Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

JULIO CESAR


El desván de las musas dormidas. F. Argüelles, p. 266

En el nuevo internado de la ciudad había algunos profesores seglares, Uno de ellos rozaba la demencia. Hablaba solo, gritaba palabras extrañas, se comía las tizas o encendía los cigarrillos al revés, A veces se le extraviaba la mirada y se quedaba inmóvil frente a la ventana que daba al patio), mientras nosotros guardábamos un silencio sepulcral. Luego agarraba su nuez de Adán, como si quisiera reventarla, y explotaba en una carcajada estridente que nos hacía temblar. Cuando fumaba se le abultaba la nuez. Chupaba los cigarros con el ansia de comer. Nos enseñaba las historias del mundo y cada vez que nos refería algún aconteciniento se encolerizaba exageradamente. Si hablaba de Julio César y de su guerra en las Galias calificaba de chapuza sus ataques por sorpresa o guerras relámpago, y nos decía que Julio César era un criminal que trataba a los nativos de las tierras ocupadas peor que a los perros y que los exterminaba como si fueran chinches. Y se iba poco a poco encendiendo en sus expresiones hasta perder el control, y entonces se le abultaba la nuez y se enfrentaba al propio Julio César, al que imaginaba allí mismo, junto a la pizarra, y lo increpaba, y le llamaba flojo, violador, rastrero, conspirador, depravado, sanguinario y traidor, y le decía que se alegraba de su muerte, que el puñal de Bruto era su puñal y que le hubiera gustado participar en el que había sido el magnicidio más justo de la historia. Si nos hablaba de Napoleón y su invasión de Rusia se reía a carcajadas del vanidoso y patético enano, como él calificaba al emperador


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