Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 448. LO MAS SELECTO / HENRY JAMES

Una vida en Londres
Llovía, al parecer, pero a ella le daba igual: se pondría unos zapatos recios e iría andando hasta Plash. Sentía tal inquietud y desazón que le resultaba doloroso; unas voces extrañas la  asustaban –pronunciaban las insinuaciones más siniestras- en las habitaciones vacías de la casa. Iría a ver a la vieja señora Berrington, a la que apreciaba porque era muy sencilla, y a la anciana lady Davenant, que pasaba con ella unos días y le parecía interesante por motivos que nada tenían que ver con la sencillez. Después, regresada para el té de los niños: le gustaba aún más la última media hora de clase, con el pan y la mantequilla, las velas y el rojo fuego, los  pequeños arrebatos de confianza de la señorita Steet, la institutriz, y la compañía de Scratch y Parson (cuyos motes inducían a creer que se trataba de perros), sus pequeños y magníficos sobrinos, cuya carne era tan firme y, sin embargo, tan suave y cuyos ojos resultaban tan encantadores cuando oían contar cuentos. Plash era la casa que tenía la viuda en usufructo y estaba situada a una milla y media de Mellows, al otro lado del parque. Al final resultó que no llovía, aunque lo había hecho; sólo quedaba un aire gris sobre el verde intenso y profundo y un agradable olor húmedo, a tierra; los paseos estaban lisos y duros, y la expedición no era muy ardua.

La joven llevaba más de un año en Inglaterra pero todavía no se había acostumbrado a algunas satisfacciones y, por ese motivo, seguía disfrutándolas; una de ellas era lo cómodo, lo accesible  del campo. Tanto dentro como fuera de las verjas, todo parecía un parque: todo tenía un intenso aire de finca. 

¿QUE QUIEREN LAS MUJERES?

De También esto acabará de Milena Busquets, p. 151
Nos unimos a su grupo de amigos, un chico y dos chicas, que me acogen amablemente, con la curiosidad socarrona y afable típica del Empordá. Las mujeres, solteras, ninguna amarrada al compromiso que se cuenta en años o en hijos y que amordaza la boca o suelta la lengua -no he oído nunca a nadie hablar con más crudeza y crueldad de los hombres que a las mujeres felizmente casadas-, hablan de tíos. Ellos las escuchan jocosos y sarcásticos pero sin contestar con ninguno de los tópicos irritantes, mayoritariamente falsos y aburridísimos que a veces nos atribuyen y nos atribuimos .
-¿Tú qué buscas en un tío? -me pregunta, de repente, la chica a la que no había visto nunca, una joven de larga melena castaña, ojos oscuros y mirada hambrienta, con la familiaridad que suelen provocar casi de inmediato entre mujeres las conversaciones de este tipo.
Me quedo pensativa un momento, sin saber si contestar en broma o en serio, deliciosamente consciente de la presencia erguida y delicada de Martí, mucho más alto que yo, a mi lado.

-A mí me gustan los tíos que me dan ganas de ser más lista de lo que soy. -Y añado en voz baja-: Normalmente me dan ganas de ser más tonta.

SUEÑO CON HIJOS

De La granja de John Updike, p. 157-158
Tenía miedo de soñar con mis hijos. Al dejarlos nunca me ocurrió. Cuando me dormía, los olvidaba por completo. Luego, cuando mi separación de Joan adquirió su propia colección de hábitos y se convirtió en algo habitual, soñaba con ellos cada noche. No podía cerrar los ojos sin que Ann o Martha se me presentasen con caras anchas y pálidas, dándome cuerdas para que las desenredara, juguetes rotos para componer, frases difíciles para que se las explicara, rompecabezas imposibles para que les ayudara a construirlos. Después de casarme con Peggy, aquellos sueños se hicieron menos frecuentes. Los de esta noche eran los primeros en una semana: yo estaba segando la hierba. El tractor tropezó con algo; hubo un ruido sordo bajo las ruedas. Paré y bajé temiendo descubrir que había aplastado un nido de faisanes. El campo cambió bajo mis pies. Me encontré en un paisaje extraño, un solar deshabitado, pantanoso y humeante, como un vertedero de basura. Algo estaba en el suelo, retorcido y cubierto de una capa de ceniza. Violentamente, con ansiedad, barrí lo que había encima, cogí aquello del suelo, lo examiné y descubrí que era un ser vivo. Era un diminuto ser humano, un hombrecillo encogido. Su cabeza estaba sepultada en su pecho, como si temiera un golpe. Una vocecita dijo:
-Soy yo.
La cara, sucia y cubierta de polvo me fue, a pesar de su pequeñez, familiar. ¿Quién era?
-¿No me conoces, papá? Soy Charlie.
Le apreté contra mi pecho y prometí no apartarme jamás de él.
La voz de mi madre pronunció mi nombre. Su cara apareció después, agrandándose,  inclinándose hacia mí.  Llevaba un vestido verde y el pelo suelto.
Pregunté:
-¿Te vas a la iglesia?
-Sí, debo irme -dijo-. He pasado muy mala noche.

Era por la mañana. Me di cuenta de que Charlie no estaba entre mis brazos; que existía en Canadá; que era un muchacho sano y fuerte. Me di cuenta de que, al ver mis hombros desnudos sobresaliendo de la manta, mi madre pensaría que Peggy y yo habíamos dormido sin ninguna ropa encima después de hacer el amor. Peggy no estaba en la cama.

LA VERDAD QUE HAY DENTRO DE TI

De S. de John Updike, p.177-187
Querido Martín:

Me alegro mucho de que mi postal significara tanto para ti. Tu generosa respuesta -más larga, me temo, de lo que va a ser la mía- me esperaba en el motel. Yo no vivo aquí, sino a unos sesenta kilómetros, con una colección de gente que busca la paz interior que nos da la vida bien vivida. Si te escribí que todo el mundo material es una cárcel no era para trivializar tu situación ni las terribles condiciones del internamiento en Massachusetts, sino que solo pretendía consolarte con una frase hecha, la de que la vida a todos nos impone penalidades y limitaciones. Nacemos con un cuerpo, un sexo y un color dados, en un momento y un lugar determinados, de unos padres que nos protegen o que nos dañan según sus posibilidades, crecemos y alcanzarnos una estatura y un grado de inteligencia que no podemos remediar y nos instalamos en una actividad -en tu caso, la droga y el robo- y, desde cierto punto de vista, estas circunstancias pueden causarnos una intensa claustrofobia, ya que son mucho más estrechas y opresivas que una celda. Y, luego, el cuerpo y el cerebro envejecen y enferman y, finalmente, mueren, todo con una limitación muy estrecha. Pero hay una salida, la salida del espíritu, la aceptación de ese pequeño “yo” inalterable que está dentro de ti y forma parte de una realidad espiritual mayor que nosotros llamamos purusha, comparada con la cual la realidad material, con toda su especificidad limitativa, no es más que una ilusión, llamada maya, que significa también “quimera”. Y existen ejercicios y disciplinas que permiten a unos hombres llamados maestros (gurús) alcanzar la liberación (moksha) del mundo material y la dicha del puro ser espiritual, nirvana, que literalmente no significa “la nada”, sino ausencia de vientos, nos libraremos del viento, Martín, y existiremos en un lugar en el que todo es calma, luz y eternidad. El camino ortodoxo hacia el nirvana es largo y arduo (tienes que empezar por concentrarte en un punto situado detrás de tu frente, encima de la nariz); pero no es el único camino, hay atajos que se ofrecen de manera súbita  a las personas -incluso, o tal vez sobre todo, a los simples infelices- y no hay razón por la que, por lo menos el comienzo de la iluminación -un leve y sublime alfilerazo-, no te llegue a ti estando en la cárcel, como me llegó a mí en mi elegante casa de la costa (que aún echo de menos en mis momentos de debilidad). Pero tienes que buscar la verdad que hay dentro de ti. 

