Momentos de vida VWoolf, p. 268
He cenado con H. G. Wells, en compañía
de Bernard Shaw, Arnold Bennett y Granville Barker, y sólo me sentí como una
vieja fregona limpiando peldaño tras peldaño, subiendo y subiendo una
interminable escalinata.
En consecuencia, he llegado a la
conclusión de que no sólo soy una snob de escudos heráldicos, sino también una snob
de salones esplendentes, una snob de fiestas sociales. Cualquier grupo de
personas, si van bien vestidas y son socialmente brillantes y desconocidas, me
produce estos efectos; lanza al aire chorros de polvillo de oro y diamantes
que, creo, oscurecen la sólida verdad. He aquí otra carta que quizás arroje más
luz sobre otros aspectos del problema.
Seguramente hace unos doce años,
por cuanto aún vivíamos en Richmond, recibí una de esas volanderas misivas que,
ahora, todos conocemos tan bien -una hoja amarilla sobre la que una mano traza
algo parecido a una espiral borracha que, por fin, se retuerce sobre sí misma,
formando un garabato que dice Sibyl Colefax. "Sería para mí un
placer", decía la nota, '"que viniera a tomar el té" -aquí
venían una serie de días pertinentes- "para conocer a Paul Valéry."
Como sea que siempre he sido presentada a Paul Valéry o a su equivalente, desde
que tengo memoria, una invitación a tomar el té para ser presentada a él por
una Sibyl Colefax a quien no conocía -nunca nos habían presentado-no me atraía.
Y, caso de que me hubiera atraído, la atracción hubiese quedado contrarrestada
por una característica mía que me da cierta vergüenza mencionar; mí complejo de
vestidos; mi complejo, especialmente, de sujetador. Odio ir mal vestida, pero
también odio comprar vestidos. Y odio de manera especial comprar sujetadores.
Creo que ello se debe, en parte, a que, para comprar sujetadores, hay que
visitar el más íntimo cuartito situado en el corazón de la tienda y quedarse en
viso. Mujeres vestidas de reluciente satén negro espían y sueltan risitas. Sea
lo que fuere lo que esta confesión revela, que sospecho será algo deshonroso,
lo cierto es que me siento muy intimidada cuando me encuentro en viso ante
personas de mi mismo sexo. Pero en aquellos tiempos, hace doce años, se
llevaban las faldas cortas; las medias tenían que ser impecables; mis
sujetadores estaban viejos; y no tenía valor para comprarme otro par- por no
hablar ya del sombrero y el abrigo. Por esto dije: "No, no iré a conocer a
Paul Valéry." Entonces recibí un diluvio de invitaciones; no puedo
recordar a cuántos tés fui invitada; por fin, la situación llegó a ser
desesperada; me vi obligada a comprar sujetadores; y acepté -digamos la
decimoquinta- invitación a Argyll House. En esta ocasión para ser presentada a
Arnold Bennett.