De todos modos, no lo voy a contar todo. Porque, bien mirado, no ha pasado gran cosa. Y, además, soy un representante de la vieja escuela de la discreción de la Europa del Este: aquella que no habla nunca de divorcios ni reconoce que uno está deprimido. La vida transcurre tranquila, y al otro lado de la ventana reina un diciembre grisáceo y excepcionalmente cálido. Un par de conciertos. En el club de los abogados, una joven y prometedora cantante. En cambio, ayer hubo un bellísimo concierto con música de Dmitri Shostakóvich (tocaron también el cuarteto de cuerda Au-delà d’une absence que le dedicó su biógrafo, Krzysztof Meyer) y, entre otras piezas, no faltó la Suite vocal instrumental para soprano, violín, violonchelo y piano, op. 127 con textos de Aleksandr Blok, que yo no conocía. El repertorio fue interpretado por unos estudiantes de la Academia de Música llenos de entusiasmo y técnicamente perfectos. La última pieza, precisamente aquella suite, nos causó a mí y a M. una gran impresión. Puesto que el pretexto del concierto era el centenario del nacimiento del compositor, hubo un plus, un añadido: los estudiantes prendieron unas velas en el escenario y sólo dejaron encendido algún foco de seguimiento. Parecían haber alcanzado un insólito nivel de recogimiento. A menudo vivimos la música así de profundamente cuando escuchamos a intérpretes muy jóvenes que aún no están corrompidos por la rutina y la carrera, a músicos de corta edad que tocan con cuerpo y alma y se divierten haciéndolo.
INCIPIT 1.582. UNA LEVE EXAGERACION / ADAM ZAGAJEWSKI
De todos modos, no lo voy a contar todo. Porque, bien mirado, no ha pasado gran cosa. Y, además, soy un representante de la vieja escuela de la discreción de la Europa del Este: aquella que no habla nunca de divorcios ni reconoce que uno está deprimido. La vida transcurre tranquila, y al otro lado de la ventana reina un diciembre grisáceo y excepcionalmente cálido. Un par de conciertos. En el club de los abogados, una joven y prometedora cantante. En cambio, ayer hubo un bellísimo concierto con música de Dmitri Shostakóvich (tocaron también el cuarteto de cuerda Au-delà d’une absence que le dedicó su biógrafo, Krzysztof Meyer) y, entre otras piezas, no faltó la Suite vocal instrumental para soprano, violín, violonchelo y piano, op. 127 con textos de Aleksandr Blok, que yo no conocía. El repertorio fue interpretado por unos estudiantes de la Academia de Música llenos de entusiasmo y técnicamente perfectos. La última pieza, precisamente aquella suite, nos causó a mí y a M. una gran impresión. Puesto que el pretexto del concierto era el centenario del nacimiento del compositor, hubo un plus, un añadido: los estudiantes prendieron unas velas en el escenario y sólo dejaron encendido algún foco de seguimiento. Parecían haber alcanzado un insólito nivel de recogimiento. A menudo vivimos la música así de profundamente cuando escuchamos a intérpretes muy jóvenes que aún no están corrompidos por la rutina y la carrera, a músicos de corta edad que tocan con cuerpo y alma y se divierten haciéndolo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario