Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

BAROJA

Baroja y la penumbra
Ramón J. Sender cuanta que una tarde se acercó a ver a Baroja y que en su estudio, charlando, se les fue haciendo de noche. Y hubo un momento en que acabaron hablando completamente a oscuras porque don Pío no encendía la luz. Cuando Sender le preguntó si era por algo, Baroja se limitó a encogerse de hombros y a conectar el interruptor.
Sus últimos años los pasó en su piso de la calle Ruiz de Alarcón, en una casa con ascensor. El mismo abría la puerta vestido con un abrigo que le daba un aspecto desaliñado, y una manta descolorida que se colocaba después sobre las piernas para protegerse del frío.
Como no le gustaba estrenar ropa, usaba la que retiraban sus sobrinos. Una vez, Julio Caro le regaló un abrigo suyo, casi nuevo. A don Pío le quedaba tan largo que, sin encomendarse, cogió unas tijeras y le metió un trasquilón al dobladillo, sin darse cuenta de que al tiempo cortaba los bolsillos y el forro. Durante días, de aquel gabán amputado y sin muñón, caían caramelos, papeles, pañuelos y castañas hasta que consiguió acordarse de que había dejado los bolsillos fuera de uso.
Y ahí anduvo, como un viejo solterón jubilado, con zapatillas de felpa a cuadros, y un par de zapatos que ataba con una cuerda en lugar de cordones, esperando que llegara alguna vista para encender la luz.
tomado de 39 escritores y medio de jesus marchamalo y damian flores

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