue a un pueblo en la zona occidental de Massachusetts. Oculto en el campo, escribía sin parar, frenéticamente, a los periódicos, a personas públicas, a amigos y parientes, y, por fin, a los muertos, primero a sus difuntos cercanos y casi anónimos, y por último a los famosos.
   Era pleno verano en los Berkshires. Herzog estaba solo en la gran casa antigua. Si de normal era un tanto maniático  con la comida, ahora se alimentaba de pan Silvercup directamente del envoltorio de papel, judías de lata y queso americano. De vez en cuando recogía frambuesas  del descuidado huerto, levantando las ramas espinosas con distraída cautela. Para descansar dormía en un colchón sin sábanas -el de su abandonada cama de matrimonio- o en la hamaca, tapado con su abrigo. En el pario, le rodeaban la hierba alta con aristas, los algarrobos y los arces de semillero. Cuando abría los ojos por la noche, las estrellas le parecían cercanas, como cuerpos espirituales. 

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