Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

SOBRE LA NECESIDAD DEL COSIDO DE LOS LIBROS

Nada peor que no dejar a nuetros hijos los recuerdos de nuestras lecturas; y los libros mismos. En micasa ya hemos destrozado los viejos volúmenes de la colección El libro de bolsillo de Alianza: Conrad, Stevenson, Proust. Como muy bien se dice en Babelia este sábado:
Adoro a Auster como se adoran esos objetos transicionales que sirven a niños y a enamorados infelices para tomar aliento y marcharse (o regresar) a otra cosa: a Proust, por ejemplo, o a Balzac, o a Flaubert, de los que tanto aprendió el elegante y austero Auster, el más francés de los escritores norteamericanos de hoy. Sunset Park, su novela número 16, trata de muchas cosas. De la paternidad, por ejemplo, y del amor, y de las dificultades para ejercerlos. Auster coloca a su media docena de personajes contra el telón de fondo de la crisis -del otoño de 2008 a la primavera de 2009- y los deja moverse en ella, sin dejar de guiñar el ojo referencial a su lector: de Happy Days, de Beckett, a Los mejores años de nuestra vida, de Wyler, pasando por el Gatsby de Scott Fitzgerald. Si quieren pasar cinco o seis horas estupendas, déjense llevar por Auster. Les ayudará, sin duda, la tersa, vibrante, impecable traducción de Benito Gómez, a la que sólo le sobra la única N. del T. que aparece en el texto. Y, por favor, señor Herralde, regrese a los libros cosidos. No resulta tan caro, le distingue, y sus (fieles) lectores se lo merecen.
MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO

SNOPES


De Sartoris, p.212-213
-No ha vuelto Snopes contigo? —preguntó.
Este Snopes era un joven, miembro de una familia al parecer inagotable, que durante los diez o doce últimos años había ido emigrando a la ciudad poco a poco desde un pequeño pueblo conocido como Frenchman’s Bend. Flem, el primero de los Snopes, había aparecido un día, sin llamar la atención y sin provocar la menor alteración en la vida de la ciudad, tras el mostrador de un pequeño restaurante en una calle sin importancia, que frecuentaban los campesinos. Con este apoyo y como Abraham en tiempos pretéritos, fue trasladando a su familia a la ciudad, pieza a pieza. El mismo Flem era ya gerente de la central eléctrica y del suministro de agua a la ciudad y durante algún tiempo también había sido una especie de factotum de la alcaldía. Tres años antes, para sorpresa y consternación del viejo Bayard Sartoris y a pesar de su evidente disconformidad, se había convertido en vicepresidente de su bando, donde un pariente suyo era ya contable.
Todavía conservaba el restaurante, y la tienda de lona en la parte posterior que él, su mujer y un niño pequeño habían utilizado como vivienda durante los primeros meses de residencia en la ciudad, y que posteriormente servía de apeadero para los Snopes que iban llegando, hasta que se distribuían por los variados e insignificantes negocios de tercera categoría —tiendas de ultramarinos, barberías (había un Snopes, aquejado de alguna especie de invalidez, que regentaba un tostador de cacahuetes de segunda mano), etc.— donde se multiplicaban y florecían. Los residentes más antiguos, en sus hogares de estilo Jefferson y en sus decorosas tiendas y oficinas, los contemplaban divertidos al principio. Pero hacía ya mucho tiempo que esta actitud se había convertido en algo mucho más parecido a la consternación.

¡¡¡¡¡FAULKNER¡¡¡¡¡

De Sartoris, p. 17-18
Bayard permaneció por un momento inmóvil delante de la casa, pero su blanca simplicidad sólo le ofrecía un sueño ininterrumpido entre los árboles añosos iluminados por el sol. La glicina que subía por un extremo de la veranda había florecido, marchitándose después, y un débil rastro de pétalos ajados yacía pálidamente entre sus oscuras raíces y las de un rosal que crecía apoyándose en el mismo rodrigón. El rosal, lenta pero inexorablemente, estaba ahogando la otra enredadera, cuyos brotes no pasaban ya del tamaño de dedales y daban unas flores tan pequeñas como monedas de plata; abundantísimas, eso sí, pero sin aroma, y además se deshacían al intentar cortarlas.
Sin embargo, la inmovilidad y la serenidad de la casa resultaban sedantes, por lo que el viejo Bayard subió hasta el vacío y encolumnado porche y, después de cruzarlo, entró en el espacioso vestíbulo de altísimo techo. La casa estaba silenciosa, exquisitamente huérfana de cualquier sonido o movimiento.