PADRES SIN HIJOS

De Derrumbe de Eduardo Menéndez Salmón, p.174
Caminó hasta las tumbas de los gemelos y estuvo allí casi una hora. Se oían pájaros, el viento entre las tumbas, de vez en cuando el gemido de la puerta del cementerio al abrirse. Pensó en aquellos muchachos, en qué les podía haber llevado a hacer lo que hicieron. También pensó en sus padres, en su desconcierto, en su insatisfacción. Padres sin hijos. ¿Era ése uno de los rótulos del tiempo presente? ¿Quién había abandonado a quién? ¿En qué parte del relato el argumento se había vuelto incomprensible? ¿Dónde se habían ido las palabras compartidas, los afectos, las buenas maneras? Hijos deambulando como zombis por los centros comerciales. Hijos devorando sustancias en el corazón de la noche. Hijos derribando las obras que sus  mayores habían levantado con el sudor de su frente. Hijos suicidas, hijos asesinos, hijos terroristas.
Pero, ¿y él? ¿En qué se había convertido él durante las últimas semanas? En un perseguidor, aunque otros dirían que en un vagabundo. Siguiendo a Vera a todas partes, como una sombra, para ver cosas que no entendía. Se estaba dejando la cordura en aquel peregrinaje. Y mientras, cada noche, en otra ceremonia de la confusión, se sentaba junto a su mujer y a su hija como si no sucediera nada.
-Como si no sucediera nada.

Valdivia pronunció las palabras en voz alta y sintió miedo de su propia voz. Igual que si alguien le hubiera puesto la mano en la espalda.

UNA GENERACION PERDIDA

De También esto pasará de Milena Busquets, p.158-159
-¿Qué haces aquí sola?
-Pues no sé. Últimamente todo el mundo me abandona, mi ex marido, mi mejor amiga, mi amante ...
- Vamos -dice, cogiéndome de la mano-, te llevo a una fiesta.

Le miro de reojo mientras recorremos las calles del pueblo. El rey del mundo, el yonqui deportista, el mujeriego impenitente, se ha convertido en un mendigo cubierto de cenizas. Nos conocemos desde niños pero no nos hicimos amigos hasta pasados los veinte años, cuando la diferencia de edad -él es nueve años mayor que yo- dejó de ser aparente y de importar, yo dejé de ser una renacuaja para él, aunque  me lo siguió llamando siempre, y él dejó de ser un viejo para mí. Tenía la combinación perfecta de luz y oscuridad de los hombres malditos y románticos, esa luminosidad eléctrica que hace que los demás se acerquen a ellos como polillas a la llama, ojos de cervatillo y una vida absolutamente disoluta, narcotizada y ociosa, caótica y ensimismada. Una belleza física tan notable que durante años ninguna mujer se le resistió, yo tampoco, y más de una noche vimos amanecer juntos, acurrucados en alguna playa o refugiados en algún portal. Pero, a pesar de la simpatía que nos teníamos, nunca hicimos nada por vernos en Barcelona, donde vivíamos los dos, nunca nos intercambiamos los números de teléfono. Nacho era parte del verano, como los paseos en barca, las siestas en la hamaca o el pan recién hecho que comprábamos de madrugada, directamente en el horno donde lo amasaban unos hombres arremangados y cansados que nos miraban con ojos tristes, y que devorábamos antes de irnos a casa a dormir. Nunca se me ocurrió que pudiese existir en otro lugar que en Cadaqués. Al final, la cocaína se convirtió en su única novia, le transformó aquella sonrisa arrebatadora en un rictus tenso y desencajado y le robó la mirada de cachorro para sustituirla por unos ojos astutos, hambrientos y nublados. Su cuerpo tan flexible y distinguido es poco más que un esqueleto, pienso, mientras subimos por una de las cuestas empedradas del pueblo; se mueve con rigidez y tengo la sensación de que cada paso que da le golpea y le duele, como si estuviese hueco; supongo que cada cuerpo cuenta su historia de voluptuosidad y de horror y de desamparo.

INCIPT 446. TAMBIEN ESTO PASARA / MILENA BUSQUETS

Por alguna extraña razón, nunca pensé que llegaría a los cuarenta años. A los veinte, me imaginaba con treinta, viviendo con el amor de mi vida y con unos cuantos hijos. Y con sesenta, haciendo tartas de manzana para mis nietos, yo, que no sé hacer ni un huevo frito, pero aprendería. Y con ochenta, como una vieja ruinosa, bebiendo whisky con mis amigas. Pero nunca me imaginé con cuarenta años, ni siquiera con cincuenta. Y sin embargo aquí estoy. En el funeral de mi madre y, encima, con cuarenta años. No sé muy bien cómo he llegado hasta aquí, ni hasta este pueblo que, de repente, me está dando unas ganas de vomitar terribles. Y creo que nunca en mi vida he ido tan mal vestida. Al llegar a casa, quemaré toda la ropa que llevo hoy, está empapada de cansancio y de tristeza, es irrecuperable. Han venido casi todos mis amigos y algunos de los de ella

