INIPIT 896. LA TIERRA QUE PISAMOS / JESUS CARRASCO


Hoy me ha despertado un ruido en mitad de la noche. No un ronquido de Iosif, que, raro en él, a esa hora dormía a mi lado en silencio, medio hundido en la lana del colchón. He permanecido tumbada, con la mirada detenida en las vigas de haya que sustentan el techo, apretando fuertemente las sábanas en busca de una firmeza que el lino, tan sutil, me ha negado. Durante un buen rato me he quedado quieta, con los hombros contraídos y las manos cerradas. Quería volver a escuchar el ruido con nitidez para poder atribuírselo a alguno de nuestros animales y así, tranquila, regresar al sueño. Pero, más allá del aire agitando las ramas de la gran encina, no he percibido nada, y entonces, como por ensalmo, el viejo mito del intruso de ojos vaciados por la codicia se ha agarrado a mis tripas y ha empezado a devorarlas.
Es agosto, las hojas de guillotina están subidas hasta los topes y una brisa perfumada y cálida mece los visillos.

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