INCIPIT 279. PERDER TEORIAS / ENRIQUE VILA-MATAS


Fui a Lyon porque una organización llamada Villa Fondebrider me invitó a dar una charla sobre las relaciones entre la ficción y la realidad dentro de unos Encuentros Internacionales de Literatura. Acepté por que no había estado nunca allí y me apetecía conocer la ciudad. Además, participaban en aquel simposio John Banville y Rick Moody, dos de mis escritores favoritos. En cuanto a la cuestión de las cada día más manoseadas relaciones entre la ficción y la realidad, había escrito ya una infinidad de veces y de muy variadas formas sobre el tema y me pareció llegada la hora de fijar, de una vez por todas y aunque yo mismo desconfiara de ella, una posición firme al respecto.
Recuerdo todavía las cosas absurdas que, a lo largo del viaje aéreo, pensé que podía encontrarme en Lyon cómo acabé quedándome dormido. Cuando desperté, ya habíamos llegado. En el aeropuerto me esperaba

DINERO


De Union Atlantic, de Adam Haslett, p.248
En el centro de la sala se veía la balanza de metal que todavía se empleaba para calibrar la pureza del oro. A su lado había dos pares de protectores de pies fabricados en magnesio para los trabajadores, por si se les caía un lingote mientras lo trasladaban.
—Ahora estamos a veinticinco metros por debajo de la accra —explicó Henry—. A diez metros por debajo del nivel del mar. Adelante —la animó, señalando las hileras de armazones de metal, sólo identificadas por un número, que ocupaban las paredes del suelo al techo—. Eche un vistazo.
Evelyn lo miró con suspicacia, como si se tratara de una encerrona, pero luego sucumbió a la curiosidad y se acercó a uno de los armazones, que contenían lingotes de un amarillo oscuro, de tres metros de altura y seis de profundidad. Al cabo de un momento se volvió, miró el pasillo y se quedó contemplando el elevado número de armazones.
—Es la mayor reserva de oro monetario del mundo
—añadió él—. Aquí hay una proporción importante de todo el oro extraído a lo largo de la historia.
—Y todo esto pertenece al gobierno?
—No. Las reservas del Tesoro se encuentran en Fort Knox y en West Point. Casi todo lo que ve aquí es propiedad de bancos centrales del extranjero. La mayor parte de los países del mundo guardan aquí sus reservas. Nosotros nos limitamos a custodiarlas. Cuando los gobiernos quieren cerrar un negocio, nos llaman y trasladamos el oro de una cámara a
otra.
—Tanto confían en nosotros?
—Para estos asuntos sí.
Ella se acercó a otro armazón y se quedó mirando la brillante pared de oro.
—Todos los días vienen visitantes, que se quedan en la primera puerta —dijo Henry—. Creo que el año pasado tuvimos veinticinco mil. A la gente le encanta ver esto. Me viene a la mente una frase de Galbraith: «El proceso mediante el cual los bancos crean dinero es tan sencillo que la mente no lo asimila. Parece que lo decente es que exista un misterio más profundo.» Supongo que esto es lo que queda del misterio. Sin embargo, todo lo que nos rodea apenas tiene importancia —añadió mientras abarcaba la cámara con un amplio ademán—. Sumándolo todo, no vale más de ochenta o noventa mil millones. Cada hora se mueve más dinero por vía electrónica. Y todo se basa únicamente en la confianza. En la cooperación. A veces incluso podría denominarse fe; yo lo llamo así en ocasiones, aunque una fe terrenal. Sin ella no podría comprarse ni una barra de pan.
»Aunque, como mi hermana siempre se encarga de recordarme, la gran pregunta ética es qué hace la gente, o los gobiernos, con ese dinero. Comprar medicamentos, comida o armas? Cualquiera de esas opciones resulta posible. Somos libres de elegir lo que sea. El sistema tiene que funcionar. La gente tiene que confiar en los billetes que lleva en la cartera. Y eso surge de algún sitio. Surge de los bancos.