FAULKNERIANA

De Cartas escogidas de WFaulkner, p.284-285
A Malcolm Cowley
Jamás he hecho una tabla genealógica o cronológica, a lo mejor porque sabía que me tomaría libertades con ambas, que es lo que he hecho.
Issetibbeha fue el jefe que cedió el documento de concesión del que derivaban todas las ventas de tierras a los blancos. A él pertenecía el esclavo que fue perseguido hasta cumplir su inmolación.
Moketubbe era su hijo, el hidrópico hombre con zapatos demasiado apretados, que siguió en una litera la persecución del esclavo escapado.
Ikkemotubbe, Doom, era el hijo de la hermana de Issetibbeha, que obligó a Moketubbe a abdicar.
En consecuencia, “Hojas rojas” debería ir antes de «Justicia,., según la actual cronología.
Doy por sentado que su plan es “fechar” cada relato con un año concreto, por orden de aparición. Si deseas poner antes “Justicia”, ¿qué te parece si simplemente sacamos la fecha de “Hojas rojas>” cuando aparezca?, suponiendo que desees cubrir más o menos la década de 1840 fechando “Hojas rojas”. Todas estas transferencias (títulos de propiedad) fueron registradas antes de 1840, época en que este país se había convertido en un país “blanco”, a pesar de que unos pocos Chickasaws conservaban todavía posesiones bajo la organización del hombre blanco (la escritura de mi casa data de 1833).
Had-Two-Fathers era el hijo de Doom y la esclava de “Justicia”. Sam Fathers en realidad era hijo de Had-Two-Fathers, y por lo tanto el nieto de un rey.
Hace algún tiempo me di cuenta de que habías caído en esta inconsistencia y re compadecí. Te recomiendo que, cuando las fijes, pongas las fechas de un modo lo más vago posible. Por ejemplo, en estas piezas indias, cuando las feches, pon “18-“ o “antes de 1840”.
Creo que es correcto tu modo de plantear la secuencia. Si yo hiciera el libro, seguiría tu plan, simplemente sin ninguna fecha específica para cada fragmento, o bien les pondría la fecha correcta sin preocuparme. Fecharía “Justicia” cuando ocurrió, luego fecharía «Hojas rojas» cuando ocurrió, sin tomar en consideración si fue anterior o posterior en el tiempo a “Justicia”. O bien especificaría solo una fecha para cada sección; así: Sección l. «Los viejos.» 1800-1860.
Sección 2. «Los invictos.» 1860-1874.

La escritura de Sutpen derivaría de la transferencia de Issetibbeha, dado que Issetibbeha, al ser el jefe, cedió todas las tierras, es decir, hizo un trato para renunciar al derecho, si bien la   escritura del comprador blanco extendida por el Gobierno puede que estuviera fechada años más tarde. Ikkemotubbe (Doom), como heredero de Isseribbeha, habría vendido las tierras todavía bajo concesión de su tío.

DE LA INFANCIA ANTES Y AHORA

De También esto pasará de Milena Tusquets, p. 160-161
Llegamos a una casa grande de salones blancos, sofás de piel viejos llenos de cojines y alfombras orientales cubriendo un suelo de terrazo rojo. Hay velas por todas partes, algunas ya completamente consumidas. Los grandes ventanales que dan al pueblo y al mar están abiertos de par en par y las cortinas livianas y pálidas revolotean como velas cautivas. Hay mucha gente, música, drogas esparcidas por las dos mesas bajas, alcohol y unos restos de fruta desmayada en unos grandes cuencos de colores. Reconozco a algunos de los otros náufragos del pueblo, hijos de los primeros colonos, intelectuales y artistas que, en los años sesenta, llegaron a Cadaqués y lo llenaron de gente atractiva, con talento, ganas de cambiar el mundo y, sobre todo, de divertirse. Reconozco al instante a los hijos de aquella generación, a los asilvestrados que, como yo, fueron educados por padres lúcidos, brillantes, exitosos y muy ocupados, adultos empeñados en que el mundo fuese una fiesta, su fiesta. Somos, creo, la última generación que tuvo que ganarse, a pulso, el interés o la atención de sus padres. En muchos casos, lo conseguimos cuando ya era demasiado tarde. No consideraban que los niños fuesen una maravilla, sino un engorro, unos pesados a medio hacer. Y nos convertimos en una generación perdida de seductores natos. Tuvimos que inventar métodos mucho más sofisticados que simplemente tirar de la manga o echarnos a llorar para que nos hiciesen caso. Se nos exigía el mismo nivel que a los adultos, o al menos que no molestásemos y dejásemos hablar a los mayores. La primera vez que te enseñé una redacción escrita por mí, que había ganado un premio en el colegio debía de tener unos ocho años-, me dijiste que no te enseñase nada más hasta que tuviese mil páginas escritas, que menos que eso no era una tentativa seria. Las buenas notas eran recibidas como una obviedad, las malas, con cierto fastidio, pero sin grandes broncas ni castigos. Ahora tengo la casa forrada con los dibujos de mi hijo pequeño y escucho al mayor tocar el piano con la misma reverencia que si fuese Bach resucitado. A veces me pregunto qué ocurrirá cuando esta nueva generación de niños cuyas madres  consideran la maternidad una religión -mujeres que dan de mamar a sus hijos hasta que tienen cinco años y entonces alternan el pecho con los espaguetis, mujeres cuyo único interés y preocupación y razón de ser son los niños, que educan a sus hijos como si fuesen a reinar sobre un imperio, que inundan las redes sociales de fotos de sus retoños, no sólo de cumpleaños o viajes sino de sus hijos en el váter o sentados en un orinal (no hay amor más impúdico que el amor maternal contemporáneo)crezcan y se conviertan en seres humanos tan deficientes, contradictorios e infelices como nosotros, tal vez más incluso, no creo que nadie pueda salir indemne de que le fotografíen cagando.

LA VERDAD

De La granja de John Updike, p.144-145
La idea de Peggy, que ahora podía convertirse de mera sospecha en clara acusación, dictaminando así sobre un pasado que ella había recibido de mis manos, era que mi madre había infravalorado y destruido a mi padre; que no había sido una «mujer» para él; que le había traído a la granja porque este era en realidad su único, su gigantesco amor y que así  había logrado mutilar en mí, en su hijo, el sentido de la virilidad. Sobre el rumor confuso de sus palabras pensé en mi padre tal y como él había sido, en su inquebrantable corporeidad, en su amabilidad casi cómica –condescendía con su constante renunciamiento igual que otros  hombres lo hacen con su sensualidad-, y cerré mis oídos a la voz de Peggy porque desentonaba con el verdadero, simple e inexpresable modo, según el cual las cosas habían sucedido. Y mi madre, por su parte, construía un sistema opuesto, del cual yo era el centro. Y o, su hijo único, el elegido, el poeta, había sido ignorantemente apartado de mi etérea y-comprensiva esposa ideal y arrastrado a un repugnante pecado de adulterio con la consiguiente maldición que unos hijos sin padre tendrían que padecer para siempre.
-¡Mírale a los ojos! -gritó violentamente mi madre y yo alcé la vista dando a las dos, con la expresión de mi cara, la evidencia que tanto la una como la otra estaban buscando.

_ Quizá tenían razón las dos. Todos los conceptos erróneos son en sí mismos datos que poseen la mínima verdad de existir por lo menos en una mente. La verdad, mi trabajo me lo había enseñado, no es algo estático, una cima de montaña a la que uno puede aproximarse poco a poco en sucesivos asaltos ascensionales, como lo hacen los alpinistas helados por la nieve. Más bien, la verdad se forma constantemente por un proceso de solidificación de ilusiones. En Nueva York trabajo entre hombres cuyas falacias son adoptadas en todas partes al año siguiente, como si se tratase de un nuevo estilo de zapatos.

