Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DINERO


De Union Atlantic, de Adam Haslett, p.248
En el centro de la sala se veía la balanza de metal que todavía se empleaba para calibrar la pureza del oro. A su lado había dos pares de protectores de pies fabricados en magnesio para los trabajadores, por si se les caía un lingote mientras lo trasladaban.
—Ahora estamos a veinticinco metros por debajo de la accra —explicó Henry—. A diez metros por debajo del nivel del mar. Adelante —la animó, señalando las hileras de armazones de metal, sólo identificadas por un número, que ocupaban las paredes del suelo al techo—. Eche un vistazo.
Evelyn lo miró con suspicacia, como si se tratara de una encerrona, pero luego sucumbió a la curiosidad y se acercó a uno de los armazones, que contenían lingotes de un amarillo oscuro, de tres metros de altura y seis de profundidad. Al cabo de un momento se volvió, miró el pasillo y se quedó contemplando el elevado número de armazones.
—Es la mayor reserva de oro monetario del mundo
—añadió él—. Aquí hay una proporción importante de todo el oro extraído a lo largo de la historia.
—Y todo esto pertenece al gobierno?
—No. Las reservas del Tesoro se encuentran en Fort Knox y en West Point. Casi todo lo que ve aquí es propiedad de bancos centrales del extranjero. La mayor parte de los países del mundo guardan aquí sus reservas. Nosotros nos limitamos a custodiarlas. Cuando los gobiernos quieren cerrar un negocio, nos llaman y trasladamos el oro de una cámara a
otra.
—Tanto confían en nosotros?
—Para estos asuntos sí.
Ella se acercó a otro armazón y se quedó mirando la brillante pared de oro.
—Todos los días vienen visitantes, que se quedan en la primera puerta —dijo Henry—. Creo que el año pasado tuvimos veinticinco mil. A la gente le encanta ver esto. Me viene a la mente una frase de Galbraith: «El proceso mediante el cual los bancos crean dinero es tan sencillo que la mente no lo asimila. Parece que lo decente es que exista un misterio más profundo.» Supongo que esto es lo que queda del misterio. Sin embargo, todo lo que nos rodea apenas tiene importancia —añadió mientras abarcaba la cámara con un amplio ademán—. Sumándolo todo, no vale más de ochenta o noventa mil millones. Cada hora se mueve más dinero por vía electrónica. Y todo se basa únicamente en la confianza. En la cooperación. A veces incluso podría denominarse fe; yo lo llamo así en ocasiones, aunque una fe terrenal. Sin ella no podría comprarse ni una barra de pan.
»Aunque, como mi hermana siempre se encarga de recordarme, la gran pregunta ética es qué hace la gente, o los gobiernos, con ese dinero. Comprar medicamentos, comida o armas? Cualquiera de esas opciones resulta posible. Somos libres de elegir lo que sea. El sistema tiene que funcionar. La gente tiene que confiar en los billetes que lleva en la cartera. Y eso surge de algún sitio. Surge de los bancos.

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