MM REINVENTA EL PSICONALISIS


De Ultimas sesiones con Marylin, p.324
“El doctor Freud dice que los sueños son el camino real del inconsciente. No prohíbe que se graben y se escuchen en diferido. A partir de ahora le voy a explicar mis sueños a través de una cinta, ¿vale? Doctor Greenson, usted es el mejor psiquiatra del mundo. Dígame si Marilyn Monroe ha inventado un nuevo y eficaz sistema para hacer avanzar el psicoanálisis. Cuando haya oído las cintas que habrá utilizado para cuidarme, podría publicar un artículo al respecto en alguna revista científica. ¿No resultaría sensacional? No quiero que me lo agradezca. No quiero ser identificada en el artículo. Es un regalo que le hago. Nunca lo comentaré con nadie y usted será el primero en superar las resistencias. Podría sacar provecho de esa idea y pedirle a Mickey Rudin que le explique cómo rentabilizarla.
Vamos allá. Todo lo que le voy a decir es verdad. Desde que soy paciente suya, nunca he tenido un orgasmo. Recuerdo que usted dijo un día que el orgasmo le llega al espíritu, no al sexo. Prefiero la palabra sexo en vez de decir aparato genital. El problema no está en las palabras sino en la manera en que la gente las utiliza.”

INCIPIT 278. EL CUARTO MANDAMIENTO / BOOTH TARKINGTON


1
EL COMANDANTE Amberson hizo su fortuna el año 1873, precisamente cuando otras gentes andaban perdiendo las suyas, y de entonces data el comienzo de la magnificencia de los Amberson. Es la magnificencia, como la importancia de un caudal, relativa siempre, y así lo descubriría el mismísimo Lorenzo el Magnífico si su espíritu visitara el Nueva York contemporáneo; fueron magníficos los Amberson para su época y para la ciudad en que vivían. Su esplendor subsistió durante todos los años que vieron a su ciudad del Midland* extenderse y tornarse sombría hasta llegar a ser una gran urbe, mas alcanzó su mayor brillo en aquella época en que todas las familias pudientes y con niños tenían un perro de Terranova.

ZSA ZSA GABOR


Zsa Zsa Gabor, hospitalizada por 'masivos coágulos de sangre'La diva de Hollywood Zsa Zsa Gabor, de 93 años, fue hospitalizada nuevamente, luego de que su médico le descubriera "masivos coágulos de sangre" en una de sus piernas, informó el portavoz de la artista John Blanchette.
Gabor fue trasladada en ambulancia a la guardia del Centro Médico Ronald Reagan UCLA. Su esposo el príncipe Frederic von Anhalt indicó que su esposa sufría fuertes dolores y tenía una pierna hinchada.
Según indicó Blanchette, la salud de Gabor fue estable durante las semanas pasadas, comió normalmente y estaba en el camino de la recuperación.
A mediados de julio, Gabor se cayó de la cama en su casa y se rompió la cadera, por lo que tuvo que ser sometida a una cirugía de reemplazo de cadera.
Sólo dos días después de haber sido dada de alta, los médicos tuvieron que retirar dos coágulos. La artista regresó a su mansión en Bel Air, pero a comienzos de septiembre volvió a ser hospitalizada para estar bajo observación debido a que se quejaba de fuertes dolores.

EL AFEITADO EN EL SIGLO XXI


De La cena, de Herman Koch, p.14
«Todas las familias felices se parecen entre sí, pero cada familia desdichada ofrece un carácter peculiar», reza la primera frase de Ana Karenina, de Tolstói. Sólo me atrevería a añadir que las familias desdichadas, y sobre todo los matrimonios desdichados, nunca pueden estar solos. Cuantos más testigos tengan, mejor. La desdicha busca siempre compañía. La desdicha no soporta el silencio, sobre todo los silencios incómodos que se producen cuando se está a solas.
Así pues, Claire y yo nos sonreímos en el bar cuando nos trajeron las cervezas, a sabiendas de que nos esperaba una larga velada en compañía del matrimonio Lohman, de que ése era el mejor momento de la noche y que, a partir de entonces, las cosas sólo podrían ir a peor.
No me apetecía cenar en un restaurante. Nunca me apetece. Una cita en los próximos días es la antesala del infierno; la noche en cuestión, el infierno mismo. Empieza ya de buena mañana delante del espejo con el «qué me pongo?» y el «me afeito o no?». A fin de cuentas, todo eso dice mucho de uno, tanto unos vaqueros salpicados de rotos y manchas como una camisa bien planchada. Si vas con barba de un día, es que has sido demasiado perezoso para afeitarte; con barba de dos días te preguntan infaliblemente si la susodicha barba de dos días forma parte de tu nueva imagen, y con barba de tres días estás a un paso de la degradación total.
¿Va todo bien? ¿No estarás enfermo?» Hagas lo que hagas, no eres libre. Afeitarse también es una declaración: salta a la vista que la cena te parece tan importante que te has tomado incluso la molestia de afeitarte, piensan los demás. En realidad, si te afeitas es como si ya te hubiesen metido el primer gol.