HOMOFOBIA SUTIL

De S. de John Updike, p. 28
Estudia mucho, y no te dejes tentar por las drogas. People (que solo leo en el dentista, pero allí la devoro, lo reconozco) y National Enquirer (de la que Irving, mi maestro de yoga, es incondicional, por su dimensión espiritual y sus noticias sobre temas espaciales y de ovnis) están llenas de noticias sobre los jóvenes aristócratas ingleses y su terrible adicción a la droga, a la que les lleva, imagino, el afán de imitar a sus estrellas del rock, un complejo de culpabilidad de clase y un subconsciente impulso de autodestrucción de raíz marxista. Pero una joven americana no tiene motivos para eso. Tu madre, como tú sabes, no es una beata, pero creo firmemente que nuestro cuerpo, tal como lo hizo Dios, sin aditivos, no solo dura más sino que es mucho más divertido. Y, otra cosa, no te entusiasmes por los homosexuales. Sé que, con su acento inglés, su tez clara, su pelo rubio y sus ojos azules, parecen muy divertidos, muy monos y muy inofensivos; pero recuerda, cariño, que, en el fondo, las mujeres no les gustan. Piensan que son raras, muy raras para tratarlas y, además, las consideran rivales. Los hombres normales también piensan que las mujeres son raras, pero no tratan de quitarnos el novio y, por lo menos hasta la generación de tu madre, habían desarrollado cierta caballerosidad en relación con nuestra rareza, que podía resultar hasta enternecedora: nos trataban como si fuéramos personas impedidas, nos abrían las puertas y explicaban a los camareros lo que queríamos comer, como si nosotras no supiéramos hablar. Bueno, todo eso ya pasó, pero estoy segura de que algunos vestigios quedarán para que tú te concentres en los chicos normales y simpáticos, si encuentras alguno en ese viejo, encantador y decadente país.

ENSEÑANZAS DE UNA MADRE

De También esto pasará de Milena Busquets, p.169-170
A veces, me cuento la historia que tú me contaste un día, sentada en mi cama, para consolarme de la muerte de mi padre: Érase una vez que en un lugar muy lejano, tal vez China, había un emperador poderosísimo y listo y compasivo, que un día reunió a todos los sabios del reino, a los filósofos, a los matemáticos, a los científicos, a los poetas, y les dijo: “Quiero una frase corta, que sirva en todas las circunstancias posibles, siempre.” Los sabios se retiraron y pasaron meses y meses pensando. Finalmente, regresaron y le dijeron al emperador. «Ya tenemos la frase, es la siguiente: También esto pasará. Y añadiste: «El dolor y la pena pasan, como pasan la euforia y la felicidad., Ahora sé que no es verdad. Viviré sin ti hasta que me muera. Me diste los flechazos como única forma posible de enamoramiento (tenías razón), el amor al arte, a los libros, a los museos, al ballet, la generosidad absoluta con el dinero, los grandes gestos en los momentos adecuados, el rigor en los actos y en las palabras. La falta total de sentido de culpa, y la libertad, y la responsabilidad que conlleva. En casa, nunca nadie se sentía culpable de nada, uno pensaba y actuaba en consecuencia y, si se equivocaba, no valía sentirse culpable, se apechugaba con las consecuencias y punto. Creo que jamás te escuché un “lo siento”. También me regalaste la risa loca, la alegría de vivir, la entrega absoluta, la afición a todos los juegos, el desprecio por todo lo que te parecía que hacía la vida más pequeña e irrespirable: la mezquindad, la falta de lealtad, la envidia, el miedo, la estupidez, la crueldad sobre todo. Y el sentido de la justicia. La rebeldía. La conciencia   fulgurante de la felicidad en esos instantes en los que uno la tiene en la mano y antes de que eche a volar de nuevo. 

INCIPIT 445. S. / JOHN UPDIKE

2I de abril
Mi queridísimo Charles:
La distancia crece incluso mientras mi pluma vacila. Los motores zumban en el espacio entre palabra y palabra, engullendo millas, acres de tierras de cultivo, en su gran cuadrícula castaña y verde que, poco a poco, va pasando bajo el ala. Cierro los ojos y veo nuestra casa blanca, con sus dos porches resguardados y su invernadero, sobre un fondo de mar y rocas, con la cala a sus pies -esas rocas grises en las que tú, Pearl y yo hemos merendado tantas veces y que el sol calienta incluso en febrero-, con su regazo de césped y el macizo de los lirios que retoñan ahora que ha llegado la primavera. Deja una nota a Jos chicos que vienen a segarlo mañana, para que suban las cuchillas de la segadora, ya que el martes pasado mondaron la zona de los rosales, donde el terreno se eleva. ¡Cuántas veces se lo habré dicho y para qué! Desde luego, cada año vienen chicos nuevos.
Compré dos cajas más de tus galletas de fibra con sabor a manzana y de las de salvado, así que tienes desayuno para un mes por lo menos. Quizá sea conveniente que hables con Mrs. Kimball para que vaya más de una vez a la semana. 

INCIPIT 444. DOCTOR SUEÑO / STEPHEN KING

El segundo día de diciembre de un año en el que un hombre que se dedicaba al cultivo de cacahuetes en Georgia hacía negocios en la Casa Blanca, uno de los mejores complejos hoteleros de Colorado ardió hasta los cimientos. El Overlook fue declarado siniestro total. Tras una investigación, el jefe de bomberos del condado de Jicarilla dictaminó que la causa había sido una caldera defectuosa. En el hotel, que permanecía cerrado en invierno, solo había cuatro personas cuando ocurrió el accidente. Sobrevivieron tres. El vigilante de invierno, John Torrance, murió en el infructuoso (y heroico) intento de reducir la presión de vapor en la caldera, que había alcanzado niveles desastrosamente altos debido al fallo de una válvula de seguridad.
Dos de los supervivientes fueron la mujer del vigilante y su hijo. El tercero fue el chef del Overlook, Richard Hallorann, que había dejado su trabajo temporal en Florida para ir a ver a Jos Torrance porque, según sus propias palabras, había sentido cuna fuerte corazonada» de que la familia tenía problemas. Los dos supervivientes adultos resultaron gravemente heridos en la explosión. Solo el niño salió ileso.

Físicamente, al menos.

UN SERMON

De La granja de John Updike, p.162-163
-Hizo, pues, Yavé Dios caer sobre el hombre un profundo sopor; y dormido, tomó una de sus costillas, cerrando su lugar con carne, y de la costilla que del hombre tomara, formó Yavé Dios a la mujer, y se la presentó al  hombre. Como muchos de vosotros sin duda sabéis, este pasaje fue citado para justificar el uso del éter en las operaciones quirúrgicas, cuando se temía que la anestesia pudiera ir contra los principios del Cristianismo. Pero centremos nuestra atención en otros tres aspectos referentes a la creación de Eva. Ella fue sacada de Adán. Fue hecha después de Adán. Y fue hecha mientras Adán dormía. ¿Qué nos dice todo esto sobre los hombres y las mujeres de nuestros días? En primer lugar, ¿no es el problema de la Mujer el que ella fue sacada del Hombre y que, por lo tanto, se constituye como una subespecie menor  del Hombre, como la parte de un todo? El término universal «Hombre» incluye entre sus inferiores a la “Mujer”. En el juego de ajedrez, la Reina, aunque es extraordinariamente poderosa, es incluida entre los «hombres» de su ejército. Webster define a la mujer como “una persona adulta de sexo femenino, diferente del hombre y del niño”. Esto lleva a hacer pensar que ocupa un sitio entre ambos.
Los hermanos Henry se miraron entre sí y se oyó una risita cortés que venía de los primeros bancos. 
-En segundo lugar, fue hecha después del hombre. Pensad que Dios es un trabajador que va aprendiendo a medida que progresa en su obra. El Hombre es un artefacto elemental, ambicioso ; la Mujer es algo más refinado, más eficiente. Observad que ella fue formada poco después de haber hecho Dios las bestias de la tierra y las aves del cielo. Por eso, la mano del Creador, todavía habituada al ritmo que había depositado en esos otros seres, imprimió a la Mujer una belleza natural. Una costilla es perfeccionada. El Hombre, con la creación de la mujer no sabe a dónde dirigirse.

