(Un alma buena)


Páginas escogidas, Ferlosio, p. 133
Mi padre me contó cómo yendo una vez en un metro atestado hasta el extremo humanamente posible de apreturas, sus ojos se encontraron con los de un cura pequeñito que venía al lado de él, aún más agobiado y sudoroso que todos los demás a causa  de la inferioridad de la estatura, y que mirándole con una sonrisa llena de dulzura y de  soportación le dijo: “Así cupiéremos en el paraíso”. Aquel corazón piadoso estaba dispuesto a aceptar que la Eterna Bienaventuranza fuese un lugar tan oprimente e incómodo como aquel vagón de metro con tal de que todos los hombres se salvaran.

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