AMOR

Del prólogo de Vila-Matas a La hechizada de Barbey d’Aureville, p.18-19
El emperador Carlomagno (nos cuenta Calvino ampliando levemente la escueta nota a pie de página de Barbey) se enamoró, siendo ya viejo, de una muchacha alemana. Los nobles de la corte estaban muy preocupados porque el soberano, poseído de ardor amoroso y olvidado de la dignidad real, descuidaba los asuntos del Imperio. Cuando la muchacha murió repentinamente, los dignatarios respiraron aliviados, pero por poco tiempo, porque el amor de Carlomagno no había muerto con ella. El emperador, que había hecho llevar a su aposento el cadáver embalsamado, no quería separarse de él. El arzobispo Turpin, asustado de esta macabra pasión, sospechó un hechizo y quiso examinar el cadáver. Escondido debajo de la lengua muerta encontró un anillo con una piedra preciosa. No bien el anillo estuvo en manos de Turpin, Carlomagno se apresuró a dar sepultura al cadáver y volcó su amor en la persona del arzobispo. Para escapar de la embarazosa situación, Turpin arrojó el anillo al lago de Constanza, Carlomagno se enamoré del lago de Constanza y no quiso alejarse nunca más de sus orillas.

JOYCE, MM Y FREUD Y DIOS

De Ultimas sesiones con Marylin, p.322
“Sus Lecciones de introducción: ¡menudo genio! Lo hace todo fácilmente accesible. Y tiene mucha razón. Reconoce que Shakespeare o Dostoyevski entendían mejor la psicología que todos los sabios juntos. Por supuesto. Así es. Wilder, Billy Wilder, me hizo decir una cosa en Con faldas y a lo loco: “Yo no soy el profesor Freud!”. ¿Recuerda la escena en que Tony Curtis simulaba ser asexuado o impotente y que no sentía nada cuando yo lo abrazaba? Decía: “Lo he intentado todo. Pasé seis meses en Viena con el profesor Freud pegado a la espalda. Nada que hacer”. Yo lo abrazaba, una vez, dos. A la tercera le decía: No soy el profesor Freud, pero lo voy a intentar de nuevo”. El psicoanálisis está muy bien; pero el amor, el de verdad, el que hacemos con la boca, las manos y el sexo, tampoco está mal para salir del hielo, de la muerte. Billy lo había entendido así.
“Me dijo que leyera el monólogo mental de Molly Bloom. Mientras lo hacía, había algo que me aburría. Joyce escribe lo que una mujer piensa de sí misma. ¿Era capaz? ¿Podía realmente conocer sus pensamientos más íntimos? Pero cuando acabé de leer el libro, lo entendí todo mejor. Joyce era un artista que podía penetrar el alma de las personas, hombres o mujeres. No tiene la menor importancia que Joyce tuviera o no tuviera pechos u otros atributos femeninos, ni que sufriera los dolores menstruales”

INICPIT 277. LA FILOSOFIA EN INVIERNO / RICARDO MENENDEZ SALMON


Subraya con tal vehemencia y tan reiteradas veces el negro rótulo in mayúsculas de la voz DIOS, que termina por quebrar la mina del lapicero. Solo entonces se percata, advirtiendo lo monótono de su gesto gracias al leve chasquido del grafito, de que lleva cuando menos catorce botas de intensísimo trabajo apenas interrumpido para orinar, desentumecer los músculos o saciar el apetito.
Está exhausto. Se siente corno si hubiese escalado una montaña por su cara más hostil, como si hubiese remado durante días a través de una corriente adversa, Sufre esa familiar angustia que en semejantes ocasiones, descuidado del paso del tiempo, esclavo de un afán, le oprime el lado izquierdo del pecho robándole el aliento,
Se quita las gafas que emplea para leer los Inanuscritos y las coloca encima de la mesa de roble que le sirve de escritorio, justo al lado del retrato de Baruch