INCIPIT 443. LA GRANJA / JOHN UPDIKE

Dejamos atrás el Turnpike y entramos en una carretera de asfalto. Luego tomamos un camino polvoriento de color arcilloso. Llegamos hasta un pequeño promontorio y desde allí, donde estaba el buzón de Schoelkopf, semioculto por la hiedra y las madreselvas, mi mujer divisó la granja por primera vez. Se inclinó hacia adelante con una expresión de ansiedad, y el codo de su hijo tocó con fuerza mi hombro, por detrás. Los edificios conocidos esperaban en la distancia, distribuidos por la verde y cóncava pradera.
-Ese es nuestro granero --dije-. Mi madre hizo derribar un gran cobertizo en el que se guardaba la paja, porque ella siempre pensó que era muy feo. La casa está detrás. La pradera es nuestra. La parcela termina en esta línea de zumaques.
Descendimos la cuesta de grava que nos conducía a nuestros terrenos.
-¿Son tuyos los dos lados de la carretera? –preguntó Richard. Tenía once años y era preciso y hasta agresivo en su manera de hablar. -Desde luego -dije-. Al principio, la granja de

Schoelkopf formaba parte de la nuestra. Pero mi abuelo la vendió antes de trasladarse a Olinger. Algo así como cuarenta acres.

DIARIO DE LA CRIADA DE VIRGINIA

De Una habitación ajena de Cristina Giménez Bartlett, p.98
Día 27 de noviembre de 1919

Escribo para decir algo importante lo más importante y es que el lunes fuimos Lottie y yo a ver a la señora `Virginia Woolf] y le dijimos que nos marchamos que nos despedimos. Yo no quería de ninguna manera pero al final supongo que Lottie lleva razón y que no tenemos ayuda de ninguna asistenta y nos pagan poco. En pocos días los señores han dado tres cenas y dos tes. Por si fuera poco Angelica el bebé de la señorita Vanessa [Belll, de soltera Woolf]y su niñera están en casa desde hace una semana y la niñera no sabe hacer nada ni tampoco se ofrece a hacer nada que parece  mentira que en su día la contrataran. Pues bien la señora se ha puesto seria y nos miraba fijamente pero después mientras nosotras hablábamos se ha tranquilizado y decía que sí con la cabeza y al final ha dicho que lo comprendía y que lo lamentaba mucho pero que estábamos en nuestro derecho de no querer trabajar tanto y de querer buscar un puesto mejor. La verdad es que nos hemos quedado bastante paradas porque Lottie juraba que la señora se quedaría de una pieza y que se vería caer encima un montón de problemas y que intentaría  convencemos para que no lo hiciéramos. Pues bien hoy es jueves y aún estamos esperando que la señora nos diga algo. Lottie decía que nos subiría un poco el sueldo o que a lo mejor contrataba una asistenta aunque fuera un día a la semana. Pero nada la señora se comporta como si nada hubiera pasado y yo tengo mucho miedo porque no tenemos ninguna otra casa buscada y si de repente sale con que tiene dos nuevas criadas entonces nos quedaremos en la calle. Le digo a Lottie que vayamos a decirle que nos quedamos y que lo olvide todo pero ella dice que aguantemos un poco más a ver qué pasa. Me paso los días muy nerviosa y duermo mal porque estoy convencida que la señora es capaz de dejamos marchar como si no nos conociera de nada y la verdad que pensarlo no es agradable después de tanto como yo he hecho por ella y además a ver a quién encuentra que bañe al bebé cada día sin tener obligación y que le haga tantos cariños como yo e incluso papillas especiales con fruta fresca que busco en el mercado. Pero la vida es así y me doy cuenta de que Lottie lleva razón que estás muy sola y hasta incluso con la familia siempre estás muy sola.
Rn la imagen Vanessa por Virginia

LA PARTE MALDITA

De Derrumbe de Eduardo Menéndez Salmón, p.187-188
-Consumamos -dijo Vera-. Esta tarde. Gastemos dinero porque sí, por el puro placer de rodearnos de cosas. Démonos un festín. ¿Quieres un televisor nuevo? -preguntó mirando a su padre-. Comprémaslo. ¿Quieres un viaje a Barbados? - preguntó mirando a su madre-. Vayamos, hagámoslo. Armani, Kenzo, Panasonic, Bulgari, Nokia, Philips, Apple, Mercedes Benz. Hermanémonos. Esta tarde. Sí. Comamos y luego subamos al coche, los tres, para derrochar el sueldo de papá de los dos últimos meses. Me compraré ropa interior musical. ¿De qué os reís? Existe. Lo sé. He oído hablar de ella. Todo aquello que puedas desear ya existe, alguien lo habrá ideado incluso antes de que tú lo soñaras. Están por todas partes -y Vera hizo un gesto vago, como si espantara moscas, mientras en su pecho la fotografía de Humberto ardía en su pequeño holocausto--: en nuestros dormitorios y baños, en nuestros lugares de trabajo y de recreo; ellos, los hacedores de mundos, los auténticos y únicos demiurgos, los constructores de cuchillas de afeitar, tuberías de plomo, diafragmas invisibles al escáner.
Cuando su hija calló, Valdivia tembló de amor.
“Ríe, Vera”, pensó. “Nunca dejes de hacerlo. Nunca”

Y sin embargo, en su corazón generoso, comprendió que aquella risa era sólo una máscara, que Vera estaba llorando por su edad, por su tiempo, por todo cuanto ya, tan joven, resultaba irrecuperable.

DE LOS LIBROS EN LA INFANCIA

De Iluminaciones de Walter Benjamin, p.67
¿Qué fueron para mi mis primeros libros? Para recordarlo tendría que olvidar primero todo lo demás que sé sobre libros. Es verdad que todos mis  conocimientos de hoy sobre ellos  descansan sobre la disponibilidad con que me dejé penetrar por los libros; pero si bien contenido, tema y materia son ahora cosas distintas del libro, antiguamente estaban sola y exclusivamente en él, sin ser más externos o independientes que ahora su número de páginas o el tipo de papel con que están hechos. El mundo que se manifestaba en el libro y el libro mismo no debían separarse por ningún concepto. De manera que, con cada libro, también estaban plenamente allí, al alcance de la mano, su contenido y su mundo. Y, de manera similar, aquel contenido y aquel mundo transfiguraban cada una de las partes del libro. Ardían en su  interior, lanzaban su resplandor desde él; al no estar simplemente situadas en su encuadernación o en sus ilustraciones, quedaban encerradas como algo precioso en el encabezamiento y en la letra de mayor tamaño con que comenzaba cada capítulo, en sus párrafos y en sus columnas. No leías los libros de un tirón, sino que te detenías; los habitabas. te quedabas prendido entre sus líneas y, al volver a abrirlos después de una pausa te  encontrabas por sorpresa en el punto en el que te habías detenido.

