Una temporada con Marcel Proust, René Peter
En sus inicios, Marcel, joven,
guapo, rico, adulado, fue atraído por la «sociedad», llevado por un esnobismo
manifestado como ambición mundana. Quiso equipararse con los descendientes de
las grandes familias, a los que frecuentaba de forma continuada. Se exasperó
persiguiendo ese inefable «no sé qué» que caracteriza a las personas de alta cuna.
Después consiguió acercarse a la realización de su deseo. Se convirtió en
acompañante habitual de los hijos «fin de siglo» de las nobles familias, sin
llegar, sin embargo, a penetrar en estos santuarios entonces sólidamente amurallados.
Pero Marcel era demasiado
inteligente y profundo para pasar el resto de su vida persiguiendo aquello que llamaría
más tarde «el tiempo perdido». Al cabo de unos años había madurado y empezó a
comprender la vanidad de su propósito. ¿Entonces? ¿Por qué no renunció de
golpe? Porque ya sentía almacenarse en él la secreta riqueza de esta
documentación humana que sería la base de su obra futura. Siguió frecuentando
el gran mundo, ya no por esnobismo, sino por la necesidad de que fueran madurando
los personajes que nacían en él. Le faltaba todavía conocer la personalidad del
que sería más tarde un Charlus o un Forcheville, encontrar el estilo de los
futuros Guermantes, descubrir dónde encargaba la marquesa de Cambremer sus
sombreros de papagayos.
Después, cuando esta maquinaria
de sentimientos y de matices está montada en su interior, cuando la siente bien
rodada y presta a funcionar, toma en su reclusión de Versalles una gran
resolución: decide retirarse a la soledad de su piso del Boulevard Haussmann,
que será su trampa. Allí pueden amontonarse las invitaciones, al menos durante
los primeros tiempos (porque después se olvidarán de él hasta que su gloria
deslumbrante aunque tardía lo convierta en alguien valioso), él las ignora. En otros
tiempos, ¿qué no habría hecho, a qué complicados manejos no habría recurrido,
cuántos sueños, sabios andamios, desvíos estratégicos, para obtener el triunfo de
la tarjetita invitándolo a la casa de tal o cual gran dama? Ahora la tarjetita
languidece, abandonada en un rincón.