EL DESEO ES EL DESEO DEL OTRO

De Intrusos y huéspedes, de Luis Magrinyá p.64-65
Yo siempre les digo a los alumnos, medio en broma, pero intentando que lo capten, que Gualterio es como una sublimación del perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Trato de que «encuentren» ese «sentimiento» de prevención y suspicacia que no tan raramente aparece cuando el deseo se impregna de obligación, cuando uno se da cuenta de que, al satisfacer un deseo propio, está satisfaciendo también el deseo de otros... y de otros precisamente cuyo deseo no está interesado en satisfacer. Trato de que «sientan» esa tremenda desilusión que se sigue de no saber de quién son realmente los propios deseos, y por cuenta de quién está realmente uno actuando cuando cree que actúa libremente

SEXO

De Snuff, de Palaniuk, p. 31
El verdadero toque de genialidad fue convertirlo en una competición. La carrera erectoral. Además, hay estudios científicos que demuestran que cuando se coloca a varios hombres juntos entre ellos antes de un acto sexual, se eleva su recuento de espermas. Se trata de estudios procedentes de las granjas lecheras, donde a los toros se los reúne en grupos delante de una vaca fértil. La cosecha resultante proporciona volúmenes mayores de semen viable. Convulsiones más fuertes del suelo pélvico, que maximizan la altura y la distancia del fluido seminal expulsado.
La base científica de una buena corrida.
Incremento de afinidad y de tensión superficial. Mayor viscosidad. La base física de una buena corrida en la cara.
Un imperativo biológico, pero mejorado. Basar las películas pomo en los modernos procedimientos de las granjas lecheras. Secretos comerciales que pueden destruir el romanticismo de cualquier buen gang-bang.

BENETIANA

Del Prólogo de JB a la primera edición de los Cuentos completos
Por uno de esos asombrosos arcanos que rigen el universo e informan sus apartados más remotos y nimios, ambos volúmenes han resultado del mismo número de páginas, lo que además de una ventaja editorial estimo que puede constituir el punto de partida de una reflexión crítica muy al gusto moderno; por ejemplo, que el espacio mítico es un complemento gemelo y contrapuesto al espacio mítico, que la escritura es la reacción en forma de texto a algo que necesita ser imaginario, que el texto es la reducción de un estado del pensamiento anterior a la obra, que hay dos textos, o tal vez tres, o que hay tantos textos cuantos se quiera.
El lector que esté ajeno a las modernas teorías textuales y a las recientes elucubraciones acerca de la escritura —más bien de las escrituras— espero que podrá encontrar algo de lo que buenamente se espera de toda lectura; esto es, emociones. Porque el otro no ya que, por lo general, las teorías textuales dejan una huella imperecedera y establecen, para siempre, la distancia insalvable que debe separar al científico del objeto de sus investigaciones. Hay que ser muy hombre, todo un hombre, para volver a recrearse ingenuamente con la lectura cuando se tiene en el haber propio una parte o la totalidad de una teoría textual. Con una parte ínfima basta; casi con un enunciado que, por lo demás, son raros. Porque, insisto, una lectura analítica de textos, de la mano de uno de los grandes maestros contemporáneos, imprime más carácter que el paso por la Legión.
[…]
Y entrando ya en un terreno más práctico incluso se ofrece al lector unas pocas páginas en inglés que, a pesar de no venir acompañadas de su traducción, pueden ser de utilidad para estudiantes de grado medio de esa lengua; su propia rusticidad me impide esperar que sean del mismo provecho para los que hayan alcanzado el grado superior
Con todo y con eso me queda la sospecha de que, a pesar de tratarse de una edición dirigida al hombre de la calle, en buena medida se apropiarán de ella los críticos, los doctos y los que, habiendo sido iniciados en la textología, no desean otra cosa que un motivo para practicarla. Porque o bien es que el hombre de la calle compra pocos libros para leer (un concepto que debe tener algún parentesco con aquella «merluza para freír», señalada en los menús de las viejas tabernas) o bien es que, por una de esas faltas de discernimiento que llevan al hombre hasta la manía persecutoria, yo ya no veo ms que críticos, doctos y textólogos. Sit Regionis terra sibi levis,
Juan Benet, enero de 1977,