LA VIDA

De Viaje a la India, de EM Foster, p. 167
La vida, en su mayor parte, es tan insípida que no hay nada que decir acerca de ella, y los libros y las conversaciones que quieran describirla como interesante se ven obligados a exagerar, con la esperanza de justificar su propia existencia. Dentro de su envoltura de trabajo u obligaciones sociales, el espíritu humano se dedica sobre todo a dormitar, advirtiendo la diferencia entre placer y dolor, pero mucho menos vigilante de lo que quisiéramos creer. Hasta en el día más emocionante hay períodos durante los que no sucede nada, y aunque seguimos exclamando “Cómo me divierto” o “estoy horrorizado” no somos sinceros. “En la medida en que siento algo, eso que siento es placer, horror ...” En realidad no se trata más que de eso, y un  organismo perfectamente equilibrado guardaría silencio.

INCIPIT 442. EL JUGADOR / FIODOR DOSTOIEVSKI

Tras ausentarme dos semanas, finalmente he regresado. Los nuestros llevan ya tres días en Ruletenburgo. Pensaba que me estarían esperando Dios sabe con qué impaciencia, pero me he equivocado. El general parecía tener aires de extraordinaria independencia, ha hablado conmigo con altivez y me ha ordenado que fuera a ver a su hermana. Está claro que han conseguido dinero de algún sitio. Incluso me ha parecido que al general le avergüenza un tanto mirarme. María Filippovna estaba extraordinariamente ocupada y ha conversado un poco  conmigo, ha tomado el dinero, lo ha contado y ha escuchado todo mi informe. Esperaban para comer a Mezentsov, al francesito y también a un inglés. Como de ordinario, si hay dinero, inmediatamente se da una comida de gala: a lo moscovita. Polina Alexandrovna, al verme, me ha preguntado: «¿Por qué ha tardado tanto?». Y sin esperar mi respuesta, se ha marchado a algún sitio. Naturalmente, lo ha hecho a propósito. Pero tenemos que explicarnos. Son muchos los hechos que se han acumulado.

Me han asignado una pequeña habitación en la cuarta planta del hotel. Aquí se sabe que pertenezco al séquito del general. De todo esto deduzco que ya se han dado a conocer. Aquí todos consideran que el general es un riquísimo alto dignatario ruso. Antes de comer, entre otros encargos, le ha dado tiempo a darme dos billetes de mil francos para que los cambiara. Los he cambiado en la oficina del hotel. Ahora nos mirarán como si fuéramos millonarios, al menos durante toda la semana. 

INCIPIT 441. ULTIMAS TARDES CON TERESA / JUAN MARSE

Caminan lentamente sobre un lecho de confeti y serpentinas en la noche estrellada de septiembre y a lo largo de la desierta calle adornada con un techo de guirnaldas, papeles de colores y farolillos rotos: última noche de Fiesta Mayor (el confeti del adiós, el vals de las velas) en un barrio popular y suburbano, las cuatro de la madrugada, todo ha terminado. Está vacío el tablado donde poco antes la orquesta interpretaba melodías solicitadas, el piano cubierto con la funda amarilla, las luces apagadas y las sillas plegables apiladas sobre la acera. En la calle queda la desolación que sucede a las verbenas celebradas en garajes o en terrados: otro quehacer, otros tráfagos cotidianos y puntales, el miserable trato de las manos con el hierro y la madera y el ladrillo reaparece y acecha en portales y ventanas, agazapado en espera del amanecer. Pero el melancólico embustero, el tenebroso hijo del barrio que en verano ronda la aventura tentadora, el perdidamente enamorado acompañante de la bella desconocida todavía no lo sabe, todavía el verano es un verde archipiélago. Cuelgan las brillantes espirales de las serpentinas desde balcones y faroles cuya luz amarillenta, más indiferente aún que las estrellas, cae en polvo extenuado sobre la gruesa alfombra de confeti que ha puesto la calle como un paisaje nevado. 

DE LA MUJER BURGUESA

De Últimas tardes con Teresa de Juan Marsé
Sabía que Marta obedecería después de una leve resistencia, pero también temía una discusión. Miró a su mujer. Llevaba un vestido de algodón, con grandes apliques de badana estampados en rojo y azut y una bolsa de playa del mismo género y color. Estaba erguida en su butaca, con las piernas muy juntas, de espaldas a la celosía. La favorecía mucho esa luz indirecta, flotante. Era una mujer bien conservada, mucho mejor que él. Llevaba muy bien sus 45 años de asombroso músculo sometido, milagrosamente tenso todavía, sin amenaza aparente de caída, y cuando se la veía correr en bikini por la playa, seguida por sus perros y sus sobrinos, bruñida la piel por el agua y el sol, el señor Serrat, admirado, tenía ocasión de calibrar una vez más el secreto poder de aquel cuerpo a la vez que intuía de repente que la vida no siempre es musical: era un hombre terriblemente celoso. Sin embargo, sin que él supiera exactamente por qué, cada vez que miraba las piernas de su mujer, se tranquilizaba. Tenía Marta Serrat unas piernas firmes, un tanto gruesas, con tobillos deformados y rojos, quemados por el sol, de los cuales ella renegaba. Tenía también un delicado rostro ovalado, un poco inglés a causa del fino mentón y las pecas y los ojos de agua, amén de los cabellos pajizos y juveniles que le permitían peinarse casi como su hija y que mantenía en ella aquel aire de muchacha distinguida que el señor Serrat tanto había admirado en su juventud (una juventud difícil y pijoapartesca, por cierto, poco conocida entre sus amistades de hoy).

