INCIPIT 1.134. LOS EDUARDIANOS / VITA SACKVILLE-WEST


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Entre los muchos quebraderos de cabeza del novelista no es el menor el de escoger el momento en que ha de comenzar su novela. Es necesario, es de hecho inevitable, que entrecruce las vidas de sus dramatis personae a una hora determinada; lo que hay que decidir es qué hora sea ésa, y en qué situación deberán ser descubiertos. La misma razón hay para que aparezcan tendidos en un moisés -donde se les acaba de depositar por vez primera- como para que el lector los conozca en su desalentada madurez, recién sacados de un canal. La vida, considerada de este modo desde el punto de vista del novelista, es una larga extensión llena de variedad, en la que cada hora y cada circunstancia poseen su mérito particular, y podrían servir de adecuado trampolín para iniciar un relato. La vida, además, según seguimos considerándola desde el punto de vista del novelista, aunque variada, se aparece continua; no hay más que un comienzo y no hay más que un final, no hay comienzos ni finales intermedios, como los que el pobre novelista ha de imponer arbitrariamente; lo cual quizá explique por qué tantas novelas, esquivando el desagradable recordatorio de la muerte, acaban en el matrimonio, como única ruptura admisible y efectiva de la continuidad.


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