INCIPIT 276. ULTIMAS SESIONES CON MARILYN / MICHEL SCHNEIDER


Nueva York, abril de 1955. El escritor Truman Capote asiste con Marilyn Monroe a un entierro.
—Necesito teñirme —dice ella—. Y no he tenido tiempo de hacerlo.
Le muestra una huella oscura en la línea de separación de sus cabellos.
—Mira que llego a ser inocente. Yo que siempre había pensado que eras rubia al cien por cien.
—Soy una rubia auténtica. Pero nadie lo es de una manera natural. O sea, que te zurzan.
Como el cabello de Marilyn, esta novela —estas novelas mezcladas— es realmente falsa. A diferencia de la anticuada advertencia de las viejas películas, se inspira en hechos reales, y los personajes aparecen con su auténtico nombre, salvo algunas excepciones que pretenden respetar la vida privada de personas que siguen entre nosotros. Los lugares son exactos y las fechas han sido verificadas. Las citas extraídas de sus relatos, notas, cartas, artículos, entrevistas, libros, películas, etcétera, son literales.
Puede que el falsario que soy no haya dudado en adjudicar a unos lo que otros dijeron, vieron o vivieron; en atribuirles un diario íntimo que nunca se encontró, así como artículos o notas inventadas; o en prestarles sueños y pensamientos que ninguna fuente ha confirmado.
En esta historia de amor sin amor entre dos personajes reales, Marilyn Monroe y Ralph Greenson, su último psicoanalista, unido a ella por los hilos del destino, no buscaremos ni lo real ni lo verosímil. Les veo ser lo que fueron y acepto la

PSICOANALISIS Y BILLY WILDER Y MM

Pero había también otra Marilyn. Wilder recordó durante mucho tiempo esta escena: Marilyn no salía de su caravana, y cuando un ayudante fue a buscarla, la encontró leyendo Los derechos humanos, de Thomas Payne. «Que te den por culo!», le dijo ella. A partir de entonces, cada vez que le hablaban de los retrasos de la actriz en el plató, Billy Wilder decía: «Yo no tenía problemas con Monroe. Era Marilyn la que tenía problemas con Monroe. Había algo en ella que la mordía, la reconcomía, la devoraba. Era un ser inconexo que andaba a la búsqueda de una parte de sí misma que había perdido. Como en esa secuencia de Con faldas y a lo loco en la que, borracha y medio dormida, tenía que abrir todos los cajones de una cómoda y decir: “Pero ¿dónde está esa botella de bourbon?”. Habíamos puesto una etiqueta en cada cajón para que recordara la frase, No sirvió de nada, y cuando ya llevábamos sesenta y tres tomas en dos días, la pillé en un aparte y le dije: “Pero ¿qué e ocurre? No te preocupes, que lo acabaremos logrando . Y ella repuso: ¿Preocuparme de qué?”. Hicimos ochenta tomas, pero acabó valiendo la pena. Es una actriz excelente. Mejor Marilyn llegando tarde que las demás actrices de la época. Si hubiese querido a alguien que llegara siempre a tiempo y que recordara sus frases, habría contratado a una tía anciana que tengo en Viena. Se levanta cada mañana a las cinco y nunca tiene lapsos de memoria. Pero ¿quién pagaría por verla en una pantalla?»
Acababan de concederse los Oscar y Wilder había recibido el de mejor director por Con fa Idas y a lo loco, así como 1. A. L. Diamond se había hecho con el de mejor guionista yjack Lemmon con el de mejor actor. Los diseños de Orry-Kelly se llevaron el premio al mejor vestuario. Marilyn, que daba vida a la inolvidable Sugar Kane, no fue seleccionada Cuando se enteró de la nominación de Simone Signoret por su papel en Un lugar en la cumbre, oscura película británica, no se mostró afectada en lo más mínimo, sino casi feliz.
Wilder la ve al día siguiente,
-¿Cómo estás? ¿No ha sido tan duro?
-No, pues aprendí leyendo a Freud que, a menudo, el inconsciente desea fracasar Y hay gente a la que no le gustan las mujeres con faldas y a lo loco,

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