SEÑORES Y CRIADAS

De Una habitación ajena de Alicia Giménez Bartlett, p.60
A principios de siglo el número de criadas en las casas ricas continuaba siendo alto. Nadie pensaba de modo práctico acerca de qué número de ellas necesitaba en relación al trabajo doméstico. Tampoco eran un simple detalle suntuario. No, estaban allí porque habían estado siempre, y nadie concebía un
apellido digno que anduviera escaso de ellas. Seis criados es una cifra media que nos permite hacemos una idea. Sin embargo, en algunas familias adineradas, no necesariamente grandes fortunas, podía haber fácilmente diez. En el caso de los Vanderbilt, los Rothschild y otros millonarios de la época, debe contarse siempre a partir de veinte, por cada una de las casas que poseían, naturalmente. Los Stephen, padres de Virginia Woolf, tenían ocho criadas en el22 de Hyde Park Gate. Durante la guerra estas condiciones variaron radicalmente. Había posibilidad de trabajar y obtener buenos salarios en las fábricas, de modo que la mano de obra femenina llegó a escasear. En especial porque las muchachas más jóvenes empezaron a considerar aquel trabajo como algo poco deseable, y no por su dureza, no olvidemos lo que era el trabajo en cadena de fabricación durante agotadoras jornadas, lo que le hacía tener mala prensa era el aislamiento al que una muchacha se ve por fuerza sometida en régimen de criada interna. Si los señores vivían continuamente en el campo o pasaban temporadas en una segunda residencia, el servicio estaba por completo cautivo de las circunstancias. Pero también en la ciudad la dificultad de hacer amistades o moverse con libertad existía. La misma Vrrginia
Woolf, en sus diarios, concluye que la gran dificultad de relación con el servicio es el hecho de tener encerradas a dos jóvenes en la cocina mientras Leonard y ella están en el sa16n.

UNA MUERTE

De Stoner de John Williams, p. 239-240
Giró la cabeza. Su mesilla estaba atestada de pilas de libros que no había tocado en mucho tiempo. Dejó que su mano jugara con ellos un raro, maravillándose de la delgadez de sus dedos y de la intrincada articulación de las falanges cuando los flexionaba. Sentía la fuerza dentro de ellos y los dejó coger un libro del montón que había en la mesa. Era su propio libro el que buscaba y cuando lo tuvo sonrió ante la familiar cubierta roja que llevaba tanto tiempo descolorida y arañada.
Poco le importaba que el libro fuese olvidado y que no tuviera utilidad, y la cuestión de su valor en cualquier época parecía casi trivial. No tenía la ilusión de encontrarse a sí mismo allí, en las letras desvaídas, aunque, lo sabía, una pequeña parre de él que no podía negar estaba allí, y estaría allí.
Abrió el libro y, cuando lo hizo, se volvió algo ajeno. Dejó que sus dedos hojearan las páginas y sintió un hormigueo, como si estuviesen vivas. El hormigueo recorrió sus dedos y recorrió su carne y sus huesos. Fue perfectamente consciente y aguardó hasta que le poseyó, hasta que la vieja excitación parecida al terror se le fijó donde estaba. La luz del sol, entrando por la ventana, resplandecía sobre la página y no podía ver lo que allí había escrito.
Los dedos perdieron fuerza y el libro que sostenían se deslizó despacio y luego bruscamente sobre su cuerpo inmóvil, cayendo en el silencio de la habitación.

NIÑOS RICOS

De Suave es la noche de FS Fitzgerald, P.431-432
El único factor que daba algún sentido a ese periodo eran los niños. El interés de Dick por ellos aumentaba conforme se hacían mayores, y ya tenían once y nueve años. Se las había arreglado para llegar hasta sus hijos saleándose a la gente que contrataba para que se ocupara de ellos, pues seguía el principio de que tanto en forzar a los niños a que hicieran cosas como el temor a forzarles no podían sustituir adecuadamente a la observación paciente y atenta y la  comprobación, balance y evaluación de las cuentas rendidas, de forma que nunca descendieran por debajo de un cierto nivel en lo que concernía a sus obligaciones. Llegó a conocerlos mucho mejor que Nicole y, con la ayuda de los vinos de varios países, que le ponían de muy buen humor, hablaba  y jugaba con ellos largo rato. Poseían ese encanto melancólico, casi triste, de los niños que aprenden muy pronto a no llorar o reír con total espontaneidad; no parecía que nada en general les produjera gran emoción y parecían aceptar la simple disciplina a la que estaban sujetos y los simples placeres que les estaban permitidos. Habían sido  educados para no exteriorizar demasiado sus sentimientos, según el criterio que, de acuerdo con la experiencia de las familias tradicionales del mundo occidental, parecía aconsejable. Dick, por ejemplo, era de la opinión de que lo que más desarrollaba el sentido de la observación era el silencio impuesto.

Lanier era un niño desconcertante con una curiosidad inhumana. “¿Y cuántos perros de Pomerania harían falta para vencer a un león, papá?”, era uno de los tipos de pregunta con  que solía acosar a Dick. Topsy era menos complicada. Tenía nueve años y era muy rubia y tan exquisita de rasgos y figura como Nicole, lo que al principio no había dejado de preocupar a Dick. Últimamente se había vuelto tan robusta como cualquier otra niña norteamericana. Estaba satisfecho con ambos, pero sólo se lo hacía saber de manera tácita. Nunca dejaba  de castigarlos cuando no se comportaban como debían. «Si uno no aprende en su propia casa a comportarse como es debido -decía Dick- lo tiene que aprender luego en la vida a base de latigazos y es demasiado doloroso. ¿Qué me importa que Topsy "me adore" o no? No la estoy educando para que sea mi esposa».

DE OTRAS CRISIS

De Stoner de John Williams, p. 192
Pero William Stoner conocía el mundo de una manera que pocos de sus colegas más jóvenes podrían comprender. Por dentro, bajo su memoria, yacía la experiencia de la dureza, el hambre, la resistencia y el dolor. Además del recuerdo fugaz de sus primeros años en la granja de Booneville, llevaba siempre cerca de su consciencia el conocimiento sanguíneo de su herencia, transmitida por ancestros cuyas vidas fueron oscuras, duras y estoicas y cuya ética común era la de mostrar a un mundo opresivo rostros inexpresivos, duros y fríos.

Y aunque entre ellos aparentaba ser impasible, era consciente de la época en la que vivía. Durante aquella década, cuando los rostros de muchos hombres se tornaron permanentemente duros y fríos, como si miraran hacia un abismo, William Stoner, para quien esa expresión era tan familiar como el aire que respiraba, advirtió los signos de la desesperanza generalizada que conocía desde niño. Vio hombres buenos caer en una lenta decadencia de desesperanza, destruidos al ver destruido su concepto de una vida decente, les veía caminar desanimados por las calles, con la mirada vacía como añicos de cristal roto; les veía encaminarse hacia las puercas de atrás, con el amargo orgullo de los hombres que avanzan hacia su propia ejecución, a mendigar el pan que les permitiera volver a mendigar, y vio hombres que una vez caminaron erguidos por efecto de su propia identidad mirarle con envidia y odio por la débil seguridad que él disfrutaba como empleado de una institución que, no se sabe por qué, no podía caer. No expresó esta consciencia pero conocer la miseria común le afectó y le cambió profundamente y sin que nadie lo apreciara. La tristeza por los apuros ajenos le acompañó en todos los momentos de su vida.

