PLAÑIDERAS


El escándalo del siglo, García Márquez, p. 50
El teatro de las plañideras
Las plañideras no intervienen para dolerse del muerto, sino en homenaje a los visitantes notables. Cuando la concurrencia advierte la presencia de alguien que por su posición económica es considerado en la región como un ciudadano de méritos excepcionales, se notifica a la plañidera de turno. Lo que viene después es un episodio enteramente teatral: las propuestas comerciales se interrumpen, las doncellas suspenden el doblaje del tabaco y sus aspirantes la molienda de café; los hombres que juegan al 9 y las mujeres que atienden los fogones y los ventorrillos se vuelven en silencio, expectantes, hacia el centro del patio, donde la plañidera, con los brazos en alto y el rostro dramáticamente contraído se dispone a llorar. En un largo y asaetado alarido, el recién llegado oye entonces la historia; con sus instantes buenos y sus instantes malos, con sus virtudes y sus defectos, con sus alegrías y sus amarguras; la historia del muerto que se está pudriendo en el rincón, rodeado de cerdos y gallinas, boca arriba sobre dos tablas.
Lo que al atardecer era un alegre y pintoresco mercado, en la madrugada empieza a voltear hacia la tragedia. La artesa ha sido llenada varias veces y varias veces consumido su torcido aguardiente. Entonces se le forman nudos a las conversaciones, al juego y al amor. Nudos apretados, indesatables que romperían para siempre las relaciones de aquella humanidad intoxicada, si en este instante no saliera a flote, con su tremendo poderío la contrariada importancia del muerto. Antes del amanecer alguien recuerda que hay un cadáver dentro de la casa. Y es como si la noticia se divulgara por primera vez, porque entonces se suspenden todas las actividades y un grupo de hombres borrachos y de mujeres fatigadas, espantan los cerdos, las gallinas, ruedan las tablas con el muerto hacia el centro de la habitación, para que rece Pánfilo.
Pánfilo es un hombre gigantesco, arbóreo y un tanto afeminado, que ahora tiene alrededor de cincuenta años y durante treinta ha asistido a todos los velorios de La Sierpe y ha rezado el rosario a todos sus muertos. La virtud de Pánfilo, lo que lo ha hecho preferible a todos los rezadores de la región, es que el rosario que él dice, sus misterios y sus oraciones, son inventados por él mismo en un original y enrevesado aprovechamiento de la literatura católica y las supersticiones de La Sierpe. Su rosario total, bautizado por Pánfilo, se llama “Oración a nuestro Señor de todos los poderíos”.

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