La invención de todas las cosas, Jorge Volpi, p. 281
En su Historia natural, Plinio el
Viejo describía una de las pinturas más famosas de la Antigüedad, Venus
saliendo del mar, de Apeles. Según la leyenda, Alejandro Magno le pidió al
pintor que tomase como modelo a Campaspe, su concubina favorita; en cuanto vio
la obra terminada, se dio cuenta de que Apeles se había enamorado de ella y,
generoso como un dios, le permitió poseerla. Fascinados con el pasado, los
hombres del Renacimiento se empeñaban en revivirlo: en este caso, la modelo de Sandro
Botticelli para su El nacimiento de Venus (c. 1485) era Simonetta Cattaneo
Vespucci, de quien se hallaba prendado el
artista tanto como Lorenzo el Magnífico y su hermano Giuliano. Sin
prevención alguna, Lorenzo de Pierfrancesco de Medici, pariente cercano de los
regentes de Florencia, podía adornar su casa de campo con una obra como esta
sin temor a que sus invitados la admirasen. Después de un milenio de casi no
ver otra cosa que cristos, vírgenes y santos, la diosa aparece en primer plano
en su perfecta desnudez. Este cambio de sensibilidad -y este desplazamiento del
poder- muestra la reconciliación de la Antigüedad clásica con el cristianismo
operada por Ficino: aquí Venus ya no es solo la diosa griega y romana, sino la
fuente de ese doble amor, divino y humano, que une macro y microcosmos.

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