INCIPIT 440. UNA HABITACION AJENA / ALICIA GIMENEZ BARTLETT

Creo sentir la misma fascinación por el llamado grupo de Bloomsbury que sienten muchos de mis contemporáneos de cualquier nacionalidad. El motivo se me antoja simple. Al margen de cualquier consideración artística o literaria, ese puñado de intelectuales se anticipó a un sueño que mezcla lo social y lo individual y por el que suspirábamos y siempre suspiraremos la gente que formamos parte de la generación que de algún modo quedó marcada por mayo del 68. Estoy refiriéndome a la libertad. Libertad sexual, de pensamiento, de creación. Libertad en las relaciones humanas. en el modo de vida, en la negación de lo convencional.
Hace tiempo que vengo leyendo casi todo lo que se publica sobre Bloomsbury y sus protagonistas, pero hay que reconocer que el mayor filón informativo, el más directo y fiable lo constituyen los diarios de Virginia Woolf. En ellos se encuentra la esencia,  el meollo, el quid de la cuestión. Nadie como la escritora personaliza el espíritu de Bloomsbury, con todo lo que ello implica de grandeza, belleza, genio. pero también miseria y contradicción. Esa contradicción me interesó siempre. Pareciéndome especialmente esclarecedores de su existencia los pasajes del diario de la Woolf que hacen mención a su relación con sus criadas de toda la vida: Nelly Boxall y Lottie Hope.

Para colmo de incentivos a mi atención quedé pasmada al leer en el diario de Virginia la siguiente entrada correspondiente al 15 de diciembre de 1929: «Si yo no hubiera escrito este diario y un buen día cayera en mis manos, intentaría escribir una novela sobre Nelly, su personaje.

INCIPIT 439. PASAJE A LA INDIA / EM FOSTER

Si se exceptúan las Cuevas de Marabar -y están a veinte millas de distancia-, la ciudad de Chandrapore no tiene nada de extraordinario. Limitada, más que bañada, por el Ganges, sigue su curso por espacio de unas dos millas y apenas es posible distinguirla de los detritos que el río deposita tan generosamente. Como el Ganges no es allí sagrado, no existen escalinatas para bañarse y, en realidad, no puede hablarse de vistas sobre el río, ya que los bazares cienan por completo el amplio y cambiante panorama de su corriente. Las calles son miserables, los templos carecen de interés, y aunque existen unas cuantas casas de calidad están escondidas entre jardines o al fondo de avenidas tan sucias que sólo la persona que ha sido invitada personalmente se siente con ánimos para llegar hasta ellas. Chandrapore no ha sido nunca una ciudad hermosa o de grandes dimensiones, pero hace doscientos años estaba situada en el camino entre la Alta India –entonces imperial- y el mar, y las casas nobles datan de ese período. El gusto por la decoración se extinguió en el siglo XVIII y tampoco puede decirse que fuera siempre democrático. En los bazares no existen pinturas y las esculturas son excepcionales. La misma madera parece hecha de barro y sus habitantes son como barro en movimiento. Todo lo que se ve resulta tan insignificante y tan monótono

CRIADOS Y SEÑORES

De Una habitación ajena de Alicia Giménez Bartlett, p.92-93
Ni en los diarios ni en toda la bibliografía al caso que he consultado existe referencia alguna a que los criados de los miembros del grupo de Bloomsbury se reunieran con una frecuencia concreta. Sin embargo, se denominaban a sí mismos como «la pandilla» y Nelly alude a alguna celebración en la que habían estado todos juntos, partiendo la iniciativa de ellos mismos. Es fácilmente deducible que se encontraran en visitas que sus señores se hacían los unos a los otros y durante las que los acompañaban. Tampoco esta costumbre debía ser demasiado común, por cuanto en aquella época y teniendo el grupo de Bloomsbury las ideas que tenía, parece probable que el uso de que los criados viajaran o acompañaran a los amos en sus compromisos estaba ya bastante superado.
Sin embargo, todos los criados del ilustre y selectivo grupo se conocían, se trataban y eventualmente se reunían. El dato más significativo de este hecho es justamente el apelativo con el que ellos mismos se bautizaron: “la pandilla”. Hay ahí no pocos datos sustanciosos para la novela que estoy escribiendo. En primer lugar puedo notar una distinción de camarilla. Reconocían la singularidad del conjunto de sus amos, su entidad como grupo con especiales características, y sentían en su propia existencia colectiva la pertenencia a una élite muy alejada de la sociedad circundante. Ellos eran «la pandilla», y aunque el resto de criados con los que debían relacionarse no entendiera la particularidad de su unión, ellos sí estaban en el secreto del vínculo. Sus señores eran artistas e intelectuales, excéntricos, despectivos con las normas, amorales en cuanto a sexo, superiores en el conocimiento, burlones con la sociedad  convencional, bohemios en las costumbres ... a todas luces diferentes. Por tanto, los criados. capaces de comprender tanta singularidad, cercanos a tanta ilustración, son por definición también distintos al resto de criados y disfrutan por emanación y por contacto de las virtudes de sus amos.

Es imposible no ver en esa autodefinición una sutil ironía. «El grupo de Bloomsbury» es paralelo a «La pandilla de Bloomsbury”. El término pandilla encierra una divertida rechifla. A esos señores a los que sirven, y que los distinguen frente a los demás, los criados los conocen en profundidad: sus reuniones, sus fiestas, sus conversaciones a menudo algo infantiles, sus quimeras, sus deseos de originalidad, sus miserias sexuales, sus idealismos fantasiosos, sus egoísmos y megalomanías. ¿Y ... ? Junto a esta frecuentación casi íntima con sus señores, está la indiscutible permanencia de los sirvientes en el mundo diario, en la vida normal, en la realidad social más común, muy distinta de la realidad que el grupo de Bloomsbury creó para propio disfrute. Son algo así como hermanos mayores que tienen que bregar con la existencia, mientras que los pequeños pueden seguir en su ensoñación. Esto los dota de suficiencia, de retranca, incluso de una cierta superioridad sobre sus empleadores, una actitud parecida a la de Sancho frente a Don Quijote, si bien a menudo menos compasiva. Y existe también solidaridad entre ellos: “menuda pandilla estamos hechos”, “nosotros sí sabemos lo que es aguantar a gente especial”... cualquiera de estas frases podría ser atribuida a cualquiera de los sirvientes.
(En la foto, la cocinera de Virginia)

EL MEJOR CUERPO DE MADRID

De El váter de Onetti, de Juan Tallón, p.167
Tres días después, comenzaba la Feria del Libro de Madrid, y le pregunté a Marías si ese año acudiría a firmar ejemplares de sus libros. Pensé en el tío de Patricio Pron. Hizo un gesto de mortificación, es decir, iría porque, tal como estaba el mercado, había que “hacer de todo menos escribir para vender libros”, pero acudiría “completamente desganado. Aunque en general resulte grato, porque la gente que se acerca es amable, es cansino. La gente no se conforma con una dedicatoria general. Todos quieren algo especial. Eso si no vienen con un texto pensado para que tú te limites simplemente a transcribirlo”. En este apartado de la feria, le habían sucedido cosas de lo más pintorescas. “Creo que la más absurda fue la de una mujer que me entregó Corazón tan blanco y quiso dictarme la dedicatoria: "A Manoli -me dijo- y ponga que tiene el mejor cuerpo de Madrid". No se me ocurrió semejante cosa, y busqué una variante para que no se molestase: A Manoli, que, según dicen, tiene el mejor cuerpo de